LA NIEVE
2 de
febrero de 1954. Un día frío… muy frío. Han comenzado las densas
precipitaciones. Poco después, se escucha el estridente sonido del reloj
consistorial, suenan las siete campanadas en una oscura tarde… El agua de la
lluvia no corre, va cubriendo las calles, los tejados, los árboles de la plaza…
“¡No son gotas, son copos!”… “¡Está nevando!”… Se oyen las exclamaciones de un
hombre que apresura el paso, cobijado en un negro paraguas salpicado de
mechoncillos blancos. Cuando el pueblo se sumerge en la noche, el frío se
apodera de nosotros. Cerramos la puerta y nos dirigimos a la mesa camilla en
busca del calor de la copa de cisco. El característico olor de las ascuas se
mezcla con la fragancia de las bellotas asadas. Las fichas de colores se
deslizan sobre el tablero del parchís… El dado saltarín va pasando de mano en
mano y repiquetea en lo alto del cristal. En la cara opuesta del tablero, “de
oca a oca y tiro porque me toca”, se avanza hasta la siguiente oca y se vuelve
a tirar el dado. La comida nocturna interrumpe nuestros juegos infantiles. Es
hora de acostarse. Con la inquietud del novedoso acontecimiento, nos arropamos
en la cama. ¿Qué ocurrirá mañana? ¿Continuarán las extrañas imágenes? ¿Se
desvanecerán en el silencio de la noche?