LA NIEVE
2 de
febrero de 1954. Un día frío… muy frío. Han comenzado las densas
precipitaciones. Poco después, se escucha el estridente sonido del reloj
consistorial, suenan las siete campanadas en una oscura tarde… El agua de la
lluvia no corre, va cubriendo las calles, los tejados, los árboles de la plaza…
“¡No son gotas, son copos!”… “¡Está nevando!”… Se oyen las exclamaciones de un
hombre que apresura el paso, cobijado en un negro paraguas salpicado de
mechoncillos blancos. Cuando el pueblo se sumerge en la noche, el frío se
apodera de nosotros. Cerramos la puerta y nos dirigimos a la mesa camilla en
busca del calor de la copa de cisco. El característico olor de las ascuas se
mezcla con la fragancia de las bellotas asadas. Las fichas de colores se
deslizan sobre el tablero del parchís… El dado saltarín va pasando de mano en
mano y repiquetea en lo alto del cristal. En la cara opuesta del tablero, “de
oca a oca y tiro porque me toca”, se avanza hasta la siguiente oca y se vuelve
a tirar el dado. La comida nocturna interrumpe nuestros juegos infantiles. Es
hora de acostarse. Con la inquietud del novedoso acontecimiento, nos arropamos
en la cama. ¿Qué ocurrirá mañana? ¿Continuarán las extrañas imágenes? ¿Se
desvanecerán en el silencio de la noche?
Al día
siguiente, nos levantamos y caminamos hasta la enorme puerta acristalada. De puntillas, limpiamos el vaho para ver lo que ocurre en el patio. Una capa nevada cubre las macetas de barro,
las mustias plantas del arriate, el brocal del pozo y oculta el suelo… Dos
hombres abrigados con pellizas, botas de goma y gorras de paño recogen las
masas blancas para arrojarlas a la oquedad abierta en la esquina. Con el
metálico ruido de las palas, resurge el color marrón de los ladrillos…
Después
de la leche migada en el jarrillo de lata, corremos hasta la puerta de la calle.
Un níveo escenario deslumbra nuestros vivarachos ojos. El color blanco adorna las
ondulaciones de las tejas, las erguidas chimeneas, los rústicos asientos de la
plaza, las dos torres —templo y ayuntamiento—, los ateridos
naranjos… Los guijarros se han convertido en bolitas de algodón. Los adoquines soportan una mullida y espesa capa blanquecina…
Niños y mayores saltan, se tiran al suelo, hacen inofensivas bolas que se
convierten en divertidos proyectiles… Tres risueños jóvenes se afanan en la
construcción de un muñeco de nieve que ya tiene un rábano como nariz y un raído
trapo rojo a modo de bufanda, dos negras aceitunas simulan los ojos… Una joven se
acerca con un viejo sombrero y una escoba para completar el austero atuendo… El
ahijado del boticario, con su cámara y su trípode, va recogiendo las imágenes
que se convertirán en postales para el recuerdo…
El
pasado sábado, día 2 de febrero, se cumplieron 65 años de una gran nevada que
no se ha vuelto a repetir en muchos lugares de Andalucía. Según explica el
meteorólogo José Antonio Maldonado, una situación anticiclónica permitió la
entrada de aire siberiano desde los Pirineos y provocó un considerable descenso
de las temperaturas en toda la península. Posteriormente, el anticiclón se
desplazó ligeramente hacia el noroeste, entró una borrasca por el Atlántico que
se encontró con la masa de aire frío… y un manto blanco cubrió las poblaciones
y campos de nuestra región. Yo tenía 4 años, y conservo el recuerdo de las
bellas imágenes nítidas o difuminadas de aquellos inauditos días…
En la
fecha del aniversario, las tormentas de nieve asolaron gran parte de España,
las carreteras se volvieron poco transitables, o estaban cortadas, algunas
poblaciones quedaron incomunicadas… Con ese desolador panorama, parece un contrasentido
hablar de las placenteras vivencias que nos puede ofrecer una nevada.
Evidentemente, si se trata de un hecho aislado y, además, no tenemos la
obligación de salir, podemos disfrutar con la caída de los copos de nieve que
blanquean el paisaje rural o urbano, pero si la nevada es persistente,
necesitamos coger el coche para desplazarnos, o nos sorprende en la carretera,
se rompe el idilio y comenzamos a ver este fenómeno meteorológico como uno de
los mayores enemigos a los que se puede enfrentar un conductor… En esos casos, deberemos
tomar algunas precauciones que garanticen nuestra seguridad…
Comenzaremos
por vigilar el estado de nuestros neumáticos y, si tenemos que circular con
frecuencia por suelos nevados o con bajas temperaturas, recuerden que existe una
importante gama de gomas para el invierno. Disminuyan la velocidad y aumenten
la distancia de seguridad. Frenen suave para no perder el control del vehículo. Si el coche está cubierto de hielo
o nieve, límpienlo antes de iniciar el viaje. No olviden llevar cadenas,
guantes, calzado adecuado, alguna manta… Procuren que las escobillas de los
limpiaparabrisas estén en buen estado y que el líquido limpiador lleve
anticongelante… Y como ya no estamos en 1954, utilicen el móvil y pónganse en
contacto con la Agencia Estatal de Meteorología o con la Dirección General de
Tráfico… Una llamada nos puede sacar de apuros, o nos puede comunicar que no es
posible realizar el viaje que teníamos programado.
Con
mis mejores deseos, saludos cordiales.
Fernando
Monge
10/febrero/2019
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