El pintor madrileño nos recibe en su espacio de trabajo para hablar, entre pinceles y bastidores, sobre su pasión por el realismo figurativo y el automovilismo. El nueveonce es una de sus grandes obsesiones.
El estudio de Manu Campa es algo así como un santuario dedicado al motor, con cuadros de modelos icónicos y estanterías repletas de coches a escala. También hay pinceles, botes de pintura y esa típica ropa de pintor llena de manchas multicolor, que es en sí misma una paleta de ensayo.
El artista madrileño se ha mudado recientemente del barrio más bohemio y bullicioso de la capital a una zona más tranquila y alejada de la ciudad, un cambio que seguramente sea reflejo de la etapa de madurez en la que se encuentra. Manu, todo un petrolhead de la vieja escuela a pesar de no pasar de los 36, nos recibe en su lugar de trabajo para contarnos cómo se mueve en la escena artística y cuál es la clave del éxito para que le lluevan encargos desde Miami, Dubái o Colombia.