Cada vez son más las ciudades que instalan cámaras para
controlar el tránsito. Las llaman “caza multas” porque parecen estar ahí,
precisamente, para eso: atrapar infractores al vuelo y emitir sanciones
automáticas. La intención oficial es mejorar la seguridad vial. Pero yo me
pregunto: ¿no deberíamos también preguntarnos cómo estamos corrigiendo a
quienes se equivocan? ¿Estamos educando o simplemente castigando?
No discuto que haya infracciones graves que deben sancionarse
con firmeza. Pasarse un semáforo en rojo, por ejemplo, pone en riesgo vidas.
Pero, ¿qué pasa con el conductor que comete un error aislado, sin dolo ni
intención de hacer daño? ¿Tiene sentido que reciba el mismo castigo que quien
reincide y desafía la ley una y otra vez?
La automatización no distingue entre una distracción puntual
y una conducta reiterada. Las cámaras no tienen criterio ni contexto. Solo
detectan y sancionan. Y eso, en lugar de generar conciencia, puede provocar
rechazo, desconfianza y la sensación de que el sistema está más interesado en
recaudar que en proteger.
Educar debería ser el primer paso. Si alguien comete su
primera infracción menor, ¿por qué no enviar una advertencia? ¿Por qué no
ofrecer información sobre por qué esa conducta es de riego? Incorporar
herramientas pedagógicas, especialmente con quienes no tienen antecedentes,
puede generar un cambio mucho más duradero que una multa fría que llega por
correo.
No se trata de eliminar las sanciones. Se trata de aplicarlas
con sentido común. Un sistema que combine la tecnología con el análisis del
historial del conductor, y que reserve las sanciones más duras para quienes
realmente persisten en su conducta peligrosa, sería más justo y eficaz.
En definitiva, no podemos construir una cultura vial solo con
miedo a la multa. La seguridad en las calles requiere responsabilidad, sí, pero
también comprensión, formación y una buena dosis de humanidad.
PpBejarno
todomornews@gmail.com