BAILEMOS UN VALS
El público que llena el
recinto aplaude a los bailarines: manos enlazadas, cabezas ligeramente
inclinadas, rostros sonrientes y despedida con airoso caminar de las parejas que
han dejado el sabor latino de la salsa en el ambiente. Con el descanso de los
focos, llega la penumbra que inunda el escenario; unas débiles sombras caminan
con sus manos prendidas y ocupan equidistantes posiciones. El retorno de la luz
nos ofrece una imagen repleta de elegancia: Los bailarines frente a las
bailarinas; la negritud de pantalones, chalecos entallados y pajaritas, que
juegan con la blancura de las camisas, frente a los colores rosa y malva de los
vestidos dieciochescos que adornan sus vuelos con ribetes negros; las manos
unidas tras la cintura frente a los brazos que se alejan de los costados.
Foto: Fernando Monge |
Suenan los primeros compases del vals. Los hombres alargan el brazo izquierdo,
inclinan la parte superior del cuerpo y retiran la pierna derecha; las mujeres
responden con una delicada flexión de rodillas, una femenina inclinación de
cabeza y una mano derecha extendida. El ritmo ternario, la magia de los
“Cuentos de los bosques de Viena” y la música de Johann Strauss hacen que las
notas musicales revoloteen en el recinto, cual alegres pajarillos. En el
estrado, las parejas erectas unen sus manos encontradas y desvían sus miradas
con aire de indiferencia; el brazo izquierdo femenino se apoya en el diestro
masculino que coloca su mano en la espalda de la señora. El caminar al ritmo de
la música, las aperturas de las extremidades, el palmear de las manos, las
reverencias y los giros culminan en un conjunto escultórico de singular belleza
que arranca un entusiasta aplauso del público al que corresponden los artistas
con saludos de agradecimiento. A continuación, las parejas concluyen el ritual:
unen sus manos, caminan con lentitud y se van alejando para perderse tras las
cortinas del tablado. Ha sido el fruto de un trabajo sincronizado y
responsable: dirección, técnicos de sonido, coreógrafos, bailarines…
La oscuridad de la noche sin
luna nos regala un manto de estrellas. Los colores de los aburridos semáforos
se alternan con inusitada intensidad. Algunos vehículos transitan por las
despobladas calles, mostrando la arrogante luz de sus faros a las engreídas
farolas. La ciudad se despierta, aún sumergida en la inquietud del duermevela.
El planeta Venus —Lucero del alba— nos regala una tenue claridad que presagia
la salida del Sol…
Los primeros rayos de luz
alcanzan el horizonte y se asoman entre los bloques de viviendas sosegadas. El
plató urbano se va colmando de personajes que se disponen, en este día de
baile, a interpretar su papel… Un enjambre multicolor circula en perfecto
orden, por amplias avenidas o por calles angostas, dirigidos por hábiles y
responsables conductores que utilizan el cinturón de seguridad y llevan en la
guantera la obligada documentación —es el conocimiento del Código de Tráfico y
Seguridad Vial—. El suave sonido de los neumáticos adecuadamente alineados, el
leve ruido de los motores, la seguridad de las frenadas, la corrección de las
emisiones de CO₂ son
los efectos positivos de una oportuna puesta a punto y de una obligada ITV. Los
motoristas, provistos de vistosos cascos, comparten la calzada con los coches
en ejemplar armonía. Un grupo de ciclistas transita por el carril bici…
Componiendo una improvisada
coreografía, los vehículos se detienen ante el paso de cebra. Como si
ejecutaran pasos de baile, los peatones cruzan la calle con los pequeños asidos
de la mano y los móviles en los bolsillos; los perros, provistos de correas,
emprenden una ligera carrerita junto a sus dueños; algunos ciclistas, cogiendo
la bicicleta por el manillar, caminan acompasados con los transeúntes en el
ordenado desfile…
El imaginario baile que ha
suplantado al tropel cotidiano ha convertido el tráfico en una idílica
diversión: sin acritud, sin aspavientos, sin estruendos de bocinas, sin
accidentes… Suena la música… Bailemos un
vals.
Familia de TODOMOTOR, feliz
semana
Fernando Monge
9/junio/2018
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