sábado, 9 de junio de 2018

CEDA EL PASO



BAILEMOS UN VALS

El público que llena el recinto aplaude a los bailarines: manos enlazadas, cabezas ligeramente inclinadas, rostros sonrientes y despedida con airoso caminar de las parejas que han dejado el sabor latino de la salsa en el ambiente. Con el descanso de los focos, llega la penumbra que inunda el escenario; unas débiles sombras caminan con sus manos prendidas y ocupan equidistantes posiciones. El retorno de la luz nos ofrece una imagen repleta de elegancia: Los bailarines frente a las bailarinas; la negritud de pantalones, chalecos entallados y pajaritas, que juegan con la blancura de las camisas, frente a los colores rosa y malva de los vestidos dieciochescos que adornan sus vuelos con ribetes negros; las manos unidas tras la cintura frente a los brazos que se alejan de los costados. 


Foto: Fernando Monge
Suenan los primeros compases del vals. Los hombres alargan el brazo izquierdo, inclinan la parte superior del cuerpo y retiran la pierna derecha; las mujeres responden con una delicada flexión de rodillas, una femenina inclinación de cabeza y una mano derecha extendida. El ritmo ternario, la magia de los “Cuentos de los bosques de Viena” y la música de Johann Strauss hacen que las notas musicales revoloteen en el recinto, cual alegres pajarillos. En el estrado, las parejas erectas unen sus manos encontradas y desvían sus miradas con aire de indiferencia; el brazo izquierdo femenino se apoya en el diestro masculino que coloca su mano en la espalda de la señora. El caminar al ritmo de la música, las aperturas de las extremidades, el palmear de las manos, las reverencias y los giros culminan en un conjunto escultórico de singular belleza que arranca un entusiasta aplauso del público al que corresponden los artistas con saludos de agradecimiento. A continuación, las parejas concluyen el ritual: unen sus manos, caminan con lentitud y se van alejando para perderse tras las cortinas del tablado. Ha sido el fruto de un trabajo sincronizado y responsable: dirección, técnicos de sonido, coreógrafos, bailarines…

La oscuridad de la noche sin luna nos regala un manto de estrellas. Los colores de los aburridos semáforos se alternan con inusitada intensidad. Algunos vehículos transitan por las despobladas calles, mostrando la arrogante luz de sus faros a las engreídas farolas. La ciudad se despierta, aún sumergida en la inquietud del duermevela. El planeta Venus —Lucero del alba— nos regala una tenue claridad que presagia la salida del Sol…

Los primeros rayos de luz alcanzan el horizonte y se asoman entre los bloques de viviendas sosegadas. El plató urbano se va colmando de personajes que se disponen, en este día de baile, a interpretar su papel… Un enjambre multicolor circula en perfecto orden, por amplias avenidas o por calles angostas, dirigidos por hábiles y responsables conductores que utilizan el cinturón de seguridad y llevan en la guantera la obligada documentación —es el conocimiento del Código de Tráfico y Seguridad Vial—. El suave sonido de los neumáticos adecuadamente alineados, el leve ruido de los motores, la seguridad de las frenadas, la corrección de las emisiones de CO son los efectos positivos de una oportuna puesta a punto y de una obligada ITV. Los motoristas, provistos de vistosos cascos, comparten la calzada con los coches en ejemplar armonía. Un grupo de ciclistas transita por el carril bici…

Componiendo una improvisada coreografía, los vehículos se detienen ante el paso de cebra. Como si ejecutaran pasos de baile, los peatones cruzan la calle con los pequeños asidos de la mano y los móviles en los bolsillos; los perros, provistos de correas, emprenden una ligera carrerita junto a sus dueños; algunos ciclistas, cogiendo la bicicleta por el manillar, caminan acompasados con los transeúntes en el ordenado desfile…

El imaginario baile que ha suplantado al tropel cotidiano ha convertido el tráfico en una idílica diversión: sin acritud, sin aspavientos, sin estruendos de bocinas, sin accidentes  Suena la música… Bailemos un vals.

Familia de TODOMOTOR, feliz semana

Fernando Monge
9/junio/2018
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