BAILEMOS UN VALS
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Foto: Fernando Monge |
Suenan los primeros compases del vals. Los hombres alargan el brazo izquierdo,
inclinan la parte superior del cuerpo y retiran la pierna derecha; las mujeres
responden con una delicada flexión de rodillas, una femenina inclinación de
cabeza y una mano derecha extendida. El ritmo ternario, la magia de los
“Cuentos de los bosques de Viena” y la música de Johann Strauss hacen que las
notas musicales revoloteen en el recinto, cual alegres pajarillos. En el
estrado, las parejas erectas unen sus manos encontradas y desvían sus miradas
con aire de indiferencia; el brazo izquierdo femenino se apoya en el diestro
masculino que coloca su mano en la espalda de la señora. El caminar al ritmo de
la música, las aperturas de las extremidades, el palmear de las manos, las
reverencias y los giros culminan en un conjunto escultórico de singular belleza
que arranca un entusiasta aplauso del público al que corresponden los artistas
con saludos de agradecimiento. A continuación, las parejas concluyen el ritual:
unen sus manos, caminan con lentitud y se van alejando para perderse tras las
cortinas del tablado. Ha sido el fruto de un trabajo sincronizado y
responsable: dirección, técnicos de sonido, coreógrafos, bailarines…
La oscuridad de la noche sin
luna nos regala un manto de estrellas. Los colores de los aburridos semáforos
se alternan con inusitada intensidad. Algunos vehículos transitan por las
despobladas calles, mostrando la arrogante luz de sus faros a las engreídas
farolas. La ciudad se despierta, aún sumergida en la inquietud del duermevela.
El planeta Venus —Lucero del alba— nos regala una tenue claridad que presagia
la salida del Sol…
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Componiendo una improvisada
coreografía, los vehículos se detienen ante el paso de cebra. Como si
ejecutaran pasos de baile, los peatones cruzan la calle con los pequeños asidos
de la mano y los móviles en los bolsillos; los perros, provistos de correas,
emprenden una ligera carrerita junto a sus dueños; algunos ciclistas, cogiendo
la bicicleta por el manillar, caminan acompasados con los transeúntes en el
ordenado desfile…
El imaginario baile que ha
suplantado al tropel cotidiano ha convertido el tráfico en una idílica
diversión: sin acritud, sin aspavientos, sin estruendos de bocinas, sin
accidentes… Suena la música… Bailemos un
vals.
Familia de TODOMOTOR, feliz
semana
Fernando Monge
9/junio/2018
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