DANDO EJEMPLO
El cielo gris de una mañana
templada se oscurece y las gotas de lluvia comienzan a mojar el suelo, los
cabellos, las cazadoras, los chaquetones, los jerséis, las camisas… Los cambios
de temperatura propician un variopinto vestuario… “Con este tiempo no sabes qué
te vas a poner”. Algunos corren a cobijarse de la lluvia que va aumentando su
espesor, otros, más precavidos, abren sus paraguas casi al mismo tiempo
ofreciendo una multicolor coreografía, todos aceleran el paso… “Qué engorro de
lluvia, si no fuera por la falta que hace”. Una mole de color carmín se detiene
en la parada. Los usuarios comienzan a subir la escalerilla y van cerrando el
paraguas que deja caer un fino hilillo de agua. Los agudos pitidos de la máquina
validadora, el chasquido de los zapatos mojados, el crujir de los asientos, el
carraspeo de las secas gargantas, algún esporádico estornudo son los sonidos
inevitables del interior del autobús en una jornada lluviosa.
Parada en el semáforo. En el
interior de los cristales, una fina película de vapor; en el exterior, pequeñas
gotas de agua. La visión, aunque carente de nitidez, tiene suficiente claridad.
Casi pegado al autobús, un coche gris metalizado espera que el semáforo le abra
el paso. En su interior una joven mujer luce una melena de pelo castaño. El
torso lo cubre con un suéter de color rojo con mangas largas. Apoya su mano
izquierda en el volante y la derecha agarra un teléfono móvil que manipula con
el dedo pulgar. Sobre su hombro descansa la cabeza de un pequeño que aparenta
unos ocho años. Ninguno de los dos van sujetos con el cinturón de seguridad.
Sonríen y contemplan con entusiasmo el Smartphone. El autobús reanuda la marcha
dejando detrás al alegre dúo. El sonido de los cláxones interrumpe la
“enternecedora” escena, y con gestos de desagrado y palabras que no atraviesan
el grosor del cristal, la conductora da un acelerón y pone en marcha el pequeño
vehículo… Los dos espectadores no dejan de mirar los contenidos que les ofrece
la minúscula pantalla.
El autobús llega a la parada
del parque. Ha cesado la lluvia, el cielo luce un suave color azul con ribetes
blanquecinos y el sol acaricia los cuerpos con un agradable calorcillo. El paso
de peatones regulado por semáforo aglutina a grupos de personas con camisetas
deportivas. Entre los colores rojos, azules, verdes, amarillos… cuatro
ciclistas muy bien equipados —cascos incluidos—
se disponen a cruzar la vía: Un hombre y una mujer que rondan los
treinta años de edad, una niña que aparenta unos cinco años y un niño que no
parece superar los siete, sin bajarse en ningún momento de sus bicicletas,
cruzan a la acera de enfrente basculando entre los peatones que, en algunas
ocasiones, tienen que detenerse o apartarse para dejar paso a los cuatro intrépidos
velocipedistas. Se oyen algunas recriminaciones y el que puede ser el padre,
que circula el último, exclama: “¡Cuidado con la gente!”. A la cabeza del
pelotón, la que puede ser la madre espeta: “¡Qué ganas de protestar por todo!”.
Los que seguramente son los hijos van aprendiendo a comportarse…
Simultáneamente, un hombre corpulento con un mono azul, portando en bandolera
una pequeña caja de herramientas, cruza pausadamente con su bicicleta asida por
el manillar… Se oye el graznido de los patos que se acercan a la puerta del
parque.
Termina el desfile de peatones
y ciclistas, el semáforo se torna verde para los conductores y los vehículos
comienzan a rodar con cierta lentitud. Casi todos giran a la izquierda en
dirección al centro de la ciudad. A unos cincuenta metros, otro semáforo con su
disco rojo, detiene la comitiva. Un automóvil de color azul precipita su marcha
y se coloca delante de otro automóvil de color blanco. La brusca e imprevista
maniobra obliga al conductor rebasado a frenar bruscamente y, al mismo tiempo,
toca el claxon reprobando la actitud del imprudente. El imprudente, un fornido
cuarentón, sale del coche y vocifera: “Qué pasa con tanto pitido” “No se puede
ir a paso de tortuga”. “Si quieres te bajas del coche y lo hablamos”. El semáforo
se abre de nuevo a la circulación y, ante la reprobación de los otros
conductores y el concierto de bocinas, el valentón vuelve a meterse en su coche
y se dirige al copiloto, un adolescente que no superara los catorce años: “¿Te
das cuenta de cómo hay que hablarle a la gente enterada y protestona?” “¡Habrás
visto que no ha sido capaz ni de contestar!” “¡Un cobarde!” El adolescente mira
al hombre y se le transforma el rostro en un gesto de satisfacción y orgullo.
“¡No hay quien pueda contigo, papá!”
Como diría el genial Paco Gandía, son tres casos verídicos de los que he sido mero espectador. Y ahora
les voy a aportar una cita pedagógica,
educadora, psicológica… que todo eso era la psiquiatra feminista italiana María Montessori (1870-1952): “Tus hijos seguirán tu ejemplo… No tus consejos”. Pero
si al mal ejemplo añadimos malos consejos… ¿Qué podemos esperar?
Con mis mejores deseos, feliz
Nochevieja y próspero Año Nuevo.
Fernando Monge
fmongef@gmail.com
29/diciembre/2019
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