domingo, 29 de diciembre de 2019

CEDA EL PASO


DANDO EJEMPLO




El cielo gris de una mañana templada se oscurece y las gotas de lluvia comienzan a mojar el suelo, los cabellos, las cazadoras, los chaquetones, los jerséis, las camisas… Los cambios de temperatura propician un variopinto vestuario… “Con este tiempo no sabes qué te vas a poner”. Algunos corren a cobijarse de la lluvia que va aumentando su espesor, otros, más precavidos, abren sus paraguas casi al mismo tiempo ofreciendo una multicolor coreografía, todos aceleran el paso… “Qué engorro de lluvia, si no fuera por la falta que hace”. Una mole de color carmín se detiene en la parada. Los usuarios comienzan a subir la escalerilla y van cerrando el paraguas que deja caer un fino hilillo de agua. Los agudos pitidos de la máquina validadora, el chasquido de los zapatos mojados, el crujir de los asientos, el carraspeo de las secas gargantas, algún esporádico estornudo son los sonidos inevitables del interior del autobús en una jornada lluviosa.


Parada en el semáforo. En el interior de los cristales, una fina película de vapor; en el exterior, pequeñas gotas de agua. La visión, aunque carente de nitidez, tiene suficiente claridad. Casi pegado al autobús, un coche gris metalizado espera que el semáforo le abra el paso. En su interior una joven mujer luce una melena de pelo castaño. El torso lo cubre con un suéter de color rojo con mangas largas. Apoya su mano izquierda en el volante y la derecha agarra un teléfono móvil que manipula con el dedo pulgar. Sobre su hombro descansa la cabeza de un pequeño que aparenta unos ocho años. Ninguno de los dos van sujetos con el cinturón de seguridad. Sonríen y contemplan con entusiasmo el Smartphone. El autobús reanuda la marcha dejando detrás al alegre dúo. El sonido de los cláxones interrumpe la “enternecedora” escena, y con gestos de desagrado y palabras que no atraviesan el grosor del cristal, la conductora da un acelerón y pone en marcha el pequeño vehículo… Los dos espectadores no dejan de mirar los contenidos que les ofrece la minúscula pantalla.

El autobús llega a la parada del parque. Ha cesado la lluvia, el cielo luce un suave color azul con ribetes blanquecinos y el sol acaricia los cuerpos con un agradable calorcillo. El paso de peatones regulado por semáforo aglutina a grupos de personas con camisetas deportivas. Entre los colores rojos, azules, verdes, amarillos… cuatro ciclistas muy bien equipados —cascos incluidos—  se disponen a cruzar la vía: Un hombre y una mujer que rondan los treinta años de edad, una niña que aparenta unos cinco años y un niño que no parece superar los siete, sin bajarse en ningún momento de sus bicicletas, cruzan a la acera de enfrente basculando entre los peatones que, en algunas ocasiones, tienen que detenerse o apartarse para dejar paso a los cuatro intrépidos velocipedistas. Se oyen algunas recriminaciones y el que puede ser el padre, que circula el último, exclama: “¡Cuidado con la gente!”. A la cabeza del pelotón, la que puede ser la madre espeta: “¡Qué ganas de protestar por todo!”. Los que seguramente son los hijos van aprendiendo a comportarse… Simultáneamente, un hombre corpulento con un mono azul, portando en bandolera una pequeña caja de herramientas, cruza pausadamente con su bicicleta asida por el manillar… Se oye el graznido de los patos que se acercan a la puerta del parque.

Termina el desfile de peatones y ciclistas, el semáforo se torna verde para los conductores y los vehículos comienzan a rodar con cierta lentitud. Casi todos giran a la izquierda en dirección al centro de la ciudad. A unos cincuenta metros, otro semáforo con su disco rojo, detiene la comitiva. Un automóvil de color azul precipita su marcha y se coloca delante de otro automóvil de color blanco. La brusca e imprevista maniobra obliga al conductor rebasado a frenar bruscamente y, al mismo tiempo, toca el claxon reprobando la actitud del imprudente. El imprudente, un fornido cuarentón, sale del coche y vocifera: “Qué pasa con tanto pitido” “No se puede ir a paso de tortuga”. “Si quieres te bajas del coche y lo hablamos”. El semáforo se abre de nuevo a la circulación y, ante la reprobación de los otros conductores y el concierto de bocinas, el valentón vuelve a meterse en su coche y se dirige al copiloto, un adolescente que no superara los catorce años: “¿Te das cuenta de cómo hay que hablarle a la gente enterada y protestona?” “¡Habrás visto que no ha sido capaz ni de contestar!” “¡Un cobarde!” El adolescente mira al hombre y se le transforma el rostro en un gesto de satisfacción y orgullo. “¡No hay quien pueda contigo, papá!”

Como diría el genial Paco Gandía, son tres casos verídicos de los que he sido mero espectador. Y ahora les voy a aportar  una cita pedagógica, educadora, psicológica… que todo eso era la psiquiatra feminista italiana María Montessori (1870-1952): “Tus hijos seguirán tu ejemplo… No tus consejos”. Pero si al mal ejemplo añadimos malos consejos… ¿Qué podemos esperar?

Con mis mejores deseos, feliz Nochevieja y próspero Año Nuevo.

Fernando Monge
fmongef@gmail.com
29/diciembre/2019

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