domingo, 23 de septiembre de 2018

CEDA EL PASO


              TRANSPORTE PÚBLICO Y BIENAL DE FLAMENCO





La tarde del 9 de septiembre se presentó soleada y bochornosa, algunos nubarrones negros alteraban la celeste limpidez del cielo; bajo las mustias hojas de los árboles de la acera, enfilamos el camino hacia la parada del autobús urbano. En la acristalada marquesina, una mujer madura consultaba la aplicación del Servicio de Transporte Urbano de Sevilla; un chico y una chica fijaban la vista en sendos móviles y movían sus pulgares con soltura, apoyados en el borde metálico; una joven pareja hacía gestos de impaciencia, cuando el autobús dominical asomó por la esquina de la anchurosa calle.



Se abrieron las puertas, subimos los dos escalones, nos acercamos a la validadora y sonaron los pitidos de las tarjetas multiviajes. Los asientos vacíos invitaban a sentarse. En los días festivos, se reduce la flota, aumentan los tiempos de espera, pero disminuyen los agobios por la bulla. Mi esposa y yo hicimos el recorrido en animada charla hasta el Prado de San Sebastián.

Foto: Fernando MONGE
Nos bajamos en la última parada y dimos un tranquilo paseo por la calle San Fernando. El Metrocentro se desplazaba por sus raíles entre gente que caminaba sin prisas o montaba en bicicleta. Junto a la pared, veladores  y sillas ocupadas por jóvenes y menos jóvenes. A la izquierda, la Real Fábrica de Tabacos —sede del rectorado de la Universidad—, el edificio regionalista del hotel Alfonso XIII… A la derecha, los Reales Alcázares, la hermosa fuente de la Puerta de Jerez… Y al fondo, la albarrana Torre del Oro.

Allá por el mes de abril, cuando nuestra afición al cante flamenco nos movió a sacar las entradas, vía internet, para algunos espectáculos de la Bienal, teníamos claro que, como siempre que nos desplazamos al centro de la ciudad, utilizaríamos el transporte público para llegar hasta el Teatro de la Maestranza, arguyendo poderosas razones: la comodidad de prescindir del coche, la contemplación pausada de los bellos edificios del casco antiguo, la conservación del medio ambiente…

Con todos los respetos a las corrientes innovadoras del mundo flamenco que, por supuesto, son de mi gusto y cuentan con mi admiración, creo que esa noche el Maestranza ofreció un brillante homenaje al cante por derecho, a la pura esencia del cante jondo.
Comenzó el espectáculo con José de la Tomasa cantando por tarantos, después, bordó las alegrías, las seguiriyas y los fandangos de la casa. La primorosa guitarra de José Ramón Caro y su voz fueron los únicos ingredientes para poner de manifiesto que las facultades y el pellizco son argumentos suficientes para llenar un escenario.

A continuación, apareció en el estrado la bailaora Pepa Montes. Bailó con solera, con temple, sus brazos subían al cielo y sus manos alcanzaban los luceros. La armonía y el duende de su cuerpo flamenco vibraron con la guitarra del veterano Ricardo Miño, marido de la artista, y con el cante por alegrías y bulerías de Arcángel y Segundo Falcón, todo un lujo.

Y llegó Calixto Sánchez. El ganador del primer Giraldillo del Cante (1980), otorgado por la Bienal, cantó por soleá de Alcalá, acompañado por el virtuoso guitarrista Eduardo Rebollar… tras una entusiasta y cerrada ovación, pasó de la mágica lentitud de los tientos a los tangos festeros, interpretó una magistral seguiriya y como colofón, con sentimiento y poder... el martinete.

El teatro se iluminó y, compartiendo comentarios con nuestra pareja de amigos y habituales contertulios, nos situamos en el paseo de Cristóbal Colón. Después de una cordial despedida, nos dirigimos al barroco Palacio de San Telmo. Los vehículos blancos, con la diagonal franja amarilla en las puertas traseras, esperaban la llegada de los usuarios, las luces verdes de sus pilotos brillaban junto al magno edificio… Eran los taxis, otra alternativa de servicio público —más caro, pero más rápido y más cómodo—. Ya en el auto, divisamos las torres iluminadas de la Plaza de España... La voz del cante, el taconeo de la bailaora y los acordes de la guitarra permanecían como un acariciante susurro en nuestros oídos…

Con mis mejores deseos, hasta el próximo artículo.

Fernando Monge
23/septiembre/2018
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