Todos los años, en verano,
hago unos cuantos viajes hacia Levante y cada año me llevo nuevas sorpresas
sobre el tráfico y las carreteras en esa zona de España. Con el paso de los
años las carreteras han mejorado mucho, incluso se ven excesos en algunas
regiones de la zona costera.
Hace unos pocos años solo
había una buena carretera para ir a Valencia, otra para Alicante y para llegar
a la zona de Málaga resultaba algo más complicado. Y ahora casi para cada provincia costera hay
una carretera desdoblada desde Madrid. Eso ha supuesto fuertes inversiones, una
parte de ese déficit que España arrastra.
Sin embargo, todas esas
inversiones no han logrado que se mejore la circulación y, sobre todo,
conseguir una conducción más tranquila y serena. Un primer ejemplo es la
carretera de Valencia, la A3. Es una autovía con un trazado razonablemente
bueno, pero que tiene un problema: en los meses de verano tiene mucho tráfico y
precisamente en los meses de verano es cuando se hacen todas las obras de
mantenimiento.
Este año había al menos doce
o quince tramos señalizados como de obras, con velocidades límite de 100, 80 y
60 km/h. Pero es lo mismo que ocurre todos los años, que las obras se hacen
entre junio y octubre, en los momentos de máxima circulación. Los conductores,
además, están hartos de estas obras, y como casi nunca hay un radar en esas
zonas, aunque sean muy peligrosas, mantienen la misma velocidad de 120 km/h. O
lo más que hacen es levantar un poco el pie del acelerador y la dejan en 100 o
110 km/h. Pero ni un solo coche, ni camión, ni tampoco autobús, baja de los 100 km/h y les repito que el
límite es de 60 km/h.
Es una auténtica locura que
los coches estén haciendo desvíos muy peligrosos y estrechos, con muros de
hormigón a ambos lados, y a 120 km/h. Pero si uno frena “le pasan por encima”
el resto de los vehículos. Pero lo que tampoco tiene ningún sentido es que cada
año se tarde más en llegar al destino en la costa y que cada vez sea más
peligroso el viaje.
Para completar la falta de
serenidad en las carreteras españolas, el ministerio de Fomento ha llenado esa
carretera, y todas las de España, de señales con límites de velocidad
diferentes del genérico de 120 km/h para una carretera de tipo autovía. Y el
resultado es el caos más absoluto: la gente circula a 120 km/h en las zonas más
conflictivas de obras y cuando se llega a una zona normal se sube a 130 o 140
km/h. Y eso es genial para la DGT porque empiezan a caer multas, multas y más
multas con los radares instalados.
Cuando la DGT ha alabado en
varias ocasiones el uso de los programadores de velocidad en los coches yo creo
que lo ha hecho con cachondeo. Es imposible hacer el recorrido entre Madrid y
Valencia llevando más de diez minutos seguidos el programador de velocidad en
120 km/h, pero no porque haya muchos coches, sino porque hay cientos de señales
de limitación de velocidad específicas que acaban volviéndonos locos hasta que
“pasamos” de ellas.
Cuando se llega a la
carretera A7, la autopista de la costa, es una vergüenza. Carretera de tres
carriles y arcenes al menos en la zona entre Valencia y Alicante, con bastante
tráfico en los meses de verano y en horas punta. Con una cierta frecuencia hay
señales de limitación específicas de 100 km/h, que parecen puestas al azar
porque no hay ninguna razón para limitar la velocidad en esa zona por un cruce
o por una salida. Bueno, en realidad si hay un razón importante, un radar
perfectamente instalado en el lateral de la autopista que va sumando y haciendo
caja.
Les hablaba al principio de
que hay carreteras que son excesivas. Hace años el recorrido entre Lorca y
Aguilas era una carretera sin desdoblar por la que se circulaba a 90 km/h.
Ahora es una flamante carretera de calzada desdoblada de 110 km/h, pero en la
que hay una buena parte del recorrido limitado a 100 km/h y unas cuantas zonas
de 80 km/h. En ese recorrido hay dos radares fijos, en las zonas de 80 km/h, y
un radar móvil de la Guardia Civil que hace su agosto en los meses veraniegos.
Incluso en la subida, aún mucho menos peligrosa, hay un radar fijo.
La pregunta que yo me hago
cada año cuando hago estos viajes hacia la zona de Levante es si realmente
merece la pena tener estas carreteras, haber mejorado mucho en infraestructuras
para que cada vez circulemos más despacio y con menor serenidad.
Cuando un conductor alemán
hace un viaje por su país, lo hace con mucha serenidad, tiene buenas
carreteras, buenos coches, unos conductores a su alrededor que saben circular
por la derecha y dejar distancia de seguridad, señalizar las maniobras, mirar
el retrovisor. Llega tranquilo a su destino porque todo funciona bien, salvo
que haya un accidente.
España es el polo opuesto.
El conductor español que sale de Madrid, por ejemplo, con su familia y en su
coche para ir a una ciudad costera, va permanentemente con el miedo en el
cuerpo. Miedo por el estado de las carreteras, por la falta de mantenimiento o
en el caso de la A3 de Madrid a Valencia por el excesivo mantenimiento que
“sufre” todos los veranos, por el exceso brutal de señales de tráfico que
llenan las carreteras de límites y de avisos que no sirven más que para
despistar. Por los conductores, que en general cumplen poco las normas y sobre
todo la de mantener la distancia de seguridad.
Y por supuesto por los
radares que, tanto en su versión fija en los pórticos como en los que llevan
cada día más coches de la Guardia Civil, han tomado las carreteras españolas.
Esos radares son una auténtica lotería para los conductores.
Este mes de agosto he hecho
cuatro viajes a distintas zonas de Levante, incluso uno de ellos con un
detector de radar que todavía es legal en el coche y quería probar cómo
funciona. No he cometido ningún exceso en esos viajes, pero el próximo mes
tendré que estar pendiente por si llega una multa, o dos, o tres. Y lo mismo
les ocurre a todos y cada uno de los conductores que hayan hecho algún viaje
por cualquier zona de España este verano.
Pero esto tiene que cambiar.
Más educación vial para los niños desde párvulos, más formación para los
conductores, más cursos de perfeccionamiento y sobre todo menos señales de
tráfico. Un experto en seguridad vial comentaba hace unos meses que los
consejos para los conductores deben ser muy escuetos, un solo consejo y muy
fácil de aprender, pero no un listado porque al final se olvidan.
Y con las señales de límite
de velocidad pasa lo mismo. Si es una autovía, el límite es de 120 km/h. Si hay
una zona con tres curvas peligrosas, pero de verdad, entonces hay que poner
veinte señales de 80 km/h para que todo el mundo las vea y pase despacio… pero
sobre todo hay que quitar esas curvas peligrosas lo antes posible.
En el puerto de Somosierra,
en el límite de la Comunidad de Madrid,
hay una bajada con una señal de 80 km/h muy poco visible y un radar que caza a
casi todos los coches que pasan por allí. En la bajada de la carretera de
Valencia, la A3, hacia la costa, hay una señal de 100 km/h, una solo, y tres
radares diferentes por si acaso algún despistado no ha visto la señal. Pero
esto se tiene que acabar.
Carlos Cancela/elConfidencial
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