Hoy en día el telemarketing se ha vuelto una de las
disciplinas más molestas e intrusivas de los departamentos de ventas. Por culpa
de la poca profesionalidad de los que realizan las llamadas, junto con la falta
de escrúpulos de los gestores de call-centers, esta forma de vender se ha
convertido en un concepto negativo y desagradable. Pero no siempre fue así.
En 1962, los vendedores de coches tenían un problema: los
clientes no acudían en suficiente número a las exposiciones de automóviles
estadounidenses, con lo que no lograban un número de prospectos adecuados para
poder desarrollar su trabajo.
Fue entonces cuando el creativo vicepresidente de
Ford, Lee Iacocca, diseñó un sistema de concertación de citas para sus 23.000
comerciales. Mediante señoritas que llamaron por teléfono a cerca de 20
millones de posibles compradores, consiguió para toda su red comercial al menos
dos entrevistas de ventas diarias para cada agente. De ese modo, las ventas
crecieron como la espuma; y en muchos otros sectores se dispusieron a copiar un
sistema que ya había sido empleado en el siglo XIX por el pastelero berlinés
Kranler para contactar con los 180 abonados que aparecían en el listín
telefónico de la ciudad.
Del éxito del telemarketing tenemos testimonios directos
todos los días con las molestas llamadas telefónicas de compañías de móviles e
Internet. Pero Lee Iacocca no solo pasará a la historia por eso, ya que el
controvertido ejecutivo fue uno de los líderes más emblemáticos de la historia
de la automoción americana. Empezó su carrera como vendedor, algo adorado en
Estados Unidos, que admira por encima de todo a los hombres hechos a sí mismos,
que han empezado desde abajo. Pese a que se había formado como ingeniero
industrial, desde sus comienzos profesionales se decantó por el marketing y las
ventas.
Su ascenso fue meteórico siendo nombrado en 1960
vicepresidente y director general de Ford. Muy pronto comprendió que el declive
del mercado nacional venía causado por la importación de automóviles, que cada
vez alcanzaban mayor cuota de mercado. Esa obsesión nacionalista, muy del gusto
del americano medio, le hizo decantarse por posiciones económicas
proteccionistas que vieron su momento álgido durante el gobierno de Ronald
Reagan, época en la que él mismo estuvo tentado de presentarse a la presidencia
de Estados Unidos (la portada de la revista Time de esa época llegó a titular
una gran foto suya con la frase: “a Norteamérica le encanta escuchar lo que
dice Lee”).
En los años ochenta supo ver con facilidad que la gran
amenaza venía de Japón, algo que le sirvió para idear una de las campañas de
marketing más agresivas que se conocen: “¿quién podría desear que los japoneses
acabasen arruinando a una de las tres grandes empresas norteamericanas?”.
Conocía perfectamente las necesidades de sus clientes y, cuando no apelaba al
patriotismo de la Segunda Guerra Mundial, se dedicaba a ofrecerles lo que ellos
querían. Por eso pensó que el cliente estadounidense de clase media aceptaría
de buen grado un deportivo llamativo y bonito, aunque tuviese un motor de lo
más corriente, siempre que fuese barato. Fue cuando lanzó el Ford Mustang, uno
de los grandes éxitos de ventas de la compañía.
Su personalidad excesiva, muy alejada de la gris actitud
de los directivos de los setenta, provocó que tuviese serios encontronazos con
Henry Ford II, quien en 1978 le terminó despidiendo humillantemente. Aquella
salida le hizo aparecer ante el pueblo como un hombre más cercano, que sabía sobreponerse
a las dificultades de la vida. Porque muy pronto fue contratado por Chrysler
para que reflotara la empresa. La apuesta era desesperada, pero también lo era
la situación de la marca y de Iacocca. Gracias a su capacidad de gestión, a su
creatividad (lanzó el primer monovolumen al mercado), y a su imagen respetada,
consiguió el apoyo de las autoridades que le insuflaron las ayudas económicas
que necesitaba la corporación para sobrevivir.
En los ochenta, Lee Iacocca era uno de los ejecutivos más
admirados. Pero como en la vida de cualquier persona que no pasa desapercibida
por su genialidad, también hay claroscuros. Algunos le han acusado de ser excesivamente
personalista, llegando a aparecer en los anuncios de su propia compañía, como
vemos en los dos vídeos que acompañan a este post. Junto a eso, algunos
expertos en economía le han criticado que instauró una nueva forma de gestión
muy seguida por los grandes ejecutivos estadounidenses que basaban la parte
variable de su remuneración en el cobro masivo de stock options. Dicha forma de
retribución, teóricamente ligada a los resultados de las empresas que
gestionaban, provocaron desmanes contables orientados directamente a manipular
la cotización real de las acciones en bolsa, y que desembocaron en quiebras
estrepitosas como las de Enron o Worldcom.
Wanderer 75
Wanderer 75
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Solo comentarios relacionados con la información de la página.