domingo, 20 de noviembre de 2022

CEDA EL PASO

 

“EL VAQUERO”

 




Los primeros rayos del sol penetran en el pequeño establo. “El Vaquero”, como le llaman en el lugar, se afana en el ordeño de las vacas. La fría mañana de finales de noviembre, cuando el mes ha llegado a la veintena, no arredra la persistente actividad de ese gigante que, como todos los días del año, se ha levantado a las seis de la mañana.


Sale del cobertizo en dirección a la cocina. Cerca de la hornilla, está su esposa que, mientras prepara con esmero el desayuno para los cinco miembros de la familia, mira cómo su desenvuelta hija acerca los cubiertos a la mesa. Cuando en el reloj del Ayuntamiento suenan las nueve campanadas, todos los comensales están sentados en sus sillas de anea, rodeando la gran mesa camilla que desprende el calor de un enorme brasero. Encima del tablero, se ve una colmada jarra de leche, una cafetera, una bandeja repleta de rebanadas fritas y pan tostado que, con otros manjares, componen el condumio de esas criaturas que agarran y contemplan sus correspondientes jarrillos de lata.



Cuando termina el desayuno, “El Vaquero” enciende un cigarrillo, se acomoda en la silla y un dulce adormecimiento le proporciona una sucesión de imágenes: su esposa, una esbelta cuarentona vestida de negro, cocina o acude al mercado para realizar la compra; su hijo mayor, un espigado mozo que tiene diecisiete años, se dirige al establo para limpiarlo y reponer el pienso de los animales; su hija, una atractiva quinceañera con el pelo ensortijado y la tez morena, se entrega a las tareas de la casa o despacha la leche a su fiel clientela en el zaguán de la vivienda; el hijo pequeño, que aún no ha cumplido los nueve años, camina con su carpeta y su cabeza rapada en dirección a la Escuela Unitaria de Niños.

El hombre se incorpora, apaga el cigarrillo y se dirige al aseo para rasurarse la barba. Durante algunos segundos, se contempla en el espejo de marco dorado. “El Vaquero” es muy alto y enjuto. En su alargada cara, tiene una nariz aguileña y unos ojillos marrones que resaltan sus grandes orejas. Su atuendo muestra el color gris, rodea su cintura con una llamativa faja de color negro y cubre su cabeza con un sombrero que avejenta sus cuarenta y cinco años.

Tras recoger, con cierta parsimonia, los utensilios de afeitar y ajustarse el sombrero, se dirige a la boyera para compartir la faena con su primogénito.

Como le ocurrió a “El Vaquero”, un cierto adormecimiento, cuando veía en la televisión el ganado vacuno que correteaba por una dehesa, me transportó a otra época, ya lejana, en la que los trabajos de los hombres y las mujeres del mundo rural no conocían muchos de los avances de la ganadería, de la agricultura y de la vida doméstica que vendrían después.

Con mis mejores deseos, saludos cordiales.

Fernando Monge

20/11/2022

fmongef@gmail.com

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Solo comentarios relacionados con la información de la página.