En 1925 , André Citroën se sorprendió a París y al mundo entero se iluminó por primera vez la Torre Eiffel con su nombre.
Una historia que nació de un encuentro casual con un italiano, Fernando Jacopozzi.
En 1927, la torre iluminada con el nombre de “CITROËN” guió hasta París al aviador Charles Lindbergh en su vuelo sobre el Atlántico entre Nueva York y París.
La Torre ilumina Eiffelda, visible desde 40 km de distancia, se describió en la prensa de la época como “una gran antorcha dorada que se enciende cada noche”.
A los pies de la torre, una pequeña central eléctrica de 1.200 kW con 14 transformadores generaba corriente alterna con una tensión de 12.000 voltios.
La iluminación y los juegos de luces se gestionaban mediante un teclado controlado por un operador que se encontraba en una cabina en el segundo piso de la Torre Eiffel.
El proyecto de la Torre Eiffel iluminada nació de un encuentro casual entre dos hombres extraordinarios. En 1914, las tropas alemanas avanzaron rápidamente hacia el corazón de Francia y el Ministerio de la Guerra pidió a los industriales, reclamados en el frente para alistarse como soldados, que volvieran a la retaguardia para desarrollar tareas estratégicas de acuerdo con sus posibilidades y su capacidad .
El Ministerio organizó un encuentro de industriales en su sede y entre los presentes había importantes representantes de las marcas automovilísticas francesas como André Citroën. Entre los asistentes se encontró también un italiano que vivía desde hacía tiempo en París: Fernando Jacopozzi, un florentino nacido en 1877 que trabajaba como decorador especializado en un nuevo arte, el de la iluminación eléctrica.
Si a París se le llamó la ciudad de la luz, no era por casualidad: cada tarde, en el centro de la ciudad se encendían y resplandecían miles de luces de colores en los carteles exteriores de numerosos locales y, además, se iluminaban la mayoría de los monumentos y los puntos de interés turístico. Jacopozzi, en particular, había iluminado el Arco del Triunfo, la Columna de la Place Vendome e incluso la catedral de Notre Dame con un entramado de luces que cada noche ponía de relieve las formas de estos monumentos inmortales.
Fernando Jacopozzi se encontró en aquella sala del Ministerio de la guerra había recibido un importante y secreto encargo porque: los Zeppelin alemanes habían demostrado ya su elevada capacidad de bombardeo (característica que se mantendría con el paso de los años) gracias a que eran casi imposibles de detectar y de interceptar por los cazas de la época y por los cañones antiaéreos a causa de la altura elevada a la que volaban. Al ser París una ciudad muy fácilmente visible desde el aire era necesario un señuelo de modo que se encargó a Jacopozzi “reconstruir” con sus bombillas una réplica de la ciudad en el vecino bosque de Fontainebleau para engañar, de este modo, a los dirigibles alemanes .
Con motivo de esa reunión, André y Fernando se conocieron y se prometieron reencontrarse después de la guerra para llevar a cabo alguna acción de manera conjunta.
Pasaron los años y en 1922 el mundo había cambiado mucho con respecto a ocho años antes: la Gran Guerra había finalizado y los dirigibles alemanes se habían reconvertido en naves de transporte y André ya no fabricaba granadas, sino automóviles: el célebre 10 HP y el novísimo 5 HP estaban motorizando Francia y Europa entera gracias a los ahorros generados con la producción en gran serie importada por André Citroën desde Estados Unidos.
Mientras tanto, el “mago de las luces”, Fernando Jacopozzi, había vuelto a sus monumentos con el objetivo de iluminar un símbolo de la capital francesa, ni más ni menos que la “Dama de Hierro”, la Torre Eiffel. Así, un día de 1923, el italiano llamó a la puerta de André Citroën para plantearle un proyecto.
Su idea era simple: con solo 200.000 bombillas, 100 km de cable y una pequeña central eléctrica que se accionaría con el agua del Sena, se podría escribir el nombre de “Citroën” en los cuatro lados de la Torre Eiffel que se convertiría, de este modo, en el cartel luminoso más grande del mundo.
André Citroën dudó durante algunos minutos puesto que la Torre Eiffel era uno de sus sueños de infancia y había asistido a toda la evolución de los trabajos de construcción que podía ver desde la ventana de su casa. Más tarde, había iniciado su actividad en el muelle de Javel, prácticamente debajo de la Torre y tenía además muy avanzada la idea de utilizarla como antena para su proyecto de “Radio Citroën”.
La propuesta de Jacopozzi, pese a ser extremadamente interesante, era todavía demasiado cara y, en ese momento, André Citroën había concluido una enorme inversión en el utillaje de fabricación de sus coches, en particular con la compra de las titánicas prensas de chapa americanas para los monocascos. Otros gastos, ya en curso, le impedían, en teoría, destinar una suma tan importante al proyecto del italiano. De todos modos, y pese al elevado presupuesto, André Citroën supo reconocer la rentabilidad a largo plazo de una inversión como esa y finalmente obtuvo la propuesta de Jacopozzi.
Los trabajos se iniciaron de manera inmediata: un pequeño ejército compuesto por trabajadores de circo (trapecistas y malabaristas), exmilitares de la Marina francesa, escaladores y acróbatas de todo tipo, inició el montaje de la estructura con las bombillas en los cuatro lados de la Torre, mientras que junto al monumento se construía una central eléctrica de 1.200 kW capaz de alimentar la instalación completa.
El encendido tuvo lugar el 4 de julio de 1925. No está documentado que fuera el propio André quien lo hizo puesto que sus hijos dieron dos versiones distintas: una era que se encontró en un Bateau-Mouche surcando el Sena y la otra, que se estuve viendo el encendido desde la Explanada del Trocadaro, pero en cualquier caso André seguramente tenía en sus manos una copa del mejor champán para brindar por el encendido de aquella Torre que tanta notoriedad daría al Double Chevron , que permanecería encendida hasta 1934 y que además guio a Charles Lindbergh en la parte final de su vuelo en solitario y sin escalas entre Nueva York y París.
El 21 de mayo de 1927, poco después de las diez de la noche, el Spirit of Saint Louis, el monoplano pilotado por Charles Lindbergh, aterrizó en el aeropuerto parisino de Le Bourget después de sobrevolar el Atlántico en solitario durante 33 horas y media y permitiendo que este aviador de 25 años entrara en la historia por la puerta grande. Los franceses estaban exultantes por el coraje del aviador americano, pero uno de ellos fue especialmente atraído por otro aspecto de esta importante hazaña: su elevado potencial en el ámbito de la comunicación. André Citroën tenía unas excelentes relaciones con el embajador estadounidense Myron Herrick y después de varios días de frenéticas gestiones se decidió que el 27 de mayo de 1927, Charles Lindbergh visitara la fábrica de Citroën del muelle de Javel.
En muy pocos días, lo que hoy llamaríamos el servicio de comunicación de Citroën organizó un evento a la altura de tan importante invitado: se convocó a la prensa, se instalaron un escenario y una tribuna en el patio de la fábrica y finalmente se preparó un “vial de honor” delimitado por vallas por el que un cortejo capitaneado por André Citroën y el propio Lindberg atravesó los dos edificios de la fábrica aclamado por los trabajadores de Citroën. Finalmente, en la Sala de Honor de Javel se realizó un gran mural decorativo y una gran instalación floral para ambientar, como merecía, la comida de gala.
A primera hora de la tarde, Lindbergh entró en la fábrica de Citroën, donde André y su fiel brazo derecho Georges-Marie Haardt le recibieron y le acompañaron a visitar la cadena de montaje en plena producción. Los operarios ensamblaron en pocos minutos delante del huésped una carrocería ya medida que el pequeño grupo avanzaba entre los diferentes talleres de la fábrica un campanero advertía a los operarios de la llegada de la comitiva. La visita terminó en la plaza central de los establecimientos de Javel donde 10.000 personas, entre trabajadores, encargados y líderes recibieron con una ovación a Citroën, Haardt, Lindbergh y Herrick que subieron al escenario para pronunciar sendos discursos. André Citroën presentó a los trabajadores al héroe americano sin perder la oportunidad de presentarlo como un piloto y un excelente mecánico, igual que ellos mismos. Lindbergh, un hombre tímido y de pocas palabras, como él mismo admitía, dio las gracias (en inglés) por la calurosa acogida y explicó luego que hubiera preferido atravesar el Atlántico muchas otras veces antes que pronunciar un discurso frente a tanta gente. La visita terminó con una cena de honor, la firma en el libro de oro de visitantes y con un nuevo baño de masas para firmar autógrafos. Fue durante ese momento que Lindbergh explicó a los presentes que la iluminación de la Torre Eiffel le había guiado hacia París como si se tratara de un faro. La visita terminó con una cena de honor, la firma en el libro de oro de visitantes y con un nuevo baño de masas para firmar autógrafos. Fue durante ese momento que Lindbergh explicó a los presentes que la iluminación de la Torre Eiffel le había guiado hacia París como si se tratara de un faro. La visita terminó con una cena de honor, la firma en el libro de oro de visitantes y con un nuevo baño de masas para firmar autógrafos. Fue durante ese momento que Lindbergh explicó a los presentes que la iluminación de la Torre Eiffel le había guiado hacia París como si se tratara de un faro.
Con los años, la configuración escrita sobre la Torre Eiffel cambió y se cambió para diversos fines: en ocasiones se agregó la señal de un determinado modelo de Citroën, en otras se informó a los franceses de las condiciones meteorológicas gracias a un termómetro de 30 metros de altura y fue también utilizado para dar la hora gracias a un enorme reloj instalado en
1933, con un cuadrante de 20 metros de diámetro y unas agujas que se iluminaron después de la puesta del sol y que también fue el reloj más grande del mundo de aquella época.
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