domingo, 26 de julio de 2020

CEDA EL PASO


                     LA LIEBRE Y LA TORTUGA

La fábula es uno de los más antiguos géneros de la literatura universal. Se trata de un relato breve protagonizado por animales que se comunican como si fuesen personas —figura literaria llamada prosopopeya o personificación— y termina con una lección o enseñanza que recibe el nombre de moraleja. Entre los más famosos autores de este género está Esopo, escritor griego al que podríamos situar en el siglo VI a. C., digo podríamos, porque, igual que ocurre con Homero, existen serias dudas sobre si fue un personaje real. Pero no vamos a entrar en farragosos detalles y nos vamos a centrar en las fábulas que se le atribuyen. Concretamente, en este artículo, nos vamos a quedar con “La liebre y la tortuga” que, aunque de sobra conocida por todos los lectores, no está de más recordarla:
“Una liebre vio cómo caminaba una tortuga y comenzó a burlarse de su lentitud y de la longitud de sus patas. Sin embargo, la tortuga le aseguró que podía ganarle una carrera. La liebre, considerando que era imposible perder el reto, aceptó. Ambas pidieron a la zorra que señalara la meta y al cuervo que hiciera de juez y los dos asumieron esa responsabilidad.


El día de la competición, al empezar la carrera, las dos competidoras salieron al mismo tiempo. La tortuga avanzaba sin detenerse, pero lentamente. La liebre era muy veloz, y viendo que sacaba una gran ventaja a su rival decidió ir parándose y descansando de vez en cuando. Pero en una de las ocasiones el lagomorfo se quedó dormido… La tortuga, poco a poco, siguió avanzando… Cuando la liebre despertó, se encontró con que la tortuga estaba a punto de cruzar la meta, y aunque salió como un rayo, era demasiado tarde y el quelonio ganó la carrera".
La moraleja de esta fábula es que lo más importante en la vida es no rendirse y considerar que la perseverancia, la constancia y el esfuerzo nos llevarán al logro de nuestras metas, aunque sea poco a poco. En cambio, la arrogancia, la falta de constancia y la supervaloración de uno mismo nos privarán de muchas oportunidades e impedirán que alcancemos esas ansiadas metas.
¿Quién sería un conductor tortuga y quién sería un conductor liebre? Supongamos que tanto el primero como el segundo tienen que acerarse a un polígono industrial a comprar un accesorio para su hogar:
El conductor tortuga sale con suficiente antelación, sube al turismo, se ajusta el cinturón de seguridad, inicia la marcha y se dirige a su destino. En el recorrido, mantiene la velocidad que indican las señales, se detiene en los semáforos, aunque solamente estén en ámbar, se va acercado al carril derecho poniendo el intermitente cuando tiene que salir de una rotonda, no toca el claxon de manera intempestiva, no vocifera por cualquier pequeño fallo de otro conductor… Cuando llega al almacén, busca un aparcamiento lo más cercano posible al establecimiento, ocupa solamente una plaza y no impide la salida o entrada de otros vehículos.
El conductor liebre sale con el tiempo justo, sube al turismo e inicia el recorrido con un acelerón mientras intenta colocarse el cinturón de seguridad cuando se dirige al bar de la esquina para tomar un café. Deja el coche en doble fila y se encamina a la barra para reclamar que le sirvan rápido porque tiene prisa. Reanuda la marcha hacia el lugar de destino. En el recorrido, no respeta las limitaciones de velocidad, se salta algún semáforo en rojo, sale de la rotonda cuando le viene en gana, toca el claxon de manera intempestiva, vocifera todo lo que haga falta ante cualquier pequeño fallo de otro conductor… Cuando llega al almacén, aparca en la misma puerta, no le importa ocupar dos plazas y no le preocupa si su estacionamiento puede impedir la salida o entrada de otros vehículos.
Ustedes dirán que también habrá un término medio. Naturalmente que sí. “Se cuenta que la liebre, después de reflexionar y reconocer sus errores, desafió a la tortuga a una segunda carrera. La liebre corrió desde el principio hasta el final y, lógicamente, ganó —los rápidos y tenaces vencen a los lentos—. Se sigue contando que, tras la derrota, la tortuga también reflexionó, y le propuso a su rival otro desafío, pero por un camino diferente. La liebre aceptó y salió presurosa por el camino acordado, pero en el recorrido se encontró con un anchuroso río. La tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y consiguió la victoria —los que conocen sus ventajas, llegan los primeros—. Los dos animales terminaron trabando una buena amistad y decidieron repetir la última carrera corriendo en equipo: La libre cargó con la tortuga hasta llegar al río, la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y finalmente la libre volvió a cargar con la tortuga hasta llegar a la meta”.
Teniendo en cuenta que todas las personas contamos con virtudes y defectos, lo ideal es conocernos bien y aprovechar nuestras cualidades para llevar a buen término el logro de nuestras metas. Si disponemos de la velocidad de la liebre, la perseverancia, parsimonia y sagacidad de la tortuga, y dejamos a un lado la arrogancia y la supervaloración gratuita, mucho mejor.
Con mis mejores deseos veraniegos, saludos cordiales.

Si lo desean, nos reencontramos el domingo 13 de septiembre del presente año. Durante las próximas semanas, se repondrán los artículos más destacados de la temporada que acaba de finalizar (desde septiembre de 2019 hasta julio de 2020)

Fernando Monge
fmongef@gmail.com
26/julio/2020

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