LA LIEBRE Y LA TORTUGA
La
fábula es uno de los más antiguos géneros de la literatura universal. Se trata
de un relato breve protagonizado por animales que se comunican como si fuesen
personas —figura literaria llamada prosopopeya o personificación— y termina con
una lección o enseñanza que recibe el nombre de moraleja. Entre los más famosos
autores de este género está Esopo, escritor griego al que podríamos situar en
el siglo VI a. C., digo podríamos, porque, igual que ocurre con Homero, existen
serias dudas sobre si fue un personaje real. Pero no vamos a entrar en farragosos
detalles y nos vamos a centrar en las fábulas que se le atribuyen.
Concretamente, en este artículo, nos vamos a quedar con “La liebre y la
tortuga” que, aunque de sobra conocida por todos los lectores, no está de más
recordarla:
“Una
liebre vio cómo caminaba una tortuga y comenzó a burlarse de su lentitud y de
la longitud de sus patas. Sin embargo, la tortuga le aseguró que podía ganarle
una carrera. La liebre, considerando que era imposible perder el reto, aceptó.
Ambas pidieron a la zorra que señalara la meta y al cuervo que hiciera de juez
y los dos asumieron esa responsabilidad.
El día
de la competición, al empezar la carrera, las dos competidoras salieron al
mismo tiempo. La tortuga avanzaba sin detenerse, pero lentamente. La liebre era
muy veloz, y viendo que sacaba una gran ventaja a su rival decidió ir parándose
y descansando de vez en cuando. Pero en una de las ocasiones el lagomorfo se
quedó dormido… La tortuga, poco a poco, siguió avanzando… Cuando la liebre
despertó, se encontró con que la tortuga estaba a punto de cruzar la meta, y
aunque salió como un rayo, era demasiado tarde y el quelonio ganó la
carrera".
La
moraleja de esta fábula es que lo
más importante en la vida es no rendirse y considerar que la perseverancia, la
constancia y el esfuerzo nos llevarán al logro de nuestras metas, aunque
sea poco a poco. En cambio, la arrogancia, la falta de constancia y la
supervaloración de uno mismo nos privarán de muchas oportunidades e impedirán
que alcancemos esas ansiadas metas.
¿Quién
sería un conductor tortuga y quién sería un conductor liebre? Supongamos que
tanto el primero como el segundo tienen que acerarse a un polígono industrial a
comprar un accesorio para su hogar:
El
conductor tortuga sale con suficiente antelación, sube al turismo, se ajusta el
cinturón de seguridad, inicia la marcha y se dirige a su destino. En el
recorrido, mantiene la velocidad que indican las señales, se detiene en los
semáforos, aunque solamente estén en ámbar, se va acercado al carril derecho
poniendo el intermitente cuando tiene que salir de una rotonda, no toca el
claxon de manera intempestiva, no vocifera por cualquier pequeño fallo de otro
conductor… Cuando llega al almacén, busca un aparcamiento lo más cercano
posible al establecimiento, ocupa solamente una plaza y no impide la salida o
entrada de otros vehículos.
El
conductor liebre sale con el tiempo justo, sube al turismo e inicia el
recorrido con un acelerón mientras intenta colocarse el cinturón de seguridad
cuando se dirige al bar de la esquina para tomar un café. Deja el coche en
doble fila y se encamina a la barra para reclamar que le sirvan rápido porque
tiene prisa. Reanuda la marcha hacia el lugar de destino. En el recorrido, no
respeta las limitaciones de velocidad, se salta algún semáforo en rojo, sale de
la rotonda cuando le viene en gana, toca el claxon de manera intempestiva,
vocifera todo lo que haga falta ante cualquier pequeño fallo de otro conductor…
Cuando llega al almacén, aparca en la misma puerta, no le importa ocupar dos
plazas y no le preocupa si su estacionamiento puede impedir la salida o entrada
de otros vehículos.
Ustedes
dirán que también habrá un término medio. Naturalmente que sí. “Se cuenta que
la liebre, después de reflexionar y reconocer sus errores, desafió a la tortuga
a una segunda carrera. La liebre corrió desde el principio hasta el final y,
lógicamente, ganó —los rápidos y tenaces
vencen a los lentos—. Se sigue contando que, tras la derrota, la tortuga
también reflexionó, y le propuso a su rival otro desafío, pero por un camino
diferente. La liebre aceptó y salió presurosa por el camino acordado, pero en
el recorrido se encontró con un anchuroso río. La tortuga nadó hasta la otra
orilla, continuó a su paso y consiguió la victoria —los que conocen sus ventajas, llegan los
primeros—. Los dos animales terminaron trabando una buena amistad y decidieron
repetir la última carrera corriendo en equipo: La libre cargó con la tortuga
hasta llegar al río, la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su
caparazón y finalmente la libre volvió a cargar con la tortuga hasta llegar a
la meta”.
Teniendo
en cuenta que todas las personas contamos con virtudes y defectos, lo ideal es
conocernos bien y aprovechar nuestras cualidades para llevar a buen término el
logro de nuestras metas. Si disponemos de la velocidad de la liebre, la
perseverancia, parsimonia y sagacidad de la tortuga, y dejamos a un lado la
arrogancia y la supervaloración gratuita, mucho mejor.
Con mis mejores deseos veraniegos, saludos cordiales.
Si lo desean, nos reencontramos el domingo 13 de septiembre del presente año. Durante las próximas semanas, se repondrán los artículos más destacados de la temporada que acaba de finalizar (desde septiembre de 2019 hasta julio de 2020)
Si lo desean, nos reencontramos el domingo 13 de septiembre del presente año. Durante las próximas semanas, se repondrán los artículos más destacados de la temporada que acaba de finalizar (desde septiembre de 2019 hasta julio de 2020)
Fernando
Monge
fmongef@gmail.com
26/julio/2020
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