TRÁGICO ACCIDENTE
Los niños
se afanan en la disputa de una pequeña pelota de goma. La solería de la Plaza
de la Iglesia sirve de césped para el disputado partido. Dos piedras, en cada
uno de los extremos del recinto, son los postes de las provisionales porterías.
Los jugadores de un equipo se confunden con los del otro por el escaso colorido
de las indumentarias. Las camisas, los pantalones y los zapatos de diario
sirven para todo: para ir a la escuela, para jugar al fútbol o para visitar a
la abuela. El árbitro puede ser cualquiera de los futbolistas o, en algunos
casos, el menos hábil con el manejo de la pelota. El resultado es los de menos.
Esa escena pudo ocurrir a mediados o
finales de los años 50. Desde pequeño, he sentido una gran afición por el
fútbol, entre otras cosas, porque era el único deporte en el que podíamos participar
todos, sin necesidad de disponer de muchos medios: una superficie y una pelota…
Los balones de reglamento llegarían más tarde. Como jugador, aunque nunca tuve
que hacer de árbitro, no fui un virtuoso…
No pasé de jugar con los amigos, participar en algunos equipos que formábamos
en mi época de estudiante —amistosos en los
distritos de la ciudad o en las poblaciones cercanas— y terminar con partidos de fútbol-sala.
Como espectador, ya podemos hablar de
otra cosa. En mi adolescencia, que ya vivía en Sevilla, mi afición al fútbol me
convirtió en asiduo asistente a los partidos que jugaban el Betis y el Sevilla.
Al campo de Heliópolis iba por mi condición de bético y al campo de Nervión por
su proximidad a mi lugar de residencia. Lo cierto es que, en uno y otro
escenario —hablamos de la década de
los 60—, pude disfrutar de
momentos de buen fútbol y del virtuosismo de algunos protagonistas. Quino y
Rogelio con los colores vediblancos o Gallego y Baby Acosta con la camiseta
blanca. Ya por esa fecha, me hice con el carné de abonado del Betis y,
naturalmente, las asistencias al campo del Sevilla se hicieron cada vez menos
asiduas, hasta convertirse en visitas ocasionales.
Ya situados en la década de los 70,
la televisión nos ofrecía, cada vez con más frecuencia, encuentros de todos los
equipos… Disfruté con la genialidad de Julio Cardeñosa y con las galopadas del
incombustible Rafael Gordillo, jugadores béticos, y me entusiasmé con la
maestría del sevillista Julián Rubio. Y así sucesivamente hasta que, ya en el
siglo XXI, comenzó a brillar en el Sevilla un futbolista que debutó a los 16
años con su club, jugando en Primera División. Un jugador con velocidad,
técnica exquisita y privilegiada visión del juego. Cualidades que le
permitieron jugar en el Sevilla, el Arsenal, el Real Madrid, el Atlético de
Madrid, el Benfica… y convertirse en jugador de la selección española con la
que participó en la Copa Mundial de Fútbol de 2006… Un brillante palmarés con
más de una docena de títulos.
Sé que algunos no entenderán que en
una ciudad como Sevilla, en la que, con algunas excepciones que confirman la
regla, todo bético tiene algo o mucho de antisevillista, y todo sevillista
tiene algo o mucho de antibético —las respetuosas bromas,
las puyas o el mosqueo son la salsa de la eterna rivalidad en las tertulias
futboleras—, yo, que soy bético,
pueda estar ensalzando la figura de un jugador del eterno rival. Pues bien, el
motivo es que el fútbol es para mí, ante
todo, un deporte, y que la muerte del deportista José Antonio Reyes, al que no
conocía personalmente, ocurrida el día 1 de junio del presente año 2019, me
impactó. “Pero es que este año han fallecido béticos insignes”. Efectivamente,
y no me olvido de ellos, el gran compositor Rafael González-Serna —autor del himno del Betis — falleció el 26 de febrero y el mítico
futbolista Rogelio Sosa —la zurda de caoba— nos dejó el 21 de marzo, dos
luctuosos sucesos para la familia verdiblanca ocurridos este mismo año.
La diferencia, que es lo que me ha llevado a
escribir este artículo, está en que los dos béticos fallecieron de muerte
natural, “muerte que se produce por vejez o enfermedad y no por un accidente o
traumatismo violento”, y el sevillista falleció, precisamente, por un accidente
de tráfico… Un trágico accidente que
se ha llevado por delante la vida de una persona de 35 años de edad, con permanente
sonrisa de hombre bueno, y que nos ha dejado sin un magnífico futbolista —Aún
estaba en activo… Jugaba en el Extremadura, equipo de la ciudad pacense de
Almendralejo, que milita en la Segunda División de la Liga Nacional Española—.
El laberinto del tráfico rodado lo ha atrapado, o él se ha dejado atrapar. ¿Por
qué tenías tanta prisa, José Antonio? ¿Por qué nos has dejado? ¿Quizás
olvidaste que las pifias al volante de un vehículo no son como en el fútbol? En
el fútbol, las pifias suelen tener arreglo, y si no lo tienen… en las
competiciones deportivas, si unos pierden… otros ganan y, sobre todo, la vida
continúa… Pero la carretera no perdona, no
permite errores. Bueno, algunas veces,
sí los permite… otras, el asfalto se muestra implacable y se cobra vidas… la
tuya, la de uno de tus acompañantes, las graves heridas del copiloto… Aquí
todos perdemos.
Con mi ánimo entristecido, saludos cordiales.
Fernando Monge
16/junio/2019
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