domingo, 16 de junio de 2019

CEDA EL PASO


                                                               TRÁGICO ACCIDENTE



Los niños se afanan en la disputa de una pequeña pelota de goma. La solería de la Plaza de la Iglesia sirve de césped para el disputado partido. Dos piedras, en cada uno de los extremos del recinto, son los postes de las provisionales porterías. Los jugadores de un equipo se confunden con los del otro por el escaso colorido de las indumentarias. Las camisas, los pantalones y los zapatos de diario sirven para todo: para ir a la escuela, para jugar al fútbol o para visitar a la abuela. El árbitro puede ser cualquiera de los futbolistas o, en algunos casos, el menos hábil con el manejo de la pelota. El resultado es los de menos.


Esa escena pudo ocurrir a mediados o finales de los años 50. Desde pequeño, he sentido una gran afición por el fútbol, entre otras cosas, porque era el único deporte en el que podíamos participar todos, sin necesidad de disponer de muchos medios: una superficie y una pelota… Los balones de reglamento llegarían más tarde. Como jugador, aunque nunca tuve que hacer de árbitro, no fui un virtuoso…  No pasé de jugar con los amigos, participar en algunos equipos que formábamos en mi época de estudiante amistosos en los distritos de la ciudad o en las poblaciones cercanas y terminar con partidos de fútbol-sala.
Como espectador, ya podemos hablar de otra cosa. En mi adolescencia, que ya vivía en Sevilla, mi afición al fútbol me convirtió en asiduo asistente a los partidos que jugaban el Betis y el Sevilla. Al campo de Heliópolis iba por mi condición de bético y al campo de Nervión por su proximidad a mi lugar de residencia. Lo cierto es que, en uno y otro escenario hablamos de la década de los 60, pude disfrutar de momentos de buen fútbol y del virtuosismo de algunos protagonistas. Quino y Rogelio con los colores vediblancos o Gallego y Baby Acosta con la camiseta blanca. Ya por esa fecha, me hice con el carné de abonado del Betis y, naturalmente, las asistencias al campo del Sevilla se hicieron cada vez menos asiduas, hasta convertirse en visitas ocasionales.

Ya situados en la década de los 70, la televisión nos ofrecía, cada vez con más frecuencia, encuentros de todos los equipos… Disfruté con la genialidad de Julio Cardeñosa y con las galopadas del incombustible Rafael Gordillo, jugadores béticos, y me entusiasmé con la maestría del sevillista Julián Rubio. Y así sucesivamente hasta que, ya en el siglo XXI, comenzó a brillar en el Sevilla un futbolista que debutó a los 16 años con su club, jugando en Primera División. Un jugador con velocidad, técnica exquisita y privilegiada visión del juego. Cualidades que le permitieron jugar en el Sevilla, el Arsenal, el Real Madrid, el Atlético de Madrid, el Benfica… y convertirse en jugador de la selección española con la que participó en la Copa Mundial de Fútbol de 2006… Un brillante palmarés con más de una docena de títulos.

Sé que algunos no entenderán que en una ciudad como Sevilla, en la que, con algunas excepciones que confirman la regla, todo bético tiene algo o mucho de antisevillista, y todo sevillista tiene algo o mucho de antibético las respetuosas bromas, las puyas o el mosqueo son la salsa de la eterna rivalidad en las tertulias futboleras, yo, que soy bético, pueda estar ensalzando la figura de un jugador del eterno rival. Pues bien, el motivo es que el fútbol es  para mí, ante todo, un deporte, y que la muerte del deportista José Antonio Reyes, al que no conocía personalmente, ocurrida el día 1 de junio del presente año 2019, me impactó. “Pero es que este año han fallecido béticos insignes”. Efectivamente, y no me olvido de ellos, el gran compositor Rafael González-Serna autor del himno del Betis falleció el 26 de febrero y el mítico futbolista Rogelio Sosa la zurda de caoba— nos dejó el 21 de marzo, dos luctuosos sucesos para la familia verdiblanca ocurridos este mismo año.

La diferencia, que es lo que me ha llevado a escribir este artículo, está en que los dos béticos fallecieron de muerte natural, “muerte que se produce por vejez o enfermedad y no por un accidente o traumatismo violento”, y el sevillista falleció, precisamente, por un accidente de tráfico… Un trágico accidente que se ha llevado por delante la vida de una persona de 35 años de edad, con permanente sonrisa de hombre bueno, y que nos ha dejado sin un magnífico futbolista —Aún estaba en activo… Jugaba en el Extremadura, equipo de la ciudad pacense de Almendralejo, que milita en la Segunda División de la Liga Nacional Española—. El laberinto del tráfico rodado lo ha atrapado, o él se ha dejado atrapar. ¿Por qué tenías tanta prisa, José Antonio? ¿Por qué nos has dejado? ¿Quizás olvidaste que las pifias al volante de un vehículo no son como en el fútbol? En el fútbol, las pifias suelen tener arreglo, y si no lo tienen… en las competiciones deportivas, si unos pierden… otros ganan y, sobre todo, la vida continúa… Pero la  carretera no perdona, no permite errores. Bueno, algunas  veces, sí los permite… otras, el asfalto se muestra implacable y se cobra vidas… la tuya, la de uno de tus acompañantes, las graves heridas del copiloto… Aquí todos perdemos.

Con mi ánimo entristecido, saludos cordiales.

Fernando Monge
16/junio/2019
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