CIRCUITO EN AUTOCAR
Me encamino lentamente a la ventana de la sala de estar. Se
ha presentado un día fresco y húmedo de finales de noviembre. Los vehículos
aparcados, la tranquila carretera por la que transcurre el tránsito de las
horas tempranas, las solitarias instalaciones deportivas… se difuminan, aún, en
la enmarañada oscuridad. El olor a pan tostado, el sabor a flúor de la pasta de
dientes en el paladar, la frescura del gel en la cara húmeda, los suaves recorridos
de la hoja de afeitar… me regalan una placentera sensación de bienestar.
Enchufo el radiador de aceite, me siento en el sillón giratorio y enciendo el
ordenador portátil. Abro la carpeta de las entrañables fotografías y encuentro
lo que buscaba: el circuito en autocar
del año 2014.
Bajo un cielo
estrellado de una fría y seca mañana, caminábamos por la amplia acera.
Abrigados con el calor de los socorridos chaquetones, tirábamos de las maletas
que dejaban el monótono soniquete de las ruedillas en el ambiente sereno del
comienzo de la jornada. Tras recorrer un corto trayecto, llegamos a la
provisional parada del autobús. Después de una breve espera, colocamos el
equipaje en el enorme maletero y subimos la empinada escalerilla para situarnos
en los cómodos asientos. Con la recogida de otros pasajeros en distintos
lugares de la ciudad, comenzamos el viaje del festivo puente que se iniciaba
con la Constitución —6 de diciembre— y terminaba con la Inmaculada —8 de diciembre—.
—Por favor, pónganse el
cinturón. La sanción por no usarlo deberá abonarla el cliente —dijo la persona responsable del grupo.
El autocar circulaba
por la A-92, camino de la provincia de Almería… El sabor del anís dulce y de
las horneadas magdalenas despertaban a los soñolientos viajeros. Los primeros
rayos del sol atravesaban los cristales con su deslumbrante brillo.
—Haremos una parada para
desayunar, disponemos de tres cuartos de hora —dijo la mujer.
Algunos pasajeros ya
estaban en la puerta preparados para ser los primero en bajar, los primeros en
desayunar, los primeros en todo. A unos, les movía la necesidad fisiológica; a
otros, solamente, el afán de competir.
A la hora del almuerzo,
llegamos al hotel situado en los aledaños de Mojácar. Fue el comienzo de las
comidas en el bufé, de las visitas a los bellos lugares almerienses, de las
subidas y bajadas por la escalerilla excesivamente empinada del autobús, del
reparador sueño, de los inevitables madrugones…
En la comarca del Levante
Almeriense, Mojácar presume de su reconocida belleza: el Indalo —“Indal, dios protector y poderoso”—, figura de un hombre con
los brazos extendidos formando un arco sobre su cabeza, aparece en cualquier
lugar de la población mojaquera. Entre las callejuelas estrechas de casas
encaladas y el colorido de las macetas en las blancas paredes, atravesamos la llamada “Puerta de la ciudad” con su arco
de medio punto, nos detuvimos en la Plaza del Parterre —antigua necrópolis árabe—, justo al lado de la
iglesia de Santa María… En la Plaza Nueva nos encontramos con el mirador del
Castillo: contemplamos la azul belleza del Mediterráneo, los colores silvestres
de la sierra y escuchamos la leyenda de Walt Disney —cuenta que era hijo de una joven lavandera del lugar—.
Al día siguiente, 7 de diciembre,
una soleada mañana nos brindó la belleza de otro pueblo del levante de la
provincia de Almería: Cuevas de Almanzora. El castillo del Marqués de los Vélez
—construcción defensiva del siglo XVI y símbolo del municipio cuevano—, la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación del siglo XVIII —declarada Monumento Histórico y Artístico Nacional—, el Museo de Arte Contemporáneo, la Cueva-Museo…
Con una temperatura
casi primaveral, y sin dejar la zona del levante oriental, llegamos a Vera. La
plaza de toros del siglo XIX —estilo mudéjar y
fachada construida en piedra y arenisca—, sus glorietas, sus parques de
palmeras, sus ermitas, el calor en la garganta del vino tinto del porrón cristalino…
¡Qué gratos momentos!
La carretera curvilínea, que nos llevó
a Carboneras en la calmosa tarde de ayer, seguía bullendo en nuestras mentes,
cuando llegamos a la Región de Murcia el 8 de diciembre. El cielo azul
acicalaba la singular belleza del municipio de Águilas. Desde el castillo de
San Juan —fortificación militar del siglo XVIII, construido en lo alto de una loma—,
divisamos las caricias de las aguas del mar a la orilla aguileña, bajo un velo
adornado con tenues nubecillas grises… ¡Qué
bella postal!
Las copas doradas se elevaron en un
brindis de amistad y agradable convivencia. Después del último almuerzo del
periplo, emprendimos el viaje de vuelta; 450 kilómetros nos separaban de la ciudad
hispalense. En el regreso, hubo tiempo de todo: Amena conversación, plácidos
sueños, parada para la merienda, algunas retenciones del tráfico por la
operación retorno, repaso a las fotografías del teléfono móvil… Cuando nos
bajamos del autobús, la luz de la tarde había dado paso a una noche de luna menguante
en el cielo de Sevilla.
Cierro
la carpeta de las fotografías… Con las imágenes pululando entre los bellos
recuerdos, pienso que el circuito en
autocar, con sus ventajas e inconvenientes, es una excelente opción a la
hora de viajar.
Saludos cordiales, y a disfrutar del puente que se avecina.
Fernando Monge
2/diciembre/2018
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fmongef@gmail.com
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