TOLERANCIA
Después de analizar la
coherencia y la perseverancia, lo vamos
a intentar, para completar esta trilogía, con la tolerancia. Una aproximación
al concepto de tolerancia, con la habitual consulta al diccionario de la RAE,
nos puede ayudar a enfocar este artículo. En este caso, muestra el diccionario
seis entradas, pero nosotros nos quedamos con la que parece que define mejor lo
que pretendemos: “Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás
cuando son diferentes o contrarias a las propias”.
Las personas tolerantes están
dotadas de amplitud de pensamiento —mente abierta— que les permite ver factores
positivos y enriquecedores en la diversidad. Son personas seguras de sí mismas,
de convicciones firmes y, precisamente por eso, son condescendientes con las
diferencias étnicas, políticas, sexuales, sociales… Saben escuchar, comprenden
a los demás y crean a su alrededor una atmósfera de equilibrio y conciliación.
Y por supuesto, exponen sus ideas siempre que sea necesario y, de la manera más
civilizada, rebaten a su interlocutor o interlocutores cuando no están de
acuerdo con lo que ven o escuchan.
Con la pertinente aclaración
de que no debemos confundir tolerancia con permisividad —tolerancia excesiva—;
y que, por consiguiente, los delitos de violencia, de estafa, de tráfico… No
pueden merecer nuestra tolerancia, pasamos a desgranar su antónimo… La
intolerancia.
La intolerancia, que es propia
de la persona insegura o con mente estrecha, genera malestar y discordia en el
ámbito social y, por este motivo, se puede convertir en caldo de cultivo para
que ocurran infortunados sucesos en la vía pública, que pueden desembocar en
lamentables accidentes…
Si consideramos que la
conducción de un vehículo lleva implícito un cierto peligro, este peligro
aumenta cuando el conductor es una persona intolerante, porque su carácter le
lleva a pensar que es mejor conductor que los demás, que es la única persona
que transita y que las normas de tráfico deben ajustarse a su gusto y medida… Y
como esa actitud genera fatiga, se vuelve cada vez más intolerante en el
transcurso de la conducción. De tal forma que…
—Si el peatón cruza
lentamente, si el vehículo que va delante no sale como una bala cuando el
semáforo se le pone en verde... Toca el claxon con insistencia.
—Grita constantemente,
profiere denigrantes insultos y, llegado el caso, recurre a la violencia
física.
—Efectúa adelantamientos
indebidos por la derecha o por la izquierda, a él le da igual, la vía es suya.
—No respeta los límites de
velocidad, “es ridículo circular por esta autovía a 90”, piensa o vocifera.
—Aparca como le viene en gana
y, si es preciso, ocupa dos plazas en el aparcamiento: “no le vayan a dar a mi
coche”, se dice a sí mismo.
Para qué seguir, terminarían
ustedes más cansados que el propio intolerante. Con lo bien que se conduce si
uno va pendiente de su propia conducción: respeta a los peatones, no efectúa
adelantamientos peligrosos, se relaja en los inevitables atascos…
Cuando ya termino, pienso que,
quizás, he exagerado un poco con los conductores intolerantes… Bueno, no sé… Me
quedo con la duda.
Familia de TODOMOTOR, feliz
semana.
Fernando Monge
7/abril/2018
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