domingo, 31 de julio de 2022

CEDA EL PASO

 

LA TERTULIA

 






Una robusta puerta ―con dos hojas de madera veteada y de color gris, una mano de bronce agarrando una bola, que sirve de aldaba y una enorme cerradura― sirve de acceso a la farmacia del blanco pueblo onubense. En la parte posterior tiene un gigantesco cerrojo. Desde las ocho de la mañana y hasta la hora de abrazar a Morfeo, siempre está abierta… No hay un horario establecido y los clientes entran y salen con sus medicamentos y los elementos de ferretería, droguería o electricidad ―hay de todo, como en botica― que el rechoncho farmacéutico, solterón empedernido, despacha ayudado por una diligente y amable señora de corta y nívea melena con la que no tiene ningún parentesco, pero que goza de su total confianza. Al fondo se encuentra una confortable salita en la que todas las noches tiene lugar “la tertulia”.


Es un frío invierno de mediados de los años 50 del siglo XX. La salita adorna el albor de sus paredes con algunos cuadros y fotografías, obras del joven hijo de la dependienta que también ayuda en las tareas detrás del mostrador. En el centro, una mesa camilla redonda cubierta con ropa de color verde oscuro que llega hasta el suelo; junto a la pared, media docena de sillas y dos mecedoras de madera con asientos de enea; debajo, una tarima en la que una copa de cisco calienta el recinto; y una austera lámpara, con la suficiente luminosidad que brindan los tres brazos con bombillas incandescentes, cuelga del techo.
Son las ocho de la tarde/noche, los contertulios se acercan con parsimonia a la salita y cogen una silla para acercarla al brasero con olor a espliego. A veces, llegan a reunirse hasta seis o siete personas, pero esta noche solamente se reúnen cuatro: el propio farmacéutico, un hombre de unos cuarenta años, de escaso y oscuro cabello y pronunciadas papadas, que suele sujetar sus pantalones con unos tirantes de color gris; el médico, persona de baja estatura, cabeza redonda cubierta con una elegante mascota y rostro sereno; el director de una entidad bancaria, más joven que el médico y el farmacéutico, alto, delgado y con el rostro mostrando una amplia sonrisa que, algunas veces, se torna irónica; y el electricista, el mayor y más corpulento de todos, que comparte con el boticario su afición por las motos.
Degustando unas copitas de vino de la tierra con su correspondiente condumio, se inicia una amena charla en la que el médico se convierte en el protagonista, comenzando con la siguiente pregunta:
―¿Qué os parece el dicho: “El tiempo pone a cada uno en su lugar”?
―Yo creo que el tiempo y las circunstancias cambian a las personas de lugar ―dijo el farmacéutico.
―Pienso que ese dicho es más un deseo que una realidad ―dijeron casi al unísono el director del banco y el electricista.
―Efectivamente ―continuó el médico―. Aunque nos gustaría que la vida diera su merecido a las personas que hacen daño, la realidad no es esa. Ni el tiempo es justiciero, ni puede decidir que nada ocurra a los individuos. En todo caso les pude dar la posibilidad de reflexionar y mudar el paso, y como dice el farmacéutico, puede cambiarlos de sitio, o los cambiamos nosotros, según la empatía que tengamos con ellos, porque vaya usted a saber qué lugar le corresponde a cada uno.
El director de la entidad bancaria con su expresión risueña exclama, dirigiéndose al doctor:
―¡Manolo, con pocas palabras, nos acabas de dar una lección de conductismo filosófico!
Con mis mejores deseos, saludos cordiales




Fernando Monge

 

 fmongef@gmail.com

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