DESPACITO Y BUENA LETRA
Si bien durante la pandemia, la movilidad se ha reducido de forma muy significativa, la velocidad a la que se circula se ha incrementado, tal y como ha quedado patente en las campañas de vigilancia realizadas por los agentes de tráfico, durante los pasados meses de julio y agosto. Es como si las restricciones hubieran provocado en nuestro ánimo una prisa inconmensurable, un deseo de llegar cuanto antes a todos los sitios que durante un tiempo no hemos podido visitar. Estas circunstancias nos obligan a reflexionar un poco.
Además, el artículo 379 del Código Penal, estipula que “el
que condujere un vehículo de motor o un ciclomotor a velocidad superior en
sesenta kilómetros por hora a la establecida en vía urbana o en ochenta
kilómetros por hora en vía interurbana, será castigado con la pena de prisión
de tres a seis meses, la de multa de seis a doce meses o trabajos en beneficio
de la comunidad de treinta y uno a noventa días, y, en cualquier caso, a la de
privación del derecho a conducir vehículos a motor y ciclomotores por tiempo
superior a uno y hasta cuatro años”. Por todo lo expuesto en estos dos
párrafos, amigos lectores, les hago una vieja y conocida recomendación:
“Despacito y buena letra”.
Tras este apunte literario de Antonio Machado, he creído
conveniente hacer algunas aportaciones sobre la vida del poeta, que nació en
Sevilla en 1875 y falleció en Colliure (Francia) en 1939. Aunque influido por
el modernismo y el simbolismo, su obra es expresión lírica del ideario de la
Generación del 98. Hijo del folclorista Antonio Machado y Álvarez, más conocido
por su seudónimo “Demófilo” y hermano menor del también poeta Manuel Machado,
pasó su infancia en Sevilla hasta que se trasladó con su familia a Madrid.
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero…
Se formó, como su hermano Manuel, en la Institución Libre de
Enseñanza y en otros institutos madrileños. Durante un primer viaje a París,
donde ya le esperaba el primogénito de la familia, trabajó en la editorial
Garnier, y posteriormente regresó a la capital francesa, donde entabló amistad
con Rubén Darío. De vuelta a España frecuentó los ambientes literarios, donde
conoció a Juan Ramón Jiménez, Ramón del Valle-Inclán y Miguel de Unamuno. En
1907 obtuvo la cátedra de francés en el instituto de Soria, cuidad en la que
dos años después contrajo matrimonio con Leonor Izquierdo. Tras la prematura muerte
de su esposa, pasó al instituto de Baeza. Doctorado en filosofía y letras,
desempeñó su cátedra en Segovia, y en 1928 fue elegido miembro de la Real
Academia Española.
Caminante, son tus huellas el camino y nada más.
Caminante, no hay camino: se hace camino al andar.
Al andar, se hace camino, y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.
Feliz por este nuevo reencuentro con los lectores, saludos
cordiales.
Fernando Monge
12/09/2021
fmongef@gamil.com
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