• El pasado 6 de agosto se cumplieron 76 años de la caída de la
bomba atómica sobre Hiroshima. Un hito que marcó para siempre la vida de una
ciudad y el devenir histórico de una marca como Mazda, que ha buscado vías
alternativas para lograr el éxito frente a los desafíos
Matsuda, Mazda, Mukainada: tres términos íntimamente ligados a la historia de
Mazda, o cómo una familia, un dios y un lugar muy especial hicieron surgir el
espíritu retador que ha marcado a la empresa hasta nuestros días.
Cuando Jujiro Matsuda salió
por la puerta de su barbería favorita de Hiroshima en su setenta cumpleaños,
tenía sobrados motivos para sentirse satisfecho. Acababa de cortarse el pelo en
el día de su cumpleaños, como tenía por costumbre desde hacía años. Había amasado
una fortuna desde unos orígenes humildes y se había convertido en un hombre de
negocios de éxito y muy respetado; se diría la clásica historia del pobre que
se hace rico sacada de un guion de Hollywood. Además, todo parecía indicar que
podría legar un negocio boyante a su hijo, que ya mostraba maneras para los
negocios. Corría el 6 de agosto de 1945; el día que se lanzó la bomba atómica
sobre el centro de la ciudad de Hiroshima. Un día que no solo cambiaría el
destino de la empresa de Matsuda, sino el del mundo entero.
Ese acontecimiento devastador
bien podría haber truncado el porvenir de aquella empresa de maquinaria
industrial todavía en ciernes, ubicada en Mukainada, a las afueras de la ciudad
bombardeada. Pero, muy al contrario, supuso el nacimiento de un tipo muy
especial del "espíritu retador" que habría de convertirse en un rasgo
fundamental de la empresa que hoy conocemos como Mazda Motor Corporation.
El joven emprendedor
Afrontar retos había sido una
constante en la vida de Jujiro Matsuda desde mucho antes de aquel aciago día de
1945. Nació en 1875 y era el duodécimo hijo de un pescador humilde de la
prefectura de Hiroshima. Nada parecía presagiar que el joven Jujiro iba a
llegar a ser otra cosa que pescador, un oficio que desempeñó temporalmente
después de que su padre falleciera tres años más tarde. Pero Jujiro Matsuda
aspiraba a mucho más. Con tan solo trece años, se instaló por su cuenta en
Osaka, a 250 kilómetros del hogar de su niñez, para convertirse en herrero. A
los veinte ya había abierto su propio taller metalúrgico. Para cuando cumplió
los treinta y uno, este ingeniero y su joven familia disfrutaban de una vida
acomodada gracias a una invención suya patentada: la bomba Matsuda.
En sus mejores tiempos, la
empresa "Matsuda Works" llegó a emplear a unas cuatro mil personas y
fabricaba espoletas para el zar de Rusia. Pero cuando Jujiro Matsuda, fundador
de la empresa, se planteó ampliar la producción y abrir una planta en
Hiroshima, su ciudad natal, el resto de los propietarios se opusieron y
terminaron por apartarle de la empresa.
Una vez más, Matsuda se
enfrentó a la adversidad con ambición y volvió a empezar de cero para labrarse
su propio porvenir. No fue un viaje fácil ni plácido, como señala el propio
Jujiro Matsuda: "Los caminos que tomé fueron siempre espinosos y
pedregosos. Agónicos y llenos de dificultades. Yo avanzaba en línea recta.
Dolorido, sin aliento, incluso ciego a veces, pero en línea recta". ¿Qué
fue lo que le permitió seguir este camino tan arduo? "La confianza en mí
mismo y en los demás", afirma Matsuda. "Mi vida es confianza; en ella
reside mi profunda gratitud". Finalmente, esa confianza dio sus frutos:
Tras montar otra empresa metalúrgica que posteriormente sería adquirida por la
prominente Nihon Steel Manufacturing Company, Jujiro conoció la prosperidad: de
pescador a herrero y luego a empresario.
Del corcho al automóvil
En 1921, un aún joven
empresario recibió la propuesta de reflotar Toyo Cork Kogyo, una empresa que
fabricaba un derivado del corcho que atravesaba malos momentos y que él y otros
inversores habían adquirido un año antes. Una vez más, aceptó el reto. Matsuda
se convirtió en el presidente de la empresa y pronto comenzó a orientarla en
otra dirección, abandonando la producción de corcho. Este producto, que se
extraía del abemaki o roble de corcho chino, un árbol autóctono, había conocido
un auge debido a las restricciones al comercio durante la Primera Guerra
Mundial, pero la demanda se estaba desplomando. Jujiro Matsuda fue poco a poco
reorientando el negocio hacia otro sector: la metalurgia, por supuesto. La
nueva división de fabricación de maquinaria no tardó en convertirse en la
actividad principal de la empresa. Entonces, Matsuda se sacó un nuevo as de la
manga: un motocarro de tres ruedas bautizado como Mazda-Go que supondría la
primera incursión de su empresa en el sector de la automoción. Por supuesto, no
sería la última.
El hecho de que la empresa
cambiase su nombre a Mazda deja claro el éxito que tuvo aquel vehículo. Su nombre guarda cierta semejanza con el
apellido familiar, pero es también una referencia a Ahura Mazda, el dios persa
de la luz y la sabiduría. Esta deidad suele representarse como un hombre alado
dentro de un círculo; una imagen que aún hoy quedan reminiscencias en el logotipo
de Mazda. Toyo Kogyo —por aquel entonces, el nombre de la empresa ya no incluía
la referencia al corcho— había dado en el clavo con el Mazda-Go: Las diez
unidades que se fabricaban al día no eran suficientes para atender la demanda.
Era un modelo ideal para
transportar grandes volúmenes de carga por las estrechas callejuelas de las
ciudades japonesas, e incorporaba innovaciones tecnológicas que, en aquella
época, eran un auténtico lujo; por ejemplo, un motor de cuatro tiempos. Como ya
había ocurrido con su bomba y en muchas otras ocasiones en los siguientes años,
Matsuda se había apartado del camino convencional y había hecho una apuesta
ganadora. Incluso tenía previsto lanzar un vehículo de cuatro ruedas en 1940,
pero la Segunda Guerra Mundial truncó aquel proyecto. Después de cinco
terribles años marcados por la guerra, cayó la bomba y la vida en Hiroshima se
detuvo en seco.
Resurgir de las cenizas
Mukainada, el barrio de
Hiroshima donde se encontraba la fábrica de Toyo Kogyo, se encuentra a unos cinco
kilómetros del lugar donde impactó la bomba. A las 8:16 de esa mañana, Jujiro
Matsuda estaba llegando al recinto de la empresa. Eso fue lo que le salvó la
vida y evitó que su empresa fuese completamente destruida. El impacto de la
bomba lanzó el coche de Jujiro Matsuda fuera de la carretera, pero tanto él
como su chófer salieron prácticamente ilesos del accidente. La sede de la
empresa quedó reducida a escombros, pero los daños estructurales en la fábrica
de Mukainada fueron bastante leves. En cambio, el daño emocional fue inmenso.
En un instante, habían muerto ochenta mil personas, muchas de ellas empleados
de Toyo Kogyo. El número de heridos y de personas que perdieron sus hogares o a
sus familias fue infinitamente mayor. En tales circunstancias, la desesperación
habría sido una reacción de lo más natural. Pero la gente de Mukainada está
hecha de otra pasta.
Dando muestras de una
determinación impresionante e inquebrantable, toda una ciudad se puso en pie y
resurgió de entre los escombros. La familia Matsuda no dudó en arrimar el
hombro. En primer lugar, Jujiro y su hijo Tsuneji, que en aquella época formaba
ya parte de la empresa, se impusieron la tarea de atender las necesidades más
inmediatas de la comunidad. Entre otras cosas, transformaron la planta de
Mukainada en un hospital improvisado que también hizo las veces de emisora. Los
empleados ayudaron a la gente a reunirse con sus familias y distribuyeron
material sanitario.
Cuatro meses más tarde, la
empresa estaba lista para volver a fabricar los motocarros; los esfuerzos
nacionales de reconstrucción catapultaron la demanda de vehículos de carga a
niveles inéditos. El negocio iba, de nuevo, viento en popa. Pero lo que ocurrió
después del ataque a Hiroshima cambió la empresa para siempre. La ciudad y la
empresa habían vivido aquella experiencia juntas y habían logrado plantar cara
a la adversidad y salir victoriosas. Como resultado, nació una determinación
férrea de afrontar los retos y no rendirse jamás que todavía hoy sigue siendo
la marca de carácter de Mazda. El “espíritu de Mukainada” evoca el
resurgimiento de entre las cenizas de una ciudad devastada.
La siguiente generación de
pioneros
El espíritu pionero estaba
impreso en el ADN de Jujiro Matsuda, y su hijo Tsuneji Matsuda siguió sus pasos.
Había participado activamente en la reconstrucción después de la guerra y la
determinación y la valentía de las que fue testigo en aquella época ejercieron
una profunda influencia en él. Cuando en 1951 tomó las riendas de Toyo Kogyo,
la empresa había crecido gracias a los motocarros Mazda y varias furgonetas de
cuatro ruedas, pero el heredero del legado Matsuda tenía los ojos puestos en el
segmento de los turismos. Su momento llegó en 1960: Toyo Kogyo lanzó el Mazda
R360 Coupe, un minicoche (o kei car) que arrasó en Japón. Estos vehículos
ultracompactos habían recibido el apoyo del Gobierno japonés por su capacidad
para reducir la congestión del tráfico, y el nuevo modelo de Mazda destacaba
sobre otros de su mismo segmento por ser un cupé y por innovaciones técnicas
como su arquitectura ligera. Esta
combinación era justo lo que necesitaba en aquel momento una clase media en
auge: en 1963 la producción total alcanzó el millón de unidades y en 1966 esta
cifra ya se había duplicado.
Pero no fue un camino de
rosas; en el tiempo que estuvo al frente de Mazda, Tsuneji Matsuda tuvo
sobradas ocasiones de poner en práctica su propia versión del espíritu de
Mukainada. Durante la década de 1960, el Gobierno japonés presionó a los
fabricantes pequeños para que consolidasen sus negocios en corporaciones más
grandes, a nivel nacional, para estar en mejor situación de competir a escala
internacional. Nissan, Toyota o Mitsubishi se convirtieron en el destino de
muchos pequeños fabricantes. Pero Matsuda estaba resuelto a defender el legado
de la empresa y siguió el camino, pedregoso pero independiente, que había
emprendido su padre.
La solución le llegó de la
mano de un ingeniero alemán que tenía un invento revolucionario: Felix Wankel y
el motor rotativo. En 1961, Mazda firmó un acuerdo de licencia con la empresa
alemana NSU, que había adquirido las patentes de la tecnología. La idea era que
si Toyo Kogyo ofrecía un producto lo bastante único, podría mantener su
independencia como empresa. Era una apuesta arriesgada, máxime cuando el motor
rotativo no estaba, ni de lejos, listo para ser montado en un vehículo de
producción. Pero, como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia de
Mazda, esta audacia tuvo su recompensa: "A los políticos les encantó la
idea y dieron luz verde a la inversión", recuerda Kenichi Yamamoto, el
mítico ingeniero responsable de convertir el motor rotativo en un producto
maduro para el mercado. Los modelos rotativos, como el Mazda Cosmo Sport 110 S
o el Mazda RX-7, ayudaron a Mazda a irrumpir en la escena internacional y
siguen encontrándose hoy en día entre los modelos más icónicos de la historia
de la marca.
El espíritu perdura
La saga Matsuda abandonó las
riendas de la empresa en 1977. Kohei Matsuda, el hijo mayor de Tsuneji, que se
implicó mucho en el proyecto del motor rotativo desde un principio, asumió la
presidencia en 1970. Al igual que su padre, quería seguir desarrollando la
tecnología, pero la crisis del petróleo fue un verdadero mazazo para el
proyecto. A pesar de que la tercera generación del clan Matsuda había iniciado
el proyecto que terminaría por consolidarse con el mítico Mazda RX-7, Kohei
Matsuda dimitió antes de que el proyecto llegase a las calles de Japón.
Mazda ya no está en manos de
los Matsuda, pero el espíritu retador que insuflaron en la empresa sigue
presente y muy vivo. La sede de la empresa sigue estando en Mukainada. Cuando
surge alguna contrariedad, la historia y la mentalidad que representa este
lugar recuerda a todos los empleados de Mazda que deben apartarse del
pensamiento convencional y buscar con audacia nuevas soluciones.
Es la herencia de Mukainada la
que también ayudará a Mazda a afrontar crisis como las catástrofes naturales o
las pandemias, pero también los importantísimos retos propios de nuestros días:
la conectividad, la conducción autónoma o la movilidad compartida están
redefiniendo el propio significado del acto de conducir y de ser propietario de
un vehículo, con lo que ello implica para los fabricantes de coches de todo el
mundo. Los esfuerzos de electrificación y reducción de CO2 constituyen nuevos
factores de presión en el desarrollo de motores. Para un fabricante
relativamente pequeño como Mazda, hallar sus propias soluciones independientes
a estos retos no será fácil; como sabemos, el camino es pedregoso y espinoso,
pero, al final, valdrá la pena.
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