domingo, 12 de julio de 2020

CEDA EL PASO


                                                     ALAUDA




El 20 de junio, poco antes de la llegada del verano, que comenzó con todo el rigor de las altas temperaturas a las 12:44 de la noche, sonó el WhatsApp y, como me encontraba en un momento ocioso, lo miré de inmediato con la consiguiente alegría porque venía de una persona a la que tengo en alta estima. Es un hombre de espíritu inquieto que, acompañado de su esposa, conforman una pareja que baila el chachachá con una gracia y un compás dignos del mayor encomio. Disfrutamos mutuamente con nuestra conversación y compartimos algunas aficiones: lectura, fútbol, música, baile y, sobre todo, una pasión por el mundo flamenco del que es un gran conocedor.       
Ese conocimiento se ha incrustado en su persona, entre otras cosas, porque es natural de Mairena del Alcor municipio español de la provincia de Sevilla, situado en la comunidad autónoma de Andalucía—.Su cuna le permitió compartir amistad desde la infancia con el cantaor Manuel Mairena, y ha disfrutado de muchas horas flamencas con este cantaor y con Antonio Mairena — hermano de su amigo y Llave de Oro del Cante en 1962—. Tiene, además, una estrecha relación con el genial intérprete Calixto Sánchez ganador de la I Bienal de Flamenco de Sevilla en 1980—, también paisano suyo.



Pues mi amigo Pepe, que así se llama, me envió un enlace con estas escuetas palabras: “El disco que acaba de publicar mi nieta. Para que lo disfrutes”. Y bien que lo estoy disfrutando. Su nieta es la violinista Elisa Prenda y el disco se llama “ALAUDA”. Elisa estudió en el Conservatorio de Música de Sevilla con la metodología clásica, pero bien por el pueblo en el que nació, bien por su ambiente familiar o bien por su colaboración con Retales, pronto se abrió a la posibilidad de envolver el mundo flamenco en las cuerdas de su violín. Y ahora, se ha decidido a lanzar su primer disco: “ALAUDA”, vocablo que en el diccionario de la RAE significa “alondra”. El disco que vio la luz el mismo día que su abuelo me envió el mensaje, 20 de junio, es un reflejo del arte flamenco en toda su pureza. En él se incluyen ocho palos de este arte: soleá por bulerías, zambra, nana, tangos, peteneras, bulerías, seguiriyas y la rumba “La Dolores”, un guiño a su abuela… Las interpretaciones de Elisa, aderezadas con el acompañamiento de excelentes músicos percusión, voz, piano, guitarra, contrabajo…—, y valiosos arreglos, son la música que transmite, serena y te llega al alma, si sientes el flamenco… Armoniosa como el vuelo de la alondra.

El pasado jueves, sobre la una de la tarde y con el calor propio de la estación veraniega, me vi obligado a salir a la calle para hacer un recado que si no era urgente, no dejaba de ser necesario. Caminaba tranquilo por una despoblada acera en la que se intensificaban las altas temperaturas del sol con las que emanaban del suelo y de los descoloridos bloques de viviendas.  Los sones del violín de Elisa Prenda invadían mi mente. Con el cuerpo relajado por las imaginarias nota musicales, escuché y vi un brusco frenazo. Un vehículo que salía de una calle perpendicular a la vía principal se detuvo “ipso facto”, simultáneamente, un motorista que circulaba por la avenida tuvo que pisar el freno provocando en la moto un breve y peligroso zigzagueo. Un señor se encontraba entre los dos vehículos. El hombre, que era de estatura mediana y cuerpo rollizo, vestía un chándal azul; en su cabeza, que mostraba una incipiente alopecia, brotaban débiles canas…; rondaría los cincuenta años. Viendo que había cometido una imprudencia, pidió disculpas y cruzó precipitadamente a lo otra acera.

Bueno, todo normal, y un comportamiento muy educado dirán ustedes. Esas cosas pasan todos los días. Sí, efectivamente, pero lo malo es que no ocurrió así. Pulsemos en una ficticia cámara de vídeo el botón de retroceso y situemos al señor, de nuevo, en la acera. El hombre del chándal azul da un imprevisto salto y se planta en la calzada. El conductor del vehículo que sale por la calle perpendicular frena bruscamente y el motorista que transita por la avenida, al mismo tiempo que recrimina al imprudente, también se ve obligado a frenar. La alondra que iba en mi mente se difuminó y ante mis ojos apareció un cuervo que levantando los brazos soltó una retahíla de improperios a los dos pilotos: insultos, descalificaciones y amenazas irreproducibles. Pero vamos a desgranar algunos intercambios de palabras:
—¡Vais como locos! ¿Es que ya no se respeta a los peatones? Tendría que venir un guardia para que os pusiera una buena multa. ¡Qué poca educación! dijo el iracundo.

Caballero, que a diez metros tiene usted un paso de cebra, y se ha plantado en la calle de sopetón se atrevió a decir el chófer.
Esas no son maneras de cruzar la calle, y yo he estado a punto de caerme de la moto dijo el motorista con cierta acritud.
—¡Mira cómo se encubren los dos! ¡Si al final voy a ser yo el culpable! vociferó el individuo, pues ya no merece la palabra señor, al mismo tiempo que se alejaba moviendo los brazos y las manos… Haciendo gestos que ustedes se pueden imaginar.

¿Es posible que haya personas así? Puedo asegurarles que fui testigo presencial de lo que acabo de contar y que, en cualquier ámbito de la vida cotidiana, nos podemos encontrar con el primer caso o con el segundo. Así, por ejemplo, tanto en el tráfico como en la música, te puedes encontrar con una alondra (ALAUDA) o tropezar con un cuervo.

Con mis mejores deseos, saludos cordiales.

Fernando Monge
fmongef@gmail.com
12/julio/2020

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