ALAUDA
El 20 de junio, poco antes de la llegada del verano, que
comenzó con todo el rigor de las altas temperaturas a las 12:44 de la noche,
sonó el WhatsApp y, como me encontraba en un momento ocioso, lo miré de
inmediato con la consiguiente alegría porque venía de una persona a la que
tengo en alta estima. Es un hombre de espíritu inquieto que, acompañado de su
esposa, conforman una pareja que baila el chachachá con una gracia y un compás
dignos del mayor encomio. Disfrutamos mutuamente con nuestra conversación y
compartimos algunas aficiones: lectura, fútbol, música, baile y, sobre todo,
una pasión por el mundo flamenco del que es un gran conocedor.
Ese conocimiento
se ha incrustado en su persona, entre otras cosas, porque es natural de Mairena
del Alcor —municipio español de la provincia de Sevilla, situado en la
comunidad autónoma de Andalucía—.Su cuna
le permitió compartir
amistad desde la infancia con el cantaor Manuel Mairena, y ha disfrutado de
muchas horas flamencas con este cantaor y con Antonio Mairena — hermano de su amigo y Llave de Oro del Cante en 1962—. Tiene, además, una estrecha relación con el
genial intérprete Calixto
Sánchez —ganador de la I Bienal de Flamenco de Sevilla en 1980—, también paisano suyo.
Pues mi amigo Pepe, que así se llama, me envió un enlace con
estas escuetas palabras: “El disco que acaba de publicar mi nieta. Para que lo
disfrutes”. Y bien que lo estoy disfrutando. Su nieta es la violinista Elisa
Prenda y el disco se llama “ALAUDA”. Elisa estudió en el Conservatorio de
Música de Sevilla con la metodología clásica, pero bien por el pueblo en el que
nació, bien por su ambiente familiar o bien por su colaboración con Retales,
pronto se abrió a la posibilidad de envolver el mundo flamenco en las cuerdas
de su violín. Y ahora, se ha decidido a lanzar su primer disco: “ALAUDA”, vocablo
que en el diccionario de la RAE significa “alondra”. El disco que vio la luz el
mismo día que su abuelo me envió el mensaje, 20 de junio, es un reflejo del
arte flamenco en toda su pureza. En él se incluyen ocho palos de este arte:
soleá por bulerías, zambra, nana, tangos, peteneras, bulerías, seguiriyas y la
rumba “La Dolores”, un guiño a su abuela… Las interpretaciones de Elisa,
aderezadas con el acompañamiento de excelentes músicos —percusión, voz, piano, guitarra, contrabajo…—, y valiosos arreglos, son la música que transmite, serena y
te llega al alma, si sientes el flamenco… Armoniosa como el vuelo de la
alondra.
El pasado jueves, sobre la una de la tarde y con el calor
propio de la estación veraniega, me vi obligado a salir a la calle para hacer
un recado que si no era urgente, no dejaba de ser necesario. Caminaba tranquilo
por una despoblada acera en la que se intensificaban las altas temperaturas del
sol con las que emanaban del suelo y de los descoloridos bloques de viviendas. Los sones del violín de Elisa Prenda invadían
mi mente. Con el cuerpo relajado por las imaginarias nota musicales, escuché y
vi un brusco frenazo. Un vehículo que salía de una calle perpendicular a la vía
principal se detuvo “ipso facto”, simultáneamente, un motorista que circulaba
por la avenida tuvo que pisar el freno provocando en la moto un breve y
peligroso zigzagueo. Un señor se encontraba entre los dos vehículos. El hombre,
que era de estatura mediana y cuerpo rollizo, vestía un chándal azul; en su
cabeza, que mostraba una incipiente alopecia, brotaban débiles canas…; rondaría
los cincuenta años. Viendo que había cometido una imprudencia, pidió disculpas
y cruzó precipitadamente a lo otra acera.
Bueno, todo normal, y un comportamiento muy educado dirán
ustedes. Esas cosas pasan todos los días. Sí, efectivamente, pero lo malo es
que no ocurrió así. Pulsemos en una ficticia cámara de vídeo el botón de retroceso
y situemos al señor, de nuevo, en la acera. El hombre del chándal azul da un
imprevisto salto y se planta en la calzada. El conductor del vehículo que sale
por la calle perpendicular frena bruscamente y el motorista que transita por la
avenida, al mismo tiempo que recrimina al imprudente, también se ve obligado a
frenar. La alondra que iba en mi mente se difuminó y ante mis ojos apareció un
cuervo que levantando los brazos soltó una retahíla de improperios a los dos
pilotos: insultos, descalificaciones y amenazas irreproducibles. Pero vamos a
desgranar algunos intercambios de palabras:
—¡Vais como locos! ¿Es que ya no se
respeta a los peatones? Tendría que venir un guardia para que os pusiera una
buena multa. ¡Qué poca educación! —dijo el iracundo.
—Caballero, que a diez metros tiene
usted un paso de cebra, y se ha plantado en la calle de sopetón —se atrevió a decir el chófer.
—Esas no son maneras de cruzar la
calle, y yo he estado a punto de caerme de la moto —dijo el motorista con cierta acritud.
—¡Mira cómo se encubren los dos! ¡Si al
final voy a ser yo el culpable! —vociferó el individuo, pues ya no merece la palabra señor, al mismo tiempo que se alejaba moviendo los brazos y las
manos… Haciendo gestos que ustedes se pueden imaginar.
¿Es posible que haya personas así? Puedo asegurarles que fui
testigo presencial de lo que acabo de contar y que, en cualquier ámbito de la
vida cotidiana, nos podemos encontrar con el primer caso o con el segundo. Así,
por ejemplo, tanto en el tráfico como en la música, te puedes encontrar con una
alondra (ALAUDA) o tropezar con un cuervo.
Con mis mejores deseos, saludos cordiales.
Fernando Monge
fmongef@gmail.com
12/julio/2020
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