REITERACIÓN
DEL ERROR
Un buen amigo, paisano, algo pariente y compañero de trabajo
durante unos quince años acostumbra a leer mis artículos quincenales. Siempre
me envía por correo electrónico o por WhatsApp algunos comentarios en los que
pone de manifiesto su erudición y vasto conocimiento de la lengua latina.
Después de leer la columna “¿Rectificar no es de sabios?”, me remitió la
siguiente expresión: “Cuiusvis hominis est errare: nullius, nisi insipientis,
in errore perseverare”. Además, me lo tradujo para que no hubiese ninguna duda:
“Es propio de todo hombre errar, de ninguno, a no ser de un estúpido,
perseverar en el error”. Al parecer la frase se debe a Cicerón, siglo I a.C.,
que fue jurista, político, filósofo, escritor y orador romano… Casi nada.
También en el siglo I a.C., pero más cercano a su final,
vivió Lucio Anneo Séneca, llamado Séneca el Joven para distinguirlo de su padre.
Igual que Cicerón, fue filósofo, orador…, y justifica su presencia en este
escrito, porque se le atribuye una expresión muy parecida a la de su
contemporáneo: “Errare humanum est, sed perseverare diabolicum” que traducida
literalmente significa: “Errar es humano, pero perseverar (en el error) es
diabólico”. Las dos frases han entrado en el lenguaje común con la intención de
mitigar un fallo o un error, siempre que sea esporádico y no reiterado. Es lo
que pudiéramos llamar un aforismo: Máxima
o sentencia que se propone como pauta —modelo o norma— en alguna ciencia o arte.
No son, ni mucho menos, dos artículos con ideas
contrapuestas, sino más bien complementarias. En los dos escritos, se asevera
que el error es humano. Lo que ocurre es que uno concluye considerando la
rectificación como un gesto de sabiduría y el otro finaliza afirmando que la reiteración del error es una estupidez
que puede ser debida a la falta de formación o a la escasa capacidad.
Como es natural, a todos se nos vienen a la mente los errores
del Gobierno en la gestión del coronavirus y, como consecuencia de ello, las
consiguientes rectificaciones envueltas en las constantes acusaciones de la
oposición que nos han llevado a un panorama de confrontación y a una cadena
poco ejemplar de rifirrafes con la natural confusión y los desagradables
desencuentros de la opinión pública —“Me avergüenzo y me dan ganas de
llorar”, fueron las palabras de Ana Oramas, portavoz de Coalición Canaria,
sobre la crispación política—. Quiero recordar que estamos ante
una enfermedad desconocida que obliga a científicos y políticos —internacionales, nacionales y autonómicos— a cambiar sus criterios con más frecuencia de la deseada… Y
no creo que lo hagan por capricho, por obstinación o por ganas de fastidiar,
aunque ese escenario cada uno lo verá con el color de su propio cristal… Pero
no voy por ahí: Ya dije en el artículo anterior que esta no es una revista de
psicología, y digo ahora que tampoco es una revista política.
Como lo que nos atañe aquí es el mundo del motor y la
Educación Vial, vamos a ceñirnos a esos asuntos en los que hay mucha tela que
cortar… Al grano: Yo creo que todas las personas, conduciendo un vehículo o
caminando por la vía pública, hemos cometido alguna que otra vez un fallo. Digamos
que es inevitable: distracciones, prisas y, en más de una ocasión, porque
pensamos que las normas son un engorro y que la DGT las utiliza con fines
recaudatorios. Pero vamos a ajustarnos al contenido del artículo: La
imprudencia esporádica es inevitable y se puede arreglar con una rectificación,
pero la imprudencia reiterada es propia de la insensatez, y eso tiene poco arreglo.
Aunque parezca mentira, son muchos los conductores que
reinciden en las infracciones a la hora de ponerse al volante, y resulta que es
frecuente que, una y otra vez, conduzcan bajo los efectos del alcohol o las
drogas, manipulen el teléfono móvil u otros dispositivos, no usen el cinturón
de seguridad, se salten los semáforos o las señales de stop, no respeten la
distancia de seguridad, no den paso a los peatones en los pasos de cebra,
excedan los límites de velocidad… Son datos estadísticos de la DGT, y como
hemos dicho son habituales y reiterados, es decir, propios de necios y
desaprensivos. Naturalmente, aunque toda infracción es censurable, nada que ver
con los esporádicos errores humanos.
Los peatones no se quedan detrás a la hora de reincidir:
cruzan la calle por cualquier sitio, sorteando, con riesgo de sus vidas, a los
vehículos que transitan por la calzada; también manipulan el móvil cuando pasan
de una acera a otra; caminan por autopistas y cuando lo hacen por una carretera
que no dispone de espacio para los peatones, no se preocupan de caminar por su
izquierda que es lo más prudente.
Algunos ciclistas saltan de la acera a la calzada o viceversa
con tanta soltura y tan poco miramiento como si la calle fuese una pista de
acrobacias por la que solamente circulan ellos… Pero eso lo dejamos para otro
día.
Disculpen que en los tres párrafos anteriores me haya
expresado casi siempre en tercera persona, pero es que yo intento no ser un
estúpido, como sé que lo intentan todos los lectores.
Con mis mejores deseos, saludos cordiales.
Fernando Monge
fmongef@gmail.com
14/junio/2020
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