domingo, 9 de febrero de 2020

CEDA EL PASO


EVOLUCIÓN



Verano de la década de los 50. A las ocho de la tarde el calor ha amainado y varios niños, de entre cinco y nueve años, juguetean alegres con su blanca pelota de goma en la plaza del pequeño pueblo habitado por unas dos mil personas. El improvisado campo de fútbol se asemeja a un cuadrilátero trapezoidal con solería de cuadritos blancos y anaranjados. Tres bancos de piedra, ubicados en cada uno de los lados más largos de la irregular figura geométrica, sirven de línea de banda, y en los lados más cortos, a los que se sube por dos escalones, están las porterías con sus postes de piedras. Los bancos están ocupados por hombre mayores que conversan y miran las carreras de los pequeños. A un lado de la plaza, una angosta calle no permite más que el paso tranquilo de los transeúntes. Al otro lado, está la calle Ancha por la que transitan los campesinos que vuelven de las tareas agrícolas con sus asnos, sus mulos y sus carros.


De pronto, se oye un ruido casi nada habitual… Un coche negro circula con majestuosidad y se dirige a la Plaza del Ayuntamiento. Los niños detienen el juego y contemplan con cara de embeleso el inusual espectáculo. Los hombres que están sentados en los bancos de piedra interrumpen la conversación y algunos se levantan para otear toda la amplitud del horizonte. El conductor, que cubre su cabeza con una gorra de plato, mira y sonríe a los mirones… Cuando llega a los aledaños del edificio consistorial, detiene el vehículo, baja y se dirige al bar de la esquina. Los futbolistas, uno de ellos con la pelota debajo del brazo, corren al aparcamiento para ver el “Matacás” más de cerca.

—Es un motor matacás de aceite pesado, y lo utilizo para trasladar a los habitantes del lugar a las poblaciones cercanas. Aquí, como tú sabes, hay otro igual. Así que, además del autobús de línea,  contamos con dos taxis. No está mal para los pocos habitantes que tenemos en el pueblo —dijo el chófer al camarero, al mismo tiempo que le estrechaba la mano.

Los niños se recrean en la visión del vehículo, lo tocan casi acariciándolo y reparten su admiración entre el armatoste de cuatro ruedas y la silueta del conductor considerado como un héroe… El admirado piloto, un joven corpulento y de carácter bonachón, observa la escena con el rostro sereno. Se quita la gorra y deja ver su cabellera de color castaño oscuro pulcramente recortada, al mismo tiempo que le comenta a su contertulio:
—Cuando pasen veinte años, cada uno de esos pilluelos conducirá su propio coche.

—No exageres —dijo el camarero, mientras le servía un vaso de vino blanco.

Corrían los años 70, cuando en la puerta del mismo bar aparcó un Simca 1000, entre un 600 y un 850. Las palabras que pronunció el profético conductor cincuenta años antes se estaban cumpliendo casi en su totalidad. Si no todas, muchas familias tenían ya su propio coche, y algunos de los pilluelos que acariciaban el “Matacás” eran sus conductores. Un vecino del pueblo regentaba en la ciudad un concesionario de venta de vehículos nuevos y de ocasión, y ofrecía a sus paisanos coches que se ajustaban a sus economías y que además se podían pagar en cómodos plazos. Por la coyuntura económica de aquella fecha, se  imponían los de segunda mano y los de baja cilindrada —Circular con un 1.200 era todo un lujo en la carretera, y el Seat 600, que salió a la venta en 1957, era el vehículo más vendido—. No obstante, con el paso del tiempo, cada vez más usuarios se compraron un utilitario nuevo y los puntos de venta fueron aumentando de manera considerable, con una importante proliferación de marcas y modelos. Y así sucesivamente hasta llegar al año bisiesto 2020.

En este año que acaba de comenzar, nos encontramos con un mundo de contrastes: al mismo tiempo que por ciudades y carreteras circulan automóviles provistos de potentes motores y los de alta gama cada vez se ven con más frecuencia, el parque automovilístico en España ha envejecido cerca del 50% en la última década. Ese envejecimiento se ha producido por cuatro motivos principales: La estrechez económica de algunas familias, las dudas sobre qué vehículo comprar debido a la confusión que existe en lo que se refiere a las emisiones contaminantes —gasolina, diésel, híbrido, eléctrico—, cierto temor a las nuevas tecnologías —ahora todo está controlado por un cerebro electrónico con una afinada gestión, hasta que falla— y, además, que el menor uso del coche en beneficio del transporte público está alargando la vida útil de los motores y las carrocerías.

Para concluir, añadiremos otro motivo… Las nuevas generaciones prefieren alquilar un patinete, una bicicleta o una moto desde su teléfono móvil, antes que esperar un autobús o buscar aparcamiento con el coche… ¿Pasaremos del envejecimiento del automóvil a su progresiva desaparición?

Con mis mejores deseos, saludos cordiales.

Fernando Monge
fmongef@gmail.com
9/febrero/2019

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