¡DISCULPA UN MOMENTO!
Es algo cada vez más frecuente
comprobar, cuando conducimos un vehículo o cruzamos una calle, los ambientes de
crispación e irritabilidad que acontecen a nuestro alrededor y en los que, a
veces, nos vemos envueltos. Y como muchas personas nos arrogamos un alto grado
de permisividad, al mismo tiempo que elevamos el nivel de exigencia con
nuestros semejantes, pensamos que la razón está siempre de nuestra parte. Y
claro, en un escenario de estas características, pedir disculpas es algo cada
vez menos frecuente… Además, muchas veces, consideramos que disculparse es
admitir la culpa y que eso nos hace vulnerables. En definitiva, que la petición
de disculpas, hoy en día, ha pasado de ser cada vez menos frecuente a casi
brillar por su ausencia.
Es muy difícil asumir
responsabilidades y hay que tener cierta madurez para no anteponer el ego de la
propia razón a los intereses de los demás. Les voy a poner un ejemplo: Hace
pocos días, una soleada mañana que aún conservaba el frescor de la madrugada,
me encontraba circulando por una calle estrecha de doble sentido. Al ver un
vehículo, mal aparcado y sin conductor, que ocupaba mi carril, puse el
intermitente para sortearlo y continuar la marcha… En ese mismo instante, otro
auto, que venía en sentido contrario, se paró justo a la altura del infractor. El
conductor recién llegado se puso a otear el horizonte, cuando con un gesto le
pedí que me facilitara el paso:
—¿Qué pasa? ¡Este es mi carril!
—Pero ese carril es para circular, no
para estacionar —le dije, sin una pizca de acritud.
—¡Bueno, ya me voy! ¡No tengas tanta prisa!
Y se marchó dando un acelerón, con cara de pocos
amigos y, naturalmente, sin pedir disculpas… ¡Faltaría más!
¿Y qué me dicen de las esperas en los semáforos?...
Cuando pasamos del rojo al verde. Aquí podemos presenciar dos situaciones diametralmente
opuestas... En ciertas ocasiones, algún conductor, situado en segundo o en
tercer lugar de la parrilla de salida, lleva su mano pegada al claxon,
acariciándolo suavemente, al estilo de los pistoleros del legendario oeste… En
cuanto aparece el verde, dispara un estridente pitido para que la comitiva se
ponga en marcha sin demora:
—¡Qué estáis dormidos!
En otros casos, uno de los que
encabeza el pelotón, manipula el móvil para no aburrirse en tan larga espera…
Cuando ya el color verde lleva tres o cuatro segundos luciendo en el semáforo,
varios conductores le advierten, con más o menos estridencia de bocinas, que ya
es hora de circular… El conductor interpelado no solamente no se apresura a
iniciar la marcha y, por supuesto, nada de disculpas, sino que espera otro par
de segundos, sale con lentitud, mientras saca el brazo por la ventanilla
haciendo gestos, cuando menos, poco ortodoxos y concluye su puesta en escena
con el correspondiente acelerón.
Sin embargo, hay personas que no
solamente piden disculpas, es que, además, lo hacen con frecuencia… Lo que
ocurre es… Verán, nos vamos a trasladar a cualquier conversación de familiares,
de amigos, de compañeros de trabajo... Conversación que puede suceder en el
hogar, en el bar de la esquina, o en un banco del parque. Uno de los
contertulios está contando algo que encaja en el contexto de la conversación,
bien por propia iniciativa o en respuesta a alguna de las preguntas que surgen
en cualquiera de estas situaciones… De pronto, otro de los concurrentes, con
voz alta y enérgica, se dirige al que en ese momento hace uso de la palabra:
—¡Disculpa
un momento! ¡Mira lo que
me envía este pesado por “el guasa”! ¡Un vídeo con unas sevillanas chistosas sobre
la Feria de Sevilla! ¿Pero a qué viene esto ahora? ¿No se ha enterado que la
Feria hace ya dos meses que terminó? ¡Lo que yo te digo un pesado! ¡Yo borro
todo lo que me manda!
Después de unos segundos del final de la perorata, el interrumpido
parlante se dispone a reanudar su conversación:
—Pues resulta que…
—¡Disculpa un momento! ¡Mira, no te digo yo que es un pesado!
¡Otro vídeo con más tonterías! ¡Se repite más
que el ajo!
Después de este trascendente, sustancioso e
inaplazable monólogo, el improvisado moderador se dirige al que pretendía
terminar su interrumpido comentario y, con la misma autoridad que había
mostrado en las dos ocasiones anteriores,
le interpela:
—¡¿Qué estabas diciendo?!...
Dejo al libre albedrío de cada lector la posible
respuesta del sufridor… Y disculpen mi atrevimiento.
Con mis
mejores deseos, saludos cordiales
Fernando
Monge
30/junio/2019
Sus
comentarios, opiniones o vídeos serán muy bien acogidos en mi dirección de
correo:
fmongef@gmail.com
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