NO ES UN CUENTO DE NAVIDAD
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Sus lágrimas recorrían sus
mejillas. Un viejo anorak enfundaba su cuerpo abatido de
tantos errores en su vida. Los guantes de lana cubrían sus manos encallecidas
de tantas horas de idas y venidas en la carretera.
Bajo una farola, un banco de hierro,
y un grado de temperatura envolvían en medio de una helada a un hombre que
vivía en soledad, una y otra vez, todos sus recuerdos.
El parque era el único lugar
del mundo para expiar todos sus pecados. Sin saber por qué, una vez más, volvía
a encontrarse solo, después de las oportunidades que la vida le había ofrecido.
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Mientras él, una y otra vez,
se lamentaba por lo sucedido.
El alcohol arruinó su vida en
uno de los momentos más importantes. Lo tenía todo. Una buena compañera, un
trabajo que conocía a la perfección y una pequeña que contaba muy pocos meses.
Sus hermanos le adoraban, aunque en la adolescencia le habían tenido que ayudar
en más de una ocasión, por las malas compañías y sobre todo por su frágil personalidad.
A él le gustaba divertirse y el alcohol siempre estaba presente en sus fiestas
de fin de semana, hasta que se convirtió en algo crónico. Tuvo la suerte de que
sus padres y sus hermanos le ayudaron a desintoxicarse. Lo pasaron muy mal con
él. Pero entre la insistencia y las ganas de curarse llevaron a buen puerto algo
que podía haber arruinado su vida a tan temprana edad.
Su familia y la vida le habían
dado una nueva oportunidad. Él la supo aprovechar. Construyó un futuro. Se
enamoró, tuvo una hija y se esforzó para ser uno de los mejores en su trabajo.
Pero a los pocos meses de
nacer su hija, su empresa cerró y se quedó en la calle —como muchos en los
tiempos que corren─. Con una hipoteca a cuesta, una hija con pocos meses y una mujer
que tampoco trabajaba… Él empezó a buscar trabajo en su profesión y no hubo
suerte. Así, que tuvo que reinventarse después de tantas idas y venidas. Currículum
de allí para acá, hasta que encontró una empresa de transporte que después de
varias entrevistas le abrió sus puertas a su futuro. Esto fue en el mes de
septiembre. Todos en casa estaban muy contentos. Él después de adaptarse a las
nuevas circunstancias, consiguió empatizar con los trabajadores del nuevo
trabajo, incluso con los propios jefes que lo tenían en gran estima.
Llegaron los días previos a
las fiestas de Navidad y, como en casi todas las empresas, celebraron la
habitual cena de de estos días. Todo fue a pedir de boca. Entremeses variados,
pescado al horno y el postre, los deliciosos y variados turrones y pastelitos
navideños. Él en ningún momento bebió alcohol. Sus brindis fueron con refrescos
o agua. Pero la noche fue más allá…
Los jefes de la empresa
quisieron seguir con la fiesta en un lugar donde el baile y las copas fueron
protagonistas. Los compañeros y los propios jefes lo animaron para que se tomara
una copa. Él argumentaba que no le gustaba la bebida. Nunca en su empresa dijo
que había sido alcohólico. Al final, entre risas, anécdotas y buen rollo, él
sucumbió, y se tomó la primera copa. Después, la segunda y ya no había forma de
parar entre villancicos y bailes. Él volvió a fracasar sin saber cuáles podían
ser las consecuencias. Había perdido el control.
La fiesta seguía, y uno de los
jefes le propuso tomarse la penúltima, a lo que accedió. Del lugar de copas
fueron a otro y después a otro… Al final de la madrugada, en una rotonda, cerca
de casa, un control de la Guardia Civil los detuvo. Lo sometió a una prueba de
alcoholemia. Triplicaba la tasa de alcohol.
Eso le supuso cometer un
delito a la Seguridad del tráfico, por lo que fue privado al derecho a
conducir. Algo que con tanto ahínco y esfuerzo se había ganado con el tiempo. Solo
bastó una noche para que el castillo de naipes se derrumbara.
Al no poder conducir, la
empresa lo despidió y volvió a quedarse en la calle. Y su problema con el
alcohol volvió a emerger en su vida.
Después de todo tuvo suerte
esa noche, no provocó ningún accidente. Posiblemente, la Guardia Civil al
pararlo evitó que su vida y la de los demás quedaran sobre el asfalto en una
carretera. La noche podría haber terminado peor.
Las cosas en casa no pudieron
ir peor, el alcoholismo, la pérdida del trabajo le llevaron a tener que
abandonar su hogar, nadie podía perdonarle su nueva irresponsabilidad.
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Cada uno de nosotros somos
dueños de nuestro propio destino.
Queridos todos, con afecto y
respecto, FELIZ NAVIDAD.
Pepe Bejarano
todomotornoticias@gmail.com
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