VIAJE SEGURO
Se acercó a la estación de servicio y aparcó el coche junto a la bomba de aire. Llevó la manguera hasta la válvula de cada neumático, incluido el de repuesto; comprobó la presión con el manómetro y la reguló a la recomendada por el fabricante. Levantó el capó y fue examinando con meticulosidad los niveles de líquido de frenos, de aceite…, y comprobó el correcto funcionamiento de los limpiaparabrisas. Revisó todas las luces, incluidas las antiniebla y, como el motor, los frenos y la dirección estaban en buen estado, se dispuso a repasar la documentación: recibo del seguro, permiso de conducir, tarjeta de inspección técnica… Para completar el ritual, miró en el maletero y, efectivamente, allí estaban, junto a la rueda de repuesto, los dos triángulos homologados y el chaleco reflectante. Después de llenar el depósito, se dirigió a su vivienda para planificar la ruta.
Miró el recorrido en el teléfono móvil. Alcalá de Guadaíra (Sevilla) – Jubrique (Málaga): 152,6 km separaban las dos localidades, 2h 31 min duraría el viaje. Eligió esa ruta por considerarla más fluida que las otras alternativas, según la información de Google Maps. Teniendo en cuenta que en el final del itinerario encontraría múltiples y cerradas curvas, decidió que una parada en los aledaños de Ronda sería una opción sensata… Preparó el equipaje y se metió en la cama. 7 u 8 horas de sueño proporcionarían a su cuerpo el descanso necesario para una conducción relajada.
A la mañana siguiente, después de un ligero desayuno, distribuyó el peso de las pequeñas maletas y bolsas de mano en el amplio maletero. No quedó ningún objeto suelto que pudiera salir disparado si se producía algún brusco frenazo.
Dos parejas —una procedente Sevilla— subieron al auto. Dos hombres ocuparon los asientos delanteros y dos mujeres, respectivas esposas del piloto y del copiloto, se ubicaron en los asientos traseros. Junto a las damas, una vivaracha y elegante perrita de agua, que cubría su cuerpo con un lanudo y rizado pelaje de color chocolate clarito, iba sujeta con el arnés reglamentario. Cuando todos los ocupantes se ajustaron el cinturón de seguridad, emprendieron la marcha.
El conductor dirigió el vehículo a la Serranía de Ronda. Una vía tranquila, en el trazado y en la afluencia de vehículos, un contraste de casas blancas con el color terrizo de los campos, una visión lejana de los embalses de Bornos y Zahara, un descanso obligado en el camino y un transcurrir próximo al río Guadiaro situaron a los viajeros en la carretera MA-8307.
Como estaba previsto, comenzaron las inquietantes curvas. En la cercanía del pequeño pueblo de Atajate, ya en la provincia de Málaga, las sinuosidades del trazado dieron una tregua hasta Algatocín —en el corazón del Bajo Genal—. Allí se agudizó el serpenteo del asfalto, y un rosario de ascensos y descensos los condujo hasta la población jubriqueña. La destreza y prudencia del chófer contribuyeron a la feliz llegada. Al grupo se unió otra pareja. Las seis personas, tres hombres y tres mujeres, se alojaron en una encantadora casita rural. Junto a ellos, la fiel compañera, la traviesa y juguetona perrita de agua.
A la caída de la tarde, cuando el sol se perdía entre árboles y montes, subieron y bajaron las empinadas cuestas del centro urbano. Calles estrechas, casas bajas, fachadas blancas, rejas y balcones con macetas… típica y bella estampa de un pueblo serrano. Fotografías y animada charla los llevó hasta la posada. Cenaron en la terraza… Menú variado, buena cocina, servicio esmerado, conversación amena: recuerdos del servicio militar —Los tres hombres compartieron el mismo destino en sus años mozos—, vivencias estudiantiles, actualidad política, deportes… De todo un poco. A la antigua usanza, sin la interrupción de los móviles —alguna consulta puntual, en todo caso—… Comentando el recorrido previsto para el día siguiente, bajaron a la casa en busca del necesario descanso.
Mañana fresquita, sol radiante, desayuno de pan tostado con aceite y manteca, leche de cabra, café… Todo dispuesto para acercarse al río Genal —Un bello manantial en el interior de una cueva provoca su nacimiento en Igualeja, transcurre por la sierra rondeña y muere en el Guadiaro—. Estacionaron el coche, bajaron una leve pendiente y comenzaron a caminar por el rocoso trayecto del líquido cristalino. El murmullo del río, el canto de los pájaros, el cielo azul con nubecillas blancas, los pequeños saltos de agua, los destellos de luz entre la vegetación de la ribera… propiciaron una idílica jornada campestre en el Valle del Genal.
Y llegó la despedida. Poco después del mediodía, con agradable temperatura, los rostros satisfechos por los días compartidos, manifestando sus buenas intenciones de repetir la experiencia, retornaron al hogar: un vehículo, camino de Puerto Real (Cádiz); otro, camino de Alcalá de Guadaíra. Desde la población alcalareña, la pareja sevillana se trasladó a su vivienda en la ciudad hispalense… Fue el epílogo de una feliz convivencia.
El viaje mereció la pena, y el tiempo empleado en prepararlo, también.
Con mis mejores deseos, hasta el próximo artículo.
Fernando Monge
21/octubre/2018
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