domingo, 7 de octubre de 2018

CEDA EL PASO


Dime de lo que presumes y…



Con caminar tranquilo, se dirige a la puerta del parque que se encuentra a pocos metros de su vivienda. A las siete de una serena tarde de finales de septiembre, la luz del sol, que se va debilitando, alumbrará aún durante más de una hora a los habituales paseantes que enfilan el sendero. Entre la arboleda interior, niños juguetones corretean propinando puntapiés poco ortodoxos a un balón de reglamento; hombres y mujeres provistos de prendas deportivas ejercitan sus piernas con carreras veloces o ligeros trotecillos; un grupo de inquietos patos emiten graznidos y chapotean en el agua…


César desplaza su calzado deportivo con soltura. Una camiseta blanca, un pantalón de chándal de color gris y una gorra azul conforman su ligera indumentaria.

Después de un trecho de unos quinientos metros, llega a la altura de los bancos de hierro fundido. Un expresivo gesto lo invita a sentarse. Interrumpe el paseo y se acomoda en el asiento junto a Pablo, asiduo visitante del parque y ocasional contertulio.

—Esta mañana —dijo Pablo—, en un programa radiofónico, he escuchado un refrán que nos puede proporcionar un ratito de conversación. Es el que dice: Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.
—Viejo refrán y, como casi todos los que aparecen en nuestro rico refranero, muy cierto. Nadie presume de lo que sabe. 
—Claro. Un profesor de Matemáticas no presume de sus elevados conocimientos del cálculo o de geometría; un director de orquesta no presume de sus conocimientos de música…
—Y como estamos en una revista de motor, un profesional del volante, como podría ser el conductor de los autobuses urbanos, no presume de su pericia en la conducción de vehículos, ni del respeto que le merece el Código de Tráfico y Circulación Vial —intervino César.
—Por supuesto que no. Son los conductores mediocres o los prepotentes, que ni siquiera se toman la molestia de ser algo rigurosos con ellos mismos, los que presumen de sus conocimientos y de su habilidad en el manejo del coche… Y hasta se atreven a dar consejos a los demás de lo que tienen que hacer para convertirse en buenos conductores, aunque ellos no lo hagan. En definitiva, ponen  de manifiesto la veracidad del refrán  —continuó Pablo.
—Bueno, hombre, también estamos, y creo que somos mayoría, los que, sin ostentación, intentamos hacer las cosas bien porque se supone que, si tenemos un carnet de conducir, el cumplimiento de las normas de tráfico es una obligación, no una opción.
—Muy de acuerdo contigo, César. Y es que una vida sin alardes,  asentada en la sencillez, hace más felices y más responsables a las personas, y proporciona la necesaria dosis de civismo que redundará en una mejor educación, incluida la vial.
César se detuvo, miró el reloj y le dijo a Pablo:
—Aunque no arreglemos nada, ha sido muy gratificante platicar contigo, pero ya va siendo hora de recogernos.
—Es verdad.  Habrá más ocasiones para intercambiar pareceres. También yo me voy muy satisfecho de nuestra conversación. Buenas noches y hasta otro día, César.
—Hasta pronto, Pablo. Buenas noches.

La tarde ha claudicado, dando paso a una noche estrellada. Los dos contertulios se encaminan a salidas opuestas y abandonan el recinto arbolado.

Con mis mejores deseos, hasta el próximo artículo.

Fernando Monge
7/octubre/2018
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