Transcurridas semanas desde
que la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, sentenciase que
"el diésel tiene los días contados" nos encontramos en un buen
momento para mirar con perspectiva y hacer un análisis de las consecuencias a
medio plazo de tal manifestación.
En primer lugar, desde mi
punto de vista, una matización o un poco más de información por parte del
Gobierno hubieran contribuido a calmar los ánimos, por un lado, de los
compradores, pero también del sector de la distribución y reparación de
vehículos que, recordemos, emplea directamente a 162.000 personas y supone el
3% del PIB.
Sin embargo, no todo ha sido
negativo durante este periodo. La situación establecida nos ha servido para
clarificar a la opinión publica el estado de la movilidad en nuestro país. En
primer lugar, explicar que el diésel se ha convertido en un chivo expiatorio,
en una distracción. Porque, si lo que se pretende es conseguir que el aire de
nuestras ciudades sea de mejor calidad, efectivamente los vehículos diésel deben
tener los días contados…pero no los nuevos, que son eficientes y cumplen con
los límites de emisiones establecidos desde la Unión Europea. Deben desaparecer
los de más de diez años, responsables del 80% de esas emisiones. Una vez más,
le corresponde a la Administración promover medidas para la renovación del
parque, por el medio ambiente y por seguridad. Desde el sector, como siempre,
apoyaremos con fuerza las iniciativas que vayan en esta dirección, pero con una
premisa que no debemos olvidar: algunos de los propietarios de coches muy
antiguos no pueden permitirse el cambio.
Actualmente no hay nadie en el
mundo de la automoción que ponga en duda que vamos hacia una movilidad
sostenible y descarbonizada, objetivo con el que estamos comprometidos, con constantes
avances tecnológicos e inversiones millonarias en I+D por parte de la industria
y de los concesionarios. Aunque de nada servirá medioambientalmente si, en
primer lugar, no achatarramos los coches más antiguos. Este es el verdadero
foco del problema, no el diésel limpio de última generación, del cual no
podemos distraer la atención tanto el Gobierno, como fabricantes y
concesionarios. Y es que, además, el futuro se prevé peor: según los datos que
manejamos, en 2025, el 65 por ciento de los coches en circulación tendrá más de
quince años si no hacemos nada.
Para alcanzar ese objetivo
compartido por todos, es necesaria la tecnología actual de combustión. A día de
hoy, no hay una alternativa tecnológica real que sea capaz de llegar a la
mayoría de los ciudadanos a corto plazo. En un futuro existirá, pero hay que
darle tiempo y entender la oportunidad histórica que tenemos por delante como
país. Nos encontramos ante un cambio de paradigma en la movilidad. La irrupción
del vehículo autónomo y de las nuevas fórmulas de propulsión pueden suponer una
revolución en nuestra economía, nuestra industria y nuestro comercio. Todo
ello, si hay intenciones, liderazgo y voluntad política, como ya vemos que está
ocurriendo en otros países de nuestro entorno.
El primer síntoma de liderazgo
pasa por que el Gobierno trabaje de la mano del sector, transversalmente, para
abordar de forma integral cómo llegar a la perseguida movilidad sostenible y,
al mismo tiempo, aprovechar el abanico de oportunidades ante el que nos
encontramos. No podemos ser cortoplacistas ni poner injustamente el foco en el
diésel. No pongamos esa excusa, ampliemos el enfoque, pues tenemos capacidades
de sobra.
En esta senda, podremos
conseguir llegar a ser un gran país fabricante de estas tecnologías, a la par
que contar con unas redes de concesionarios absolutamente comprometidas con la
creación de riqueza local y empleo, y, en definitiva, con el crecimiento
económico del país.
Gerardo Pérez, presidente de
Faconauto
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Solo comentarios relacionados con la información de la página.