Un importante volumen de
información que crece con cada nuevo vehículo conectado que llega al mercado,
pero que al mismo tiempo pone de manifiesto que esta temprana incursión se está
realizando sin que el usuario tenga en su poder los conocimientos y
posibilidades para decidir hasta donde está dispuesto a ceder información
privada.
¿Cuál es el precio de la
información?
El coche conectado vuelve a
poner de manifiesto que la velocidad de evolución de la tecnología ha superado
con creces la capacidad de adaptación de las leyes
El debate está encima de la
mesa, mejor dicho encima de muchos despachos, pues son muchos los interesados
en exprimir esta nueva forma de entender el tráfico rodado. Desde los propios
fabricantes de automóviles hasta las grandes compañías tecnológicas
especiailizadas en sistemas de comunicación, pasando por los proveedores de
servicios que ven en el coche conectado un mercado aún más suculento que el
boom de las app en smartphones y tablets.
El problema de todo este
tejido empresarial está en los límites que todavía no se han impuesto para
beneficio del conductor como generador y propietario de esa información. A día
de hoy, los primeros coches que permiten la conexión a internet y a servicios
de recopilación de información no brindan a los usuarios una herramienta de
personalización para acotar la información que es transmitida. Perdidos en un
mar de cláusulas y folios, el conductor concede plenos poderes para disfrutar
en su vehículo de lo último en tecnología del automóvil.
Coches que hablan con los
semáforos, la apuesta de Audi en Car-to-X
Europa debería ser la promotora
de un marco legal para regular esta estrategia de intercambio de información,
pues poco a poco las alianzas de fabricantes y firmas tecnológicas están
repartiéndose un pastel cuyo único dueño es el propietario del vehículo. Por
otro lado esta la obligación de garantizar un marco de libre competencia a la
hora de ofrecer servicios debería ser ya una realidad.
Ante la inminente llegada de
plataformas unificadas como las propuestas por Google, Apple y Microsoft, la
industria del automóvil sigue sin haber aprobado un único estándar de
comunicación o los protocolos necesarios para garantizar el cifrado y seguridad
de las comunicaciones.
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