Los primeros años del siglo XX
fueron muy fértiles para el automóvil naciente. Más aún, en un país como Japón
donde también se estaban realizando transformaciones fundamentales -políticas,
económicas y sociales-. En este contexto, se hicieron numerosos esfuerzos para
desarrollar coches con ADN japonés. Sin embargo, fue el poder financiero e
industrial del grupo Mitsubishi el que pudo convertir tales intentos en una
realidad llevada a la producción (serie), comenzando con el Modelo-A en agosto
de 1917.