EN LA MEDIDA DE LO POSIBLE
Poco después de las siete de la mañana, descorro la cortina del salón y contemplo un bello espectáculo: Los coches están cubiertos con una tenue capa blanca que brilla con las luminarias del alumbrado público, mientras el sol duerme a la espera del amanecer. Los más madrugadores intentan quitar el hielo del parabrisas con más o menos acierto y, en algunos casos, con síntomas de evidente desesperación. En Sevilla este fenómeno atmosférico no es muy frecuente, y coge a la mayoría de los usuarios desprevenidos. Los más precavidos arrancan el coche, conectan la calefacción con el motor al máximo y dirigen el flujo del aire hacia el parabrisas, otros rocían el cristal con alcohol, algunos utilizan rasquetas de plástico y los más desconcertados piden ayuda. Poco a poco todos inician la marcha para dirigirse a sus puestos de trabajo o para realizar cualquier otra gestión.