EL PASO DEL TIEMPO
Sentado frente al ordenador portátil, me han venido a la mente todos los vehículos que he tenido a lo largo de mi vida y, sin pensarlo dos veces, me he puesto a teclear los recuerdos de las experiencias vividas con esos vehículos, con la única intención de hacer un recorrido por las distintas épocas y reflejar cómo ha ido evolucionando el mundo del motor, y cómo la diferencia de edad te hace adoptar unos comportamientos distintos en la conducción. Por ese halo de nostalgia que a veces nos envuelve, me voy a extender en los tiempos más remotos, sin ánimo de reivindicar que todo tiempo pasado fue mejor… Me siento bien ubicado en el momento presente.
A comienzos de los años 70, en las calles de las grandes ciudades y de los pequeños pueblos, proliferó la presencia de vehículos que, si no eran flamantes, albergaban altas dosis de ilusión… Predominio de los coches de segunda mano a módicos precios y pagados cómodamente con aportaciones mensuales. Era lo que permitía la economía de la mayor parte de la población. El barrio sevillano de El Cerro del Águila alojó en una de sus estrechas calles un concesionario de vehículos nuevos y de ocasión. Los corpulentos hermanos que lo regentaban, pulcramente vestidos y con hábiles dotes de vendedores, dieron salida a numerosos turismos, siendo el más vendido el Simca 1000 de segunda mano.
Como mi hermano y yo habíamos superado las pruebas para obtener el permiso de conducir, mi padre, haciendo un esfuerzo económico, compró uno de esos Simca 1000 de segunda mano que sufrió la inexperiencia de los dos nuevos conductores. En ese coche aprendimos a pilotar porque, como todos sabemos, cuando se aprueba el examen que te permite llevar un vehículo, la destreza en su manejo es escasa y con la práctica diaria y el paso del tiempo vamos convirtiéndonos en conductores más o menos hábiles.
La primera vez que lo cogí para dar un paseo, me acompañó un amigo de la infancia y, de mutuo acuerdo, escogimos como recorrido la angosta y curvilínea carretera que unía las poblaciones onubenses de Hinojos y Almonte. Conducía despacio y con inseguridad, cuando avistamos a la pareja de motoristas de la Guardia Civil que también circulaba despacio. No me atrevía a iniciar el adelantamiento y mi amigo me aconsejaba que no lo hiciera. Los agentes observaron que allí había algo raro, y me pararon. Después de comprobar que toda la documentación estaba en regla y de entablar una breve conversación, uno de los motoristas me dijo:
―Pero, hombre, ¿cómo se le ocurre con el carné recién sacado meterse por esta carretera? Cuando llegue a Almonte, busque la carretera nacional que es más segura.
Debo confesar que aquel incidente y la posterior circulación por otra carretera más amplia, me animó y comencé a coger confianza en mis posibilidades. Después se sucedieron una serie de experiencias que fueron conformando mis más o menos buenas dotes de conductor: Viajes con los compañeros de mili más allegados en el plano afectivo a la población sevillana de Alcalá de Guadaíra, veloz traslado, con mi cuñado, a la estación de autobuses Damas, desplazamientos para desempeñar mi labor profesional, y hasta el viaje de novios: Sevilla, Málaga, Murcia, Valencia, Barcelona, Zaragoza, Madrid y vuelta a Sevilla.
El primer coche que compré con los ingresos de mi actividad laboral fue el entrañable SEAT 600 del que ya publiqué un artículo con las peripecias vividas y disfrutadas. Posteriormente adquirí un Simca 1200 de color oro viejo, color al que un buen amigo llamaba diarreico. “¿No había otro color, Fernando, me decía con cierta ironía?” Era un buen coche del que me tuve que deshacer por problemas con el torneado que no pudieron corregir durante la garantía, ni posteriormente un mecánico amigo que se hizo cargo del arreglo, pero con poco éxito. En fin, que en el año 1982 ―cuando se celebró en España el Mundial de Fútbol―, di con un SEAT Ritmo de color blanco que pasó sin pena ni gloria.
Un Opel Kadett de color gris se convirtió en una buena compra que realicé en 1989. Nuevo como el 1200 y el Ritmo, fue uno de los modelos más representativos de la historia de Opel y, durante muchos años, el superventas de la marca alemana. En 1996 entré en el mundo de Peugeot con un 406 azul, motor de gasolina, combustible que surtió a todos los vehículos que habían pasado por mis manos. Automóvil confortable ―memorable viaje a Alicante por la autovía del Mediterráneo, con la degustación de un exquisito arroz caldoso en un chiringuito de la costa alicantina―.
En enero de 2009, hice mi última adquisición. En este caso cambié de combustible y me pasé al diésel, pero continué con la marca francesa Peugeot. Quedé muy satisfecho con el 406 y me compré un 407 de color gris manitoba ―variedad de trigo de la provincia canadiense de Manitoba―. Cómodos viajes, bajo consumo y más prudencia a la hora de conducir que en mis años del Simca 1000. Lo que les decía al principio, con el paso del tiempo se aumenta la cautela y se modera la velocidad, aunque los coches sean más seguros… Eso, al menos, es lo que me ha ocurrido a mí.
Con mis mejores deseos, saludos cordiales.
Fernando Monge
fmongef@gmail.com
31/enero/2021
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