ALARDEA,
QUE ALGO QUEDA
No, no me he equivocado. Sé que la
expresión conocida por todos, y recogida en los textos y en el refranero, dice
otra cosa: “Calumnia, que algo queda” y precisamente por ahí vamos a comenzar.
Ese dicho llegó a nosotros de la pluma del escritor y filósofo inglés Francis
Bacon. En su obra “De la dignidad y el crecimiento de la ciencia”, publicada en
el siglo XVII, aparece de la siguiente manera: “Calumniad con audacia; siempre
quedará algo”. Y para concluir esta introducción, debemos decir que Bacón bebió
en la fuente de un antiguo dicho latino.
Si en cualquier época, ese refrán ha
sido irrefutable, hoy en día, con la proliferación de las redes sociales y la
falta de rigor en ciertos medios de comunicación, los efectos de la calumnia
pueden ser devastadores para la persona o entidad que la sufre. Si se proponen
desprestigiar a un político, a un cantante o a una empresa es seguro que lo consiguen.
Cuidado, no estamos hablando de las denuncias por malversación, estafa,
pederastia… basadas en argumentos y hechos reales con pruebas fehacientes. Eso
no es calumnia, y hay que sacarlo a la luz para que caiga todo el peso de la
ley sobre los culpables… Por el bien de la convivencia.
La calumnia, como todo el mundo sabe,
es acusar con engaño por parte del interesado acusador. Si mi rival político,
aunque esté en el mismo partido, parece que está recalando en la sociedad por
sus buenas maneras, su capacidad para gobernar, sus políticas sociales…, pues
allá que voy a buscar si tiene por ahí un primo segundo que en cierta ocasión,
al parecer, cometió un fraude. Si el cantante de moda me está eclipsando, busco
a ver si, cuando comenzaba en la música, realizó algún plagio. Si mi marca de
automóvil ha bajado el volumen ventas y está perdiendo dinero, arremeto contra
la competencia: Son muy caros, los sistemas de seguridad no funcionan como
debieran, los motores no tienen la potencia necesaria, las emisiones de CO₂ son altas o están trucadas… Y si alguien me está quitando protagonismo,
comienzo a maquinar contra él todas las mentiras que se me ocurran… Después de
todas esas espurias intenciones, no hay desmentidos que valgan, o al menos que
valgan por completo… Siempre quedará algo.
Y ahora, vamos con el enunciado del
artículo: “Alardea, que algo queda”. El ser humano, cuando quiere ocultar sus
flaquezas, se alaba a sí mismo buscando siempre el aplauso. Podemos considerar,
por tanto, el alarde como un defecto con el que cualquier persona presume de
sus riquezas, de sus habilidades, de su sabiduría con la única finalidad de
lograr el reconocimiento de los demás y, en ocasiones, hasta la envidia de
algunos… Hay gente para todo… ¿Y eso es malo?... No, no es malo si la cosa se
queda en lo que hemos expuesto. Cada cual allá con sus presunciones.
Lo malo es que los alardosos no se
conforman, en la mayoría de los casos, con vanagloriarse de lo que tienen y caen
en un inevitable: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Es decir,
que ya puestos, presumen de lo no tienen, y aquí es donde aparece la dimensión
negativa de estos individuos porque, en sus trabajos o en sus ambientes sociales,
se enorgullecen de su capacidad para gestionar, aunque no estén muy duchos en
esos menesteres; presumen de ser hábiles redactores de textos, aunque tengan
pocos conocimientos de la expresión escrita y muestren una feble ortografía… Además,
como leen poco, no saben interpretar los escritos… Y uno de sus principales
defectos es apropiarse de los méritos de los demás —si las cosa van bien, claro—, como si fuesen los artífices de todos los proyectos
que se ciernen a su alrededor… ¿Y qué tiene eso de malo?... Pues que dan
noticias tergiversadas, con el consiguiente perjuicio de los fines propuestos; que
adelantan acontecimientos, contraviniendo la razonable prudencia y, como tienen
su público —alardea, que algo queda—, crean malestar y diferencias entre
las personas que se ven envueltas en sus tejemanejes…
¿Y todo esto tiene algo que ver con
la automoción o la Educación Vial? Pues sí, porque, por su ego, son muy
exigentes con los demás y muy permisivos con ellos mismos, se consideran los mejores
conductores, los más educados, los más prudentes y, por supuesto, los más hábiles…
Y dejando a un lado la habilidad, que cada uno tiene la que tiene, suelen ir
siempre a velocidades superiores a las permitidas, protestan continuamente: del
que sale por la derecha, del que no lo deja salir por la derecha, del que
adelanta, del que no se deja adelantar. Suelen dificultar las maniobras de los
otros conductores, pues “todos son unos enterados”. Se los llevan los demonios
cuando alguien se mete en dirección prohibida, para a renglón seguido meterse
ellos… “No pasa nada, solamente son 50 metros, y no viene nadie”.
Si eres su acompañante u oyente
ocasional, te pueden confundir, pero si frecuentas su compañía o te subes con
ellos más de una vez en el coche que conducen, conocerás de qué pie cojean y lo
perniciosos que son para la sana convivencia y para la Circulación Vial.
Con mis mejores deseos, saludos
cordiales.
Fernando Monge
28/junio/2020
fmongef@gmail.com
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