“NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO”
Aunque su lema oficial fue “La Era de los Descubrimientos”, el título de este artículo también se utilizó
para referirse a la Exposición Universal de Sevilla de 1992, conocida como “Expo 92” o “la Expo”. Tuvo una duración cercana a los seis meses: comenzó el
20 de abril y finalizó el 12 de octubre, fecha del V Centenario del
Descubrimiento de América, y el escenario del magno acontecimiento fue el recinto
de la Isla de la Cartuja.
Pero “la Expo” no apareció por ensalmo. En enero de 1987 comenzaron a
rodar las máquinas en la Isla de la Cartuja cerca del Puente del Patrocinio. Al
mismo tiempo, se acometieron un sinfín de obras de infraestructuras y accesos
en la ciudad y en sus aledaños. Los cortes de calles, totales o parciales,
entorpecieron la normal circulación de vehículos con las consiguientes colas en
las que había que armarse de paciencia. Por poner un ejemplo, yo trabajaba en
Nervión y mi conyuge en el Parque Alcosa. Salíamos de nuestra vivienda en el
barrio de la Macarena a las siete de la mañana y regresábamos a las once de la
noche, con el tiempo justo para cenar y retirarnos a descansar… Había que
madrugar al día siguiente. Eso nos hizo tomar una decisión, teníamos que
trasladar nuestra residencia a la barriada en la que mi esposa desempeñaba su
trabajo… Compramos un piso sin ascensor en un bloque de cuatro plantas y azotea
transitable.
El
lunes 30 de diciembre del pasado año 2019, salimos antes del amanecer para
emprender un viaje a Algeciras donde íbamos a despedir el año. Con cierta
precipitación, por no llegar tarde a la parada del autobús, bajamos los
escalones con el equipaje y miramos de soslayo la puerta del ascensor recién instalado,
pero aún sin funcionar. Sobre el mediodía, caminábamos por territorio británico,
todavía dentro de la Comunidad Europea… “Los científicos creen que los macacos
de Gibraltar o los monos de Berbería, fueron introducidos como mascotas por los
árabes, aunque existen otras teorías. Extraoficialmente, es considerado el
animal nacional de la colonia, un símbolo al que todos conocen como los monos
de Gibraltar”. El guía sin facciones definidas, con chaquetón azul marino y
alargada silueta nos llevó a la cueva de San Miguel en la cima del Peñón. Allí
apareció la primera manada de macacos. Reanudamos nuestro recorrido y
continuaron apareciendo simios por doquier. Algunos eran dóciles y se paseaban
entre los turistas, otros se afanaban en el mutuo aseo y los más traviesos o
salvajes arrebataban el bolso, la mochila o el bocadillo a los sorprendidos
visitantes.
A
continuación, vimos un castillo nazarí del siglo XII —“Este lugar conocido
coloquialmente como El Castillo es el núcleo de población más vetusto de este
lugar”—, una iglesia del siglo XVII. “Es la Iglesia del Divino Salvador y ahora
nos dirigimos al Molino del Conde, finalmente visitaremos el Palacio de los
Condes”. El guía seguía dando explicaciones con su voz cavernosa. “Castellar de
la Frontera está en el Parque Natural de los Alcornocales, en la llamada Ruta
del Toro y es una población de la provincia de Cádiz”.
—Claro con razón se han esfumado los monos, es
que ya no estamos en El Peñón —comentamos algo confundidos.
Subimos al autobús para continuar la ruta y mi
cuerpo adormecido comenzó a levitar. De pronto, desperté… Todo había sido un
sueño, un bonito sueño.
Ese viaje estaba previsto,
pero, por circunstancias que no vienen al caso, se canceló. Movido por la
curiosidad, la noche del día 29 de diciembre, conecté el portátil y, entrando
en Internet, hice un recorrido por las visitas programadas. Cuando me fui a la
cama el sueño se apoderó de mí en pocos segundos, y el subconsciente me
trasladó a un mundo de placenteras ensoñaciones que desembocaron en un relajado
despertar. El día 30, como de costumbre, me levanté temprano y continué con la
lectura de “La ruta infinita” una obra de José Calvo Poyato, publicada
recientemente, que cuenta como Magallanes y
de Elcano con cinco embarcaciones y 239 hombres “buscando un paso, una
ruta y confirmando una sospecha dieron la Primera Vuelta al Mundo”.
Sobre las cinco de la tarde,
llegó el técnico de la empresa que centra su actividad en soluciones de
movilidad. Después de manipular con profesionalidad y sobrados conocimientos el
mecanismo de la máquina durante unos diez minutos, puso el elevador al servicio
de la Comunidad… Ya podía ser utilizado por todos los vecinos… El viaje al
Campo de Gibraltar fue un sueño, pero la llegada del ascensor “no fue un sueño”, fue una tangible realidad y, sin ánimo de hacer comparaciones con
la magnitud de la Exposición Universal de Sevilla de 1992, tampoco se instaló
en nuestro bloque por ensalmo.
Con mis mejores deseos, feliz
y saludable recorrido por el año 2020.
Fernando Monge
fmongef@gmail.com
12/enero/2019
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