“LA VIDA SIGUE IGUAL”
El hombre despierta, mira hacia la
luz de la máquina de CPAP —terapia de tratamiento
más común para los pacientes diagnosticados con apnea del sueño—, se incorpora para expeler el líquido
acumulado en la vejiga, pulsa la luz del teléfono móvil que refleja las cuatro
y media de la madrugada. Una bola de gases le aprieta la boca del estómago…
—Carlos, Carlos… —Es la voz de su esposa: angustiada, temblorosa
y entrecortada por los sollozos.
La mujer se arrodilla en el suelo y acaricia la cara de
su esposo, intenta reanimarlo y le pregunta con la incertidumbre de quien no sabe
si habrá respuesta…
—Carlos, ¿qué te ha pasado?
Al cabo de unos segundos que se le antojan
eternos, escucha con alivio una desorientada y débil voz…
—¿Qué pasa? ¿Por qué estoy en el suelo?
Poco a poco, el hombre va recobrando la
consciencia… Con la ayuda de su compañera, se incorpora y deja caer en la cama
su cuerpo sudoroso e inquieto… Ella se
coloca las gafas y coge el teléfono inalámbrico de color marfil. Teclea con sus
manos temblorosas el 061. Escucha con impaciencia las necesarias preguntas
sobre el lugar de los hechos, la edad del paciente, la hora del suceso… En
menos de media hora, llega una ambulancia con un conductor y un camillero. El
desvanecimiento y la caída con leve golpe frontal en la pared o en suelo, vaya
usted a saber, requiere traslado al hospital… No procede la asistencia médica
domiciliaria.
Tumbado en la camilla, el enfermo escucha,
desde el interior, el sonido lastimero de la sirena… Sensación extraña… Ese
sonido había llegado siempre a sus oídos
como ondas lejanas que atenuaban el ruido de los motores, que paraban el
tránsito… Imagina que, en el exterior, los vehículos se apartan o se detienen,
que la ambulancia circula sin mucha dificultad por la hora intempestiva, que
algún viandante mira con indiferencia… Se abre la puerta, dos celadores lo
bajan del vehículo en la camilla y lo pasan a otra que introducen con presteza
en las instalaciones del hospital… Paso de la persona acompañante por
recepción, llamada de la sala de clasificación y, en poco tiempo, el paciente
entra en la consulta.
El equipo médico comienza su exploración:
Preguntas al paciente, preguntas a su esposa… La doctora que dirige el equipo,
una mujer madura que destila humanidad y vocación profesional, habla al
afectado con voz clara y con cierta familiaridad que el hombre agradece, porque
impregna el ambiente de una serenidad que se antoja muy necesaria en estas
situaciones. Un joven doctor se acerca al paciente y comienza a trazar líneas
curvas con el dedo índice. El hombre, que ha pasado de la camilla a un carrito,
fija su mirada en los digitales desplazamientos… Aprieta con fuerza las manos
del doctor, cierra los ojos, camina con los brazos en cruz… Se vuelve a sentar
y se lleva el dedo índice, de una y otra mano, hasta la punta de la nariz… Todo
normal.
Ahora, vienen las pruebas… En la sala
contigua, le extraen unas muestras de sangre, le hacen un electrocardiograma.
Un celador, con mucho sentido del humor, lo lleva a la zona de rayos X…
Radiografías del tórax y del cuello. El mismo celador, lo traslada a la sala de
espera… larga espera. Sale la coordinadora del equipo médico y habla con voz
tranquila y segura:
—De momento, no se aprecia nada grave, pero,
para mayor seguridad en el diagnóstico, le vamos a ampliar la analítica.
Vuelta a entrar en la sala de enfermería, y
extracción de otras muestras del líquido rojo con sus hematíes, plaquetas y
leucocitos…
—Carlos Ponce, acuda a la consulta número 14.
La mujer empuja el carrito y entran en el
habitáculo donde los esperan la doctora y sus jóvenes colaboradores.
—Podemos sintetizar, y así lo hago constar en
el informe, que ha sufrido una crisis cervical, acompañada de una bajada de
tensión —puede ocurrir cuando se orina— que es la que le ha provocado el
desvanecimiento. Las pruebas ponen de manifiesto que no padece ningún trastorno
cardiovascular… —concluyó la mujer madura, cerrando la solapa de su bata blanca.
Día soleado, temperatura suave, bullir de
personas en el entorno del centro hospitalario, que entran, salen o esperan en
la puerta… Bajada por los escalones del Hospital Virgen Macarena. Caminar
tranquilo hasta la parada de taxis. Vehículos con sus lucecitas verdes junto al
bode de la acera. Suben y le dan la dirección al conductor. Circulan por la
amplia avenida… Con cierto cansancio, sensación de alivio y agradecido
reconocimiento al personal sanitario, el hombre contempla la vorágine de
coches, autobuses, semáforos, peatones que esperan para cruzar, peatones que
cruzan cuando les parece, adelantamientos indebidos, conductores prudentes… En
fin, lo de todos los días, pero con una visión más serena… Es lo que hay… “La vida sigue igual”.
Con mis mejores deseos, saludos
cordiales.
Fernando Monge
fmongef@gmail.com
3/noviembre/2019
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