NO SOMOS TAN
DIFERENTES
Julio Camba Andreu nació en
Villanueva de Arosa (Pontevedra), a finales del año 1884, y falleció en Madrid,
cuando comenzaba el año 1962. Vivió en el seno de una familia de clase media,
pues su padre era maestro de escuela y practicante, hoy enfermero. Él fue
escritor, periodista y humorista, y he comenzado este artículo con esta breve
reseña porque tan cultivado personaje es el autor de la siguiente expresión:
“La envidia del español no es conseguir un coche como el de su vecino, sino
conseguir que el vecino no tenga coche”. Bueno, don Julio, estoy muy de acuerdo
con lo que usted afirma, si quitamos la palabra español, y disculpe el
atrevimiento.
Con todos los respetos a la
figura del erudito don Julio Camba, al que seguramente le sobraban razones para
hacer esa afirmación, voy a trasladar a ustedes mi modesta opinión. Pienso que
el odio, la venganza o la envidia no son vicios exclusivos de los españoles, ni
de ningún otro pueblo, sino una lacra inherente a la especie humana. Por poner
tres ejemplos, uno, bíblico, otro, legendario y el último, histórico: Caín y
Abel no eran españoles… Rómulo y Remo, tampoco, y termino contándoles que Marco
Bruto, pese a los favores que había recibido de Julio César, encabezó la
conjura que acabaría con la vida del dictador… Así podríamos continuar, dentro
y fuera de España, porque la envidia y el ansia de poder nos hacen caer en las
mayores bajezas.
Bueno, no nos pongamos tan
trágicos, que la expresión del señor Camba habla solamente de un coche. Así que
ahí vamos, pero cambiando los coches por bicicletas… Hace algunos años, cuando
la presencia de la bicicleta y el carril bici se hacían cada vez más frecuentes
en las aceras de cualquier ciudad, y algunos ciclistas campaban a sus anchas,
como siguen haciendo ahora, me dijo un buen amigo que yo tendría que ir a
Holanda para ver cómo se comportaban allí los señores conductores de los
vehículos de dos ruedas: “Un respeto, una educación…Nada que ver con lo que
ocurre aquí”. “Y no verás nunca un coche mal aparcado, y mucho menos en lo alto
de la acera”.
Pasó el tiempo, y decidí hacer
un viaje en el que pude visitar París, Bruselas y Ámsterdam, entre otras
ciudades francesas y del Benelux. Pues bien, en una visita guiada por la
capital de Holanda, el guía, un holandés corpulento, simpático y con un
castellano casi perfecto, nos advirtió: “Cuidado con los ciclistas; son los
dueños de las calles y de las aceras. Les ruego encarecidamente que sean
precavidos cuando los vean venir, porque ellos no lo son”. A continuación,
desmontó, en un santiamén, el aperturismo mental que se atribuye a los
holandeses por la ausencia de persianas y cortinas en las ventanas de las
casas. “No es que a los habitantes de este país no les importe ser vistos desde
la calle, o por los vecinos más cercanos, es que les gusta que los vean. Y al
mismo tiempo, ellos pueden ver las otras casas, y así se enteran de que el
vecino se ha comprado un plasma, un equipo de música o un mueble de cierta
calidad… Y allá que van… Si pueden, se compran otro mejor”.
A la caída de la tarde
—después de un bello paseo en barco por los canales, disfrutando de la belleza
de Ámsterdam en toda su dimensión—, camino de Bruselas, me dispuse a considerar
las palabras del guía holandés. Pensé que sus comentarios, sobre el carácter
de los ciudadanos y la ausencia de cortinas y persianas, podrían ser más o
menos rigurosos —al parecer, se trata de una costumbre heredada de la religión
protestante—, pero de lo que no tenía ninguna duda, porque lo pude comprobar
con mis propios ojos, era del comportamiento incívico de los ciclistas. Como me
dijo, en su día, mi buen amigo, muy diferente a lo que vemos en España,
solamente que la diferencia tiraba a mucho peor. Por cierto, cuando llegamos a
la capital de Bélgica, el autobús no nos pudo dejar en la puerta del hotel,
porque unos coches mal aparcados…, en lo alto de la acera, impedían al
conductor realizar las necesarias maniobras.
Después de una suculenta cena,
contemplamos el conjunto arquitectónico que compone la Gran Plaza de Bruselas.
Su inusitada belleza te dejaba tan subyugado que no sabías dónde mirar: el
Ayuntamiento, la Casa del Rey… ¡Y qué buen chocolate! El coordinador del viaje,
un asturiano formado en la capital belga nos dijo: “Si vierais cuánto
disfrutamos el día que España le ganó la final de la Copa Mundial de Fútbol a
Holanda con el gol de Iniesta. Bruselas fue un hervidero de españoles y de los
propios belgas, ya sabéis la rivalidad que existe entre belgas y holandeses”.
Efectivamente, la rivalidad, aderezada con cierta dosis de envidia, se enerva con la cercanía, sea familiar o
geográfica… Los hermanos se pelean por la herencia, los propietarios de
viviendas adosadas o tierras colindantes discuten por el uso de las zonas
comunes, los moradores de los pueblos muy cercanos se jactan de su propia
distinción y tildan de vulgares a sus vecinos…
Y eso ha ocurrido siempre y sigue ocurriendo, en cualquier época de la
Historia, en cualquier parte del mundo y, naturalmente, en España.
Con mis mejores deseos,
saludos cordiales.
Fernando Monge Franco
fmongef@gmail.com
23/septiembre/2019
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