VIAJE A MALLORCA
“El comandante y su
tripulación, en nombre de la compañía Iberia, les da la bienvenida a bordo de
este avión con destino a Palma de Mallorca. La duración aproximada del vuelo
será de una hora y quince minutos... Por favor, hagan uso de los cinturones de
seguridad, y pongan el respaldo de sus asientos en posición vertical”… “Apaguen
los dispositivos electrónicos, o activen el modo avión durante el trayecto…”
A mi izquierda, la pequeña
ventana ovalada, el suelo asfaltado, las líneas paralelas, la numeración de la
pista, el cielo azul, la luz intensa de la tarde… La lenta marcha de la nave se
convierte en estruendosa aceleración, los dorsales se anexan al respaldo del
asiento, el avión despega del sevillano aeropuerto de San Pablo…
Los árboles se
alejan de la vista, los edificios empequeñecen… Tras el cristal, una superficie
de multicolores alfombras, sierpes azules, casitas blancas —dispersas o
agrupadas—… La cámara del móvil recoge las imágenes aéreas de una luminosa
tarde del 27 de abril.
Tras el óvalo acristalado, el
cabo de la Nao, al sur del golfo de Valencia, penetra en el mar Mediterráneo…
Entre las aguas, aparece y, en poco tiempo, desaparece la isla de Ibiza, dando
paso a un manto azulado… “Señores pasajeros, nos encontramos próximos a
aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Son Sant Joan. Por favor,
abróchense los cinturones y permanezcan sentados hasta que los avisos se hayan
apagado”.
Después de recoger las maletas
de la cinta transportadora, nos dirigimos a la puerta de salida del aeropuerto.
Los coloristas distintivos de Mundiplan reclaman nuestra atención. Los
empleados de la empresa encargada de organizar y administrar los viajes del
IMSERSO —Instituto de Mayores y Servicios Sociales— nos indican el número del
autobús que nos acercará al hotel. En el recorrido, cómodamente sentados,
escuchamos los necesarios consejos y las precisas instrucciones para nuestro
regalo y conveniencia durante la estancia en la isla de Mallorca.
El autocar llega a su destino,
se elevan las compuertas del maletero, vamos recogiendo el equipaje, con cierto
orden… “Venga hombre, que parecemos borregos”… El discordante individuo se
abrió paso a empellones, atrapó sus maletas como si alguien se las fuese a
quitar y se dirigió a la recepción… Al mismo sitio donde nos dirigíamos todos a
esperar la entrega de la llave de la que sería nuestra habitación hasta el día
4 de mayo… “Somos personas y nos tratan como a borregos”… Vociferaba el
maleducado asaltante de maletas, ante la indiferencia de la mayoría y la
complicidad de muy pocos… En menos de veinte minutos, todos estábamos en
nuestros aposentos, incluido el impaciente.
A las 8:30 partimos en dirección
al levante mallorquín y llegamos a Porto Cristo, dentro del municipio de
Manacor. Entramos en las Cuevas del Drach —cuatro cuevas, 25 metros de
profundidad y 2,4 kilómetros de longitud—. La belleza de las formaciones
hidrogeológicas, las piedras areniscas, las ágatas, el brillo de los delicados
ramos de estalactitas y estalagmitas y la exquisita iluminación desembocan en
el Lago Martel… Una barca navega sobre las aguas cristalinas en las que se
refleja el hermoso techo… Órgano, violonchelo y violín emiten armónicos sonidos
que se propagan entre las oquedades de las cuevas.
La Catedral-Basílica de Santa
María es conocida como “La Seu”. Su construcción se inició en 1229. Tras la
conquista de Mallorca por la corona de Aragón, el rey Jaime I erigió este gran
templo cumpliendo una promesa. El estilo arquitectónico del edificio es el
gótico levantino que no sigue los modelos clásicos franceses. A principios del
siglo XX, Gaudí introdujo diferentes ornamentos de diseño modernista y realizó
el bellísimo baldaquino del altar mayor. Ya en el siglo XXI, Miquel Barceló
creó un espléndido mural de cerámica policromada, inspirado en el milagro
evangélico de los panes y los peces. El rosetón mayor de la catedral, de 13
metros de diámetro y espectacular policromía, es conocido como el “ojo del
gótico”…
El tren sale del centro de
Palma… Durante una hora, el paisaje se llena de encinas, almendros, olivos,
algarrobos, pequeñas casas de piedras, oscuros túneles, frondosos naranjos… En
el pueblo se puede admirar la iglesia de San Bartolomé del siglo XIII, el Banco
de Sóller… En la Plaza de la Constitución, podemos probar el producto más
conocido de la gastronomía mallorquina… la ensaimada lisa (sin relleno), o
rellena de cabello de ángel, sobrasada, chocolate… En la estación, con
exposición de Miró y Picasso, subimos al tranvía que, en media hora, nos deja
en el Puerto de Sóller… puerto natural de forma semicircular.
El castillo de Bellver en la
bahía de Palma, la Iglesia de Cristal, el caballo mallorquín piafando en la
entrada de Son Amar —cena y espectáculo—, la música de Mozart en el Mar de
Venecia —Cuevas de Hams—, las comidas compartidas con extremeños, castellanos,
catalanes, gallegos, andaluces…, la música de animación del hotel, los bailes
al compás de bachatas, salsas, sevillanas… Secuencias de unos días primaverales
del año 2019 en El Arenal de la isla de Mallorca.
Con mis mejores deseos,
saludos cordiales.
Fernando Monge
19/mayo/2019
Sus comentarios, opiniones o
vídeos serán muy bien acogidos en mi dirección de correo:
fmongef@gmail.com
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