EPISODIOS
EXTRAORDINARIOS
Aunque hablamos, en el artículo
anterior, de lo mucho que se parecen unos días a otros y de la importancia que
tiene nuestro estado de ánimo en los cambios que observamos, sentimos o
padecemos; nadie duda que, de vez en cuando, acontecen episodios
extraordinarios, poco frecuentes… dignos de ser contados. Esos episodios pueden
tener los más variopintos escenarios y manifestar los más extravagantes
comportamientos humanos. Yo les voy a narrar dos sucesos ocurridos en la vía
pública, relacionados con el tráfico rodado, pero que bien podríamos situarlos,
con sus lógicas diferencias, en otro lugar: trabajo, ambulatorio médico,
oficina de la administración o parque público. Voy a contarlos guardando un
orden cronológico, y no por la mayor o menor extrañeza de cada uno de ellos.
Las
sombrillas multicolores decoran la monotonía cromática de la arena de la playa.
El mar azulado luce en la orilla sus rizos de espuma blanca. El olor de las
tortillas de patatas y los filetes empanados impregna el húmedo aroma de la
brisa marinera. El sol de la tarde busca imperturbable la dirección oeste. Es
hora de volver, de recoger la nevera blanquiazul, las sillas y mini taburetes
plegables… Caminamos hasta el aparcamiento. Allí está el Simca 1000 de color
blanco verdoso. Abrimos las puertas, bajamos los cristales, ajustamos los
tensores de la baca, ponemos el motor en marcha… Enfilamos la carretera de
Almonte. Día entresemana, mes de agosto, recién comenzada la década de los 70,
pocos vehículos van, casi ninguno viene…
Conducción
relajada, espalda sudorosa, música de los Beatles que suena en el radiocasete,
volumen moderado, comentarios compartidos… Delante de nosotros, un Seat 600;
mirada a mi cuentakilómetros, noventa por hora… Inicio el adelantamiento,
vehículos en paralelo, intención de terminar la maniobra… El 600 aumenta velocidad,
yo aumento la velocidad; nueva mirada a mi cuentakilómetros, ciento treinta por
hora, aguja pegada a la derecha… Disminuyo la velocidad, el vehículo paralelo
disminuye la velocidad; sigo disminuyendo, el paralelo sigue disminuyendo; acelero,
acelera… En la lontananza diviso un coche que viene en sentido contrario…
Desacelero, desacelera… y por fin, con un estruendoso acelerón, el 600 de motor
rectificado se aleja… Respiramos aliviados… Los Beatles terminan el trepidante
“¡Help!” y comienzan la balada “Yesterday”.
Salida del
aparcamiento, mirada a la derecha, mirada a la izquierda, solería sin tránsito
de peatones, calzada despejada de vehículos… Disposición de abandonar la enorme
acera con el metro y medio de carril bici que llega hasta el bordillo… De
pronto, se abre el semáforo de la izquierda, motos y coches ocupan su calzada,
frenada obligatoria, imposibilidad de retroceder… Mirada al espejo retrovisor:
desfile de peatones, paso de algunas
bicicletas… Todos aprovechan el espacioso tramo que tengo detrás… Bueno… todos,
no.
—¿Qué haces
ocupando el carril bici? ¿Desconoces las normas de tráfico y coges un coche?
Rondaba
los treinta años y casi tocaba con la rueda delantera de su bicicleta la puerta
derecha del coche… Las manos en el manillar y los pies apoyados en el suelo
acentuaban su mirada reprobatoria.
Le explico
que no invado el carril por capricho, que, por seguridad, creo más sensato
quedarme allí que dar marcha atrás, que en el tráfico es importante la
flexibilidad, el sentido común y lo invito a que haga como los demás…
—No me da
la gana… este es mi carril.
La calzada
se vuelve a despejar, dejo a mi lado al puntilloso, me incorporo al tránsito…
El penetrante olor del azahar, los mantelillos blancos bajo los naranjos y el
azul ribeteado del cielo convierten el día primaveral del año 2018 en un
relajante y perfumado vergel.
Podría contar algunos casos más, y sé
que los lectores, también. Pero convendrán conmigo que esos incidentes son
ocasionales… Que pueden resultar peligrosos, como el primero, o pintorescos, como
el segundo; pero son las consabidas excepciones que confirman la regla de los
aconteceres diarios en la circulación vial.
Fernando Monge
24/marzo/2019
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