Y ATRÁS QUEDÓ LA CANÍCULA
Aunque el verano termina el 21
de septiembre con la llegada del otoño, el periodo de tiempo en el que el calor
aprieta con más fuerza en el hemisferio norte, y que conocemos con el nombre de
canícula, ya ha pasado. Teniendo en cuenta que este fenómeno de la Astronomía
está sometido a continuos cambios, y que ningún año es exactamente igual a
otro, como nuestra experiencia nos permite comprobar con el paso del tiempo,
vamos a hacer una breve descripción del rigor canicular.
Como ya hemos dicho que la
canícula es un periodo de tiempo, bueno será concretar que, con datos
estadísticos y como norma general, abarca desde el 15 de julio, día de la
marinera Virgen del Carmen, al 15 de agosto, día de la Gloriosa Asunción… El
refranero popular nos deja una perla de adorno para este breve párrafo: De
Virgen a Virgen, el calor aprieta de firme.
¿Y por qué el nombre de
canícula? La etimología de la palabra canícula nos lleva al término can o canis
(perro) que nos sitúa en la constelación Can Mayor o Canis Maior, y en el seno
de esta constelación se encuentra la estrella Sirio, apodada “La Abrasadora”,
que es uno de los astros más brillantes durante el verano en el hemisferio
boreal. Nuestros antepasados creían que cuando esa estrella unía su calor al
procedente del sol daba lugar al periodo más cálido y menos lluvioso del año.
Esa creencia carece de rigor científico, ya que el aumento de las temperaturas
en esos días se produce por el calentamiento superficial de las aguas del mar y
de la corteza terrestre, y llegan a sus máximos registros cuando ya han pasado
algo más de tres semanas desde la entrada oficial de la estación estival.
Como la canícula, además de
comenzar y terminar con fervores marianos, está preñada de fiestas religiosas:
Santiago —patrón de España y de la Comunidad Autónoma de Galicia—, San Joaquín
y Santa Ana —abuelos de Jesucristo y patronos de los abuelos—, Nuestra Señora
de las Nieves —tan venerada en España como en Italia, Latinoamérica y
Portugal—, San Lorenzo, Santa Clara… Y como también los termómetros alcanzan
valores que nos invitan a buscar la brisa marinera, los desplazamientos de
vehículos se multiplican y se produce una suma explosiva para el tráfico
rodado: más vehículos y más calor… Más calor que influye negativamente en las
capacidades físicas y en el comportamiento del conductor. Es más, las altas
temperaturas son las culpables del 17% de los accidentes.
Algunos estudios demuestran
que con el aumento de la temperatura disminuye el tiempo de reacción del conductor
y, como consecuencia, se acentúa el riesgo de cometer algún error; apareciendo
síntomas similares a los que podría tener una persona con un índice de
alcoholemia de 0,5 gr/l. Por si todo esto fuera poco, el calor incrementa la
fatiga y la agresividad, a lo que debemos añadir los peligrosos
deslumbramientos provocados por la luz del sol.
Y como no hay mal sin remedio,
vamos a dar algunos consejos para una conducción menos onerosa en plena
canícula y en cualquier otro momento de calor riguroso: Ventilar el coche para evitar los contrastes de temperatura, poner el
climatizador, realizar paradas periódicas, evitar las horas de mayor radiación
solar, llevar ropa cómoda, ingerir una alimentación ligera y, por supuesto, ni
una gota de alcohol.
Así que, por nuestra
seguridad, cuando el tórrido sol nos someta a sus elevadas temperaturas,
extrememos las precauciones, pero sin olvidar que la prudencia no se
corresponde con una determinada fecha, es una buena costumbre que debemos poner
en práctica todos los días del año.
Con mis mejores deseos, hasta
el próximo artículo.
Fernando Monge
9/septiembre/2018
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