PANORÁMICAS DE LA VÍA PÚBLICA
El sol comienza a despuntar en
una fría mañana de febrero cuando, después de un breve caminar por el suelo
arbolado, me dispongo a cruzar el paso de cebra uniéndome a otros peatones. Los
vehículos se detienen, pero un turismos de color azul continúa su marcha; el
conductor centra la mirada en el teléfono móvil que lleva entre las manos; algunas
personas increpan al imprudente, pero él, circulando como un zombi, se aleja. Cruzamos
las franjas blancas y negras ─unos presurosos, otros con parsimonia, algunos
con dificultad─ que nos llevan al ancho acerado de las viviendas de color beis;
la horizontalidad de las cenefas, entre azuladas y verdosas, alteran su
sobriedad. Los automóviles que se detuvieron reanudan su marcha.
Antes de bajar a los
aparcamientos, me detengo porque un vehículo, con estridente sonido del claxon
y superando la velocidad adecuada para el lugar, sube la rampa. Su conductor,
sin parar ni un instante, lo sitúa al borde de la calzada a la que se incorpora
con temeraria rapidez. Algunos transeúntes se indignan, otros se sorprenden y
no faltan los que continúan su camino con indiferencia. Mientras tanto, otro
coche llega calmoso a la puerta y muestra con suave lentitud el parachoques, el
capó y el parabrisas. Su conductor mira a derecha e izquierda, cede el paso a
los que transitan por la acera y se une con prudencia a la circulación rodada.
Aprovecho la tranquilidad del momento para bajar hasta las plazas en las que se
encuentran estacionados los automóviles.
Atrás quedaron las cocheras y
la ancha calle en la que se ubican. Me detengo en el semáforo que da al
polideportivo. Algunos vehículos, ignorando el color rojo, se van difuminando en
la lejanía. Cruzan los peatones con sus multicolores indumentarias. De la explanada
del bar, salen tres automóviles que giran a su derecha; un imprudente,
infringiendo las normas de tráfico, gira el suyo a la izquierda y se une, con
precipitación y mirada desafiante, a los que han dejado detrás el parque del
Tamarguillo. Se abre el semáforo y reanudamos la marcha.
El círculo verde del cruce permite
el paso bajo el puente de la autovía que lleva al aeropuerto. Los utilitarios
dibujan una línea curva que se dirige a Córdoba, otra casi recta que va camino
de Brenes y un meandro que enfila el recorrido hacia el centro de la ciudad.
Incorporado en este sinuoso trayecto me sumerjo en la autovía que, tras algunas
señales luminosas y glorietas, me deja en el aparcamiento de la estación de
Santa Justa ─con su trazado elíptico y sus columnas─; junto a ella, una hilera
interminable de taxis espera la llegada de pasajeros; enfrente, una mole de cemento acristalado
alberga la Tesorería; en medio, los vehículos, en su transcurrir por la
rotonda, van trazando arcos, circunferencias y espirales…
Este artículo es una visión
secuencial de lo que todos los días podemos presenciar en la calle y en la
carretera. Hemos visto, en él, que los conductores y los peatones actuamos con
prudencia, unas veces; y con ligereza, otras. Menos mal que no todas las
imprudencias se pagan, pero que no sirva esto de excusa, y seamos prudentes… Es
un sano ejercicio de responsabilidad.
Familia lectora de TODOMOTOR, feliz
semana.
Fernando Monge
10/febrero/2018
Cualquier comentario, opinión o vídeo que queráis enviarme lo podéis hacer a la siguiente cuenta de correo:
fmongef@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Solo comentarios relacionados con la información de la página.