BUENAS COSTUMBRES
El sol se despereza, y la luz se cuela entre las rendijas de las persianas, que izadas a media altura franquean el poco aire fresco que sopla nocturno en un nuevo verano caluroso e insomne.
El olor a café se desparrama por toda la estancia, mientras una radio de fondo lanza proclamas de temperaturas altas que van a derretir hasta las ideas. ─Así no hay manera─ dejé escapar instintivamente un pensamiento en voz alta.
Felipe era un hombre de costumbres. La ropa que se iba a poner ese día estaba planchada y acomodada en una silla esperando ser usada. La ducha temprana y un repaso con la cuchilla sin espuma hacían que le robara algunos minutos a la mañana.