Si eres padre o madre de un bebé seguro que has vivido
cientos de veces la escena de mecerlo durante interminables minutos que parecen
horas, hasta que cuando, por fin, el angelito parece haber conciliado el sueño,
comience la complicada labor de depositarlo en su cunita, con el mismo tiento
con el que manejarías cristal de Bohemia.
Y todo esto, para que en el preciso instante en el que su
cuerpo entra en contacto con la sábana y siente que tus brazos se despegan de
él o de ella, comience de nuevo el llanto interminable… Cuando ya no puedes
más, coges el coche a horas intempestivas para ponerte a dar vueltas a la
manzana porque no sabes por qué pero el bebé en la sillita se queda dormido
rápido.