Henry Ford comenzó a introducirlo en sus modelos a principios de los años 20 del pasado siglo, en una decisión que cambió el rumbo de la historia del automóvil.
Antes de su invención, los conductores resultaban heridos por los fragmentos de cristal que salían despedidos, sufrían lesiones de gravedad e incluso fallecían tras atravesar el parabrisas de cabeza. Además de terribles lesiones y mortalidad, los coches con parabrisas sin laminar generaban miedo y una lluvia de demandas a los fabricantes.