“El Enigmático”, como
lo llamaban los vecinos, vivía solo y tenía unos setenta años. Su descuidada cabellera y su grisácea barba
le daban una apariencia que resultaba, al menos, desagradable. Para colmar ese
desaliñado aspecto, vestía un traje marrón o, quizás, que había adquirido esa
tonalidad, porque hacía mucho tiempo que no se le veía con otra ropa. Unos
zapatos de color tierra ponían el colofón a su mugrienta y encorvada figura.
—¿Se habrá muerto? —preguntó con algo de preocupación un anciano.
—¡Qué va! —contestó con cierto nerviosismo una hermosa joven—. Ayer, cuando yo pasaba cerca de su piso, abrió la ventana y
comenzó a soltarme unos improperios que me hicieron aligerar el paso para
refugiarme en el bloque de mi tía.
Cuando falleció, meses después de su extraño encierro, a
mediados del mes de diciembre del presente año 2022, tres personas, dos hombres
que rondaban los cincuenta años y una mujer septuagenaria, llegaron al piso
para tramitar su enterramiento en el cementerio municipal de la ciudad y
proceder a la venta de la vivienda. En menos de un mes, desaparecieron de la
misma forma que llegaron.
El juez que había efectuado todos los trámites, hombre
honrado y ecuánime, comentó a su mujer el día del entierro, después de contarle
el relato:
—Pobre hombre, ¡cuántos secretos se habrá
llevado a su tumba!
—Brindo por la salud de todos los
presentes, por los enternecedores Cuentos de Navidad, alegres o sombríos, y por
un mundo en el que la paz y la justicia prevalezcan sobre los desafueros.
Feliz Navidad y próspero Año Nuevo.
Fernando Monge
18/diciembre/2022
fmongef@gmail.com
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