EL
JUEZ DE PAZ
En la madrugada del 23 de septiembre, llegó el otoño. Pasar
del verano al otoño se relaciona con la tristeza y la nostalgia como posibles
emociones principales en nuestro estado de ánimo, pero también puede
proporcionar brotes de inspiración para plasmar los recuerdos que nos resultan
gratos… En mi caso, me ha traído a la mente la figura de un personaje: el juez
de paz.
Los Juzgados de Paz son servidos por
jueces legos, es decir, personas que no pertenecen a la carrera judicial. Se
trata de órganos unipersonales ubicados en los municipios donde no existe
Juzgado de Primera Instancia e Instrucción. Asumen competencias de menor
importancia tanto en el orden civil como en el penal.
Los
jueces de paz son elegidos por la mayoría absoluta del Pleno del Ayuntamiento,
entre las personas que, reuniendo las condiciones legales, así lo soliciten,
alentados por sus paisanos debido a que gozan de capacidad de conciliación, cierto
nivel cultural, altruismo y un autoaprendizaje en la escuela de la vida. Son nombrados
por la Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia por un periodo de
cuatro años, que normalmente se prolonga muchos más. Prestan juramento ante el
Juez de Primera Instancia e Instrucción y deben residir en el municipio.
“La oscuridad de la noche engullía la poca luz de aquella
tarde otoñal. Algunos niños correteaban en la pequeña plaza, iluminada con el
alumbrado público que era poco intenso, pateaban las abundantes hojas caídas de
los árboles e intensificaban su empeño con el crujir de los secos limbos.
—Dejemos a un lado las simplezas y las chamuchinas y vamos a
clarificar este entuerto —dijo, con serenidad, don Servando.
Don Servando aparentaba un aspecto débil por su excesiva
delgadez, podríamos calificarlo como un alfeñique, pero era un hombre con
carisma y gozaba de buena salud. Tendría unos cuarenta años. Su poblada
cabellera, su mostacho y sus finas lentes daban a su rostro un aire armonioso y
señorial. Vestía con pulcritud y desempeñaba, en el blanco pueblo andaluz, la
función de reconciliar a las partes antes de consentir que litigasen… Era el
juez de paz.
Se había ganado a
pulso el cargo que desempeñaba. Sus faenas de labrador las compaginaba, sin
ninguna dificultad, con la lectura. Todos los días, dedicaba algún tiempo a repasar
la prensa o a leer algún libro, y se enriquecía con el conocimiento de todos
los temas de actualidad. Disfrutaba de una mente abierta, clara y tolerante con
todo lo nuevo y lo diferente y, además, buscaba y encontraba tiempo para
componer, con cierta soltura, algún que otro poema.
Cuando las partes llegaron a un acuerdo, satisfecho con el
deber cumplido, se dirigió a la estantería y, despidiendo con su natural
cortesía a los que salían de la sala con el ánimo saciado de calma y sosiego,
cogió “El Quijote”, se sentó en el sillón del sobrio despacho del Juzgado de
Paz y se entregó a su lectura”.
Con mis mejores deseos, saludos cordiales.
Fernando Monge
6/noviembre/2022
fmonf@gmail.com
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