domingo, 6 de noviembre de 2022

CEDA EL PASO

 

                                       EL JUEZ DE PAZ







         






En la madrugada del 23 de septiembre, llegó el otoño. Pasar del verano al otoño se relaciona con la tristeza y la nostalgia como posibles emociones principales en nuestro estado de ánimo, pero también puede proporcionar brotes de inspiración para plasmar los recuerdos que nos resultan gratos… En mi caso, me ha traído a la mente la figura de un personaje: el juez de paz. 

Los Juzgados de Paz son servidos por jueces legos, es decir, personas que no pertenecen a la carrera judicial. Se trata de órganos unipersonales ubicados en los municipios donde no existe Juzgado de Primera Instancia e Instrucción. Asumen competencias de menor importancia tanto en el orden civil como en el penal.


Los jueces de paz son elegidos por la mayoría absoluta del Pleno del Ayuntamiento, entre las personas que, reuniendo las condiciones legales, así lo soliciten, alentados por sus paisanos debido a que gozan de capacidad de conciliación, cierto nivel cultural, altruismo y un autoaprendizaje en la escuela de la vida. Son nombrados por la Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia por un periodo de cuatro años, que normalmente se prolonga muchos más. Prestan juramento ante el Juez de Primera Instancia e Instrucción y deben residir en el municipio.


“La oscuridad de la noche engullía la poca luz de aquella tarde otoñal. Algunos niños correteaban en la pequeña plaza, iluminada con el alumbrado público que era poco intenso, pateaban las abundantes hojas caídas de los árboles e intensificaban su empeño con el crujir de los secos limbos.

 Dejemos a un lado las simplezas y las chamuchinas y vamos a clarificar este entuerto dijo, con serenidad, don Servando.

Don Servando aparentaba un aspecto débil por su excesiva delgadez, podríamos calificarlo como un alfeñique, pero era un hombre con carisma y gozaba de buena salud. Tendría unos cuarenta años. Su poblada cabellera, su mostacho y sus finas lentes daban a su rostro un aire armonioso y señorial. Vestía con pulcritud y desempeñaba, en el blanco pueblo andaluz, la función de reconciliar a las partes antes de consentir que litigasen… Era el juez de paz.

 


Se había ganado a pulso el cargo que desempeñaba. Sus faenas de labrador las compaginaba, sin ninguna dificultad, con la lectura. Todos los días, dedicaba algún tiempo a repasar la prensa o a leer algún libro, y se enriquecía con el conocimiento de todos los temas de actualidad. Disfrutaba de una mente abierta, clara y tolerante con todo lo nuevo y lo diferente y, además, buscaba y encontraba tiempo para componer, con cierta soltura, algún que otro poema.


Cuando las partes llegaron a un acuerdo, satisfecho con el deber cumplido, se dirigió a la estantería y, despidiendo con su natural cortesía a los que salían de la sala con el ánimo saciado de calma y sosiego, cogió “El Quijote”, se sentó en el sillón del sobrio despacho del Juzgado de Paz y se entregó a su lectura”.

Con mis mejores deseos, saludos cordiales.


Fernando Monge

6/noviembre/2022

fmonf@gmail.com

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