LA PROYECCIÓN
PSICOLÓGICA
La proyección
psicológica es ver
en los demás nuestros propios defectos. Como se supone que, en términos
generales, todos tenemos defectos y virtudes, es llamativo que, en este caso,
nuestras virtudes no las vemos en los demás, solamente vemos los defectos. Por
este motivo podemos considerar la proyección
psicológica o simplemente proyección
como una patología, un síntoma de baja autoestima. En realidad con esta actitud
lo que pretendemos es desplazar nuestro sentimiento de culpa a una causa
externa, trasladar a otros la responsabilidad de lo que ha salido mal por un
fallo nuestro y proteger nuestro ego… Algunos estudiosos llaman a esta patología “efecto espejo”.
La proyección, como
casi todas las manifestaciones de nuestro carácter, se adquiere en la primera
infancia y más concretamente en la familia. En muchos casos se justifican todos
los errores y fallos del niño atribuyéndolos a causas ajenas a él. De esta
forma el crío, ante la evidencia de que todo lo que hace mal es por circunstancias
que no son achacables a su conducta, se acomoda a errar cuando le viene en gana
porque la culpa es de los demás… Él no es responsable de nada y, por lo tanto,
estamos poniendo los cimientos para convertirlo en un irresponsable. Lo malo es
que hay ciertos psicólogos que fomentan esta actitud permisiva por parte de los
progenitores pues, según esta corriente psicológica, la corrección puede
provocar graves traumas que dejarían a los corregidos marcados de por vida. ¿No
puede ocurrir todo lo contrario?
Podríamos seguir hablando de este asunto, porque resulta más común
de lo que pudiéramos pensar, pues la proyección provoca que el único tema de conversación de algunas
personas sea hablar mal de los demás… Se convierten en chismosas. Eso sí,
comenzarán con la manida frase: “a mí no me gusta hablar mal de nadie”, porque,
naturalmente, ellas consideran que no tienen ese defecto… Ya lo decía Jorge
Cadaval, uno de los componentes de Los
Morancos: “A mí no me gusta criticar, pero el vecino del 5º es un flojo y su
mujer empina el codo más de la cuenta”. Como no estamos en una revista de
psicología, sino de motor, vamos a comprobar cómo se manifiesta la proyección en el cumplimiento de las
normas de la Dirección General de Tráfico y, sobre todo, en las colisiones
entre vehículos, donde siempre pretendemos culpar a la parte contraria.
Una tarde de la recién
llegada primavera, la joven pareja circula a bordo de su turismo por una vieja
y estrecha carretera en la periferia de la ciudad hispalense. La mujer se
acomoda en el asiento del copiloto y el hombre conduce con la tranquilidad que
le permite la fluidez del tráfico. El conductor se dispone a girar a la
izquierda y pone el intermitente mirando de soslayo hacia el espejo retrovisor.
Algo alejado, viene un pequeño camión Avia a una moderada velocidad. De todas
formas, el piloto, extremando la precaución, saca su brazo izquierdo por la
ventanilla para señalizar la maniobra con más insistencia... De pronto, se
produce el choque… El pequeño camión golpea en la parte trasera al coche que se
encuentra detenido y lo desplaza algunos metros, aunque el freno está pisado.
Los cuerpos del conductor y su acompañante se inclinan con violencia hacia
adelante, posteriormente impactan llevados por la inercia en los respaldos de
los asientos que se rompen dejando a los afectados tendidos dentro del coche y,
aunque parezca una barbaridad, los zapatos del chófer salen como proyectiles
por la ventanilla. Afortunadamente, los accidentados se incorporan y bajan del
vehículo por sus propios pies, el hombre se calza los zapatos e interpela al
que conduce el Avia: “¿Pero no ha visto usted que me disponía a girar a la
izquierda?” ¿Creen ustedes que el causante del accidente entona un “mea culpa”
y se excusa con la joven pareja? Pues no. Según él, la otra parte es la
culpable del siniestro: “¿Y tú que hacías parado ahí interrumpiendo la circulación?” “Además, los giros hay que
señalizarlos”.
En el lugar del
percance están ubicados: un taller de chapa y pintura, un restaurante y una
tienda de neumáticos. Es una zona concurrida y el hecho lo han presenciado
muchas personas que no tienen ninguna duda de cómo se ha producido el golpe.
Así que, aunque a regañadientes, el despistado tiene que admitir su distracción
y avenirse a cumplimentar el parte amistoso para las compañías aseguradoras…
Para qué vamos a entrar en más detalles… Pero sí les voy a contar que un día me encontraba
con unos familiares en un campo de fútbol presenciando un partido de Segunda
Regional y escuché como uno de los espectadores le comentaba a otro:
—¡Van como locos! Fíjate que a mi
coche, conduciéndolo yo, le han dado ya 9 golpes por detrás en plena
circulación.
El contertulio no se pudo reprimir y le dijo con cierta
sorna:
—Hombre, con tatos golpes en la parte
trasera, alguna vez habrás sido tú el que ha cometido el fallo.
—¿Yo?, ¡yo soy un perfecto conductor!
Con mis mejores deseos, saludos cordiales
Fernando Monge
fmongef@gmail.com
31/05/2020
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