VIEJAS COSTUMBRES
Fría mañana otoñal. Un tenue sol se asoma con timidez entre
los multicolores bloques de pisos. Envueltos en los chaquetones, caminamos sin
prisas… las manos buscan el calor de los
bolsillos. Una pelusilla blanca adorna las mustias hierbas, los coches se
cubren con una capa de rocío, las hojas de los árboles, con su apagado color
marrón, alfombran la solería de la amplia acera. El pequeño cuerpo de un bebé, que
lleva la cabeza cubierta con un gorro de lana azul, se acurruca en los brazos
de una joven mujer. Un hombre de elevada estatura expele una bocanada de vaho y
se ajusta su cazadora de cuero. Entramos en el garaje por la pequeña puerta de
los peatones. Sentados en nuestros asientos, nos ajustamos los cinturones de
seguridad. Giro de la llave y el motor se pone en marcha con un ruido suave…
Maniobra y salida por la rampa que nos lleva, después del semáforo, la rotonda
y la ronda Supernorte, a la autovía A-49, camino de Chucena en la provincia de
Huelva.
Tras un corto y tranquilo viaje —los sábados del mes de noviembre ofrecen vías poco
transitadas, lejos del tráfico intenso de los meses estivales—, arribamos a nuestro destino. Pasamos junto a la ermita de
la Divina Pastora, templo con trazos renacentistas —en la explanada de la ermita, se celebra, cada mes de mayo,
la romería conocida popularmente como el “Romerito”—. Llegamos a la panadería para recoger las piezas de pan, circulamos
por la calle que deja a la derecha la Plaza de Andalucía en la que luce el
bello edificio del Ayuntamiento. Costeamos los naranjos de la Plaza de la
Coronación que termina con la entrada en el templo renacentista que alberga un
impresionante retablo barroco de la segunda mitad del siglo XVIII… En el centro
del retablo está el camarín que cobija a la patrona de los chuceneros, la
Virgen de la Estrella, imagen de finales del siglo XVI… Y terminamos aparcando
en la calle Purchena.
Al calor de la chimenea, el reducido grupo de tertulianos
comparte la animada conversación con pequeñas copas de vino nuevo —mosto de Chucena—, cervezas, refrescos, tapas de queso,
ensaladilla, gambas cocidas, aceitunas gordales… Es el preámbulo del tostón… que
ya las ascuas de la leña quemada están en su punto para tostar el pan. Las
piezas de “pan de pueblo” superan los 400 gramos. Se parten en dos mitades
circulares que superan los dos centímetros de grosor y, tras los cortes con el
cuchillo en la parte blanda, muestran un entrelazado de pequeños rombos… Ahora,
a una distancia conveniente y en posición vertical, se tuestan por las dos caras
al rescoldo de la candela. Se cogen con las manos, se colocan en los platos y
se rocía con aceite de oliva virgen del molino del lugar. Previamente, los
hemos podido restregar con ajo que tiene su aliciente culinario… Es la estampa
genuina del típico tostón, que se acompaña con sardinas, presa ibérica,
chorizo, panceta… asados en parrillas que aprovechan el calor de la socorrida
candela.
El tostón es un manjar del que se disfruta principalmente los
días fríos y lluviosos, porque tiene su origen en las comidas que hacían los
jornaleros del campo cuando no podían ir a trabajar por la lluvia persistente.
Se refugiaban en algún local agrícola o bodega que tuviera una chimenea, o
improvisaban una fogata. Cortaban el pan con su navaja cabritera —de hoja ancha— y solían
pincharlo con una vareta de olivo. Como en tiempos pasados, no era fácil
disponer de pescado fresco, por lejanía de la costa o por estrechez económica,
se recurría al arenque, a la sardina prensada o al bacalao que en esos tiempos
pasados tenían un precio asequible para los pocos recursos económicos que
imperaban. La abundante ración de pan, el aceite de oliva, el ajo, el vino de
la tierra y los alimentos del mar, con algunas porciones de tocino suponían la
ingesta de abundantes calorías con un coste austero. La tradición se mantiene,
y los elementos básicos continúan siendo la esencia de los tostones, aunque en
la actualidad se hagan con más aditamentos culinarios que no le quitan su
natural encanto.
Sin que decaiga la amena conversación, recogen los cubiertos,
vasos, aceiteras... Aunque la tarde es fría, el tibio sol invita a dar un largo paseo por
el camino de Alcalá de la Alameda que conduce al merendero y a la ermita… Ya de
vuelta, al calor de la chimenea, se sientan alrededor de la mesa rectangular…
Encima del mantel… vasos o tazas de café, infusiones de té o manzanilla, dulces
caseros: bizcocho, roscos… Y copita de anís, coñac…, para los que no tengan que
conducir y se les apetezca completar el condumio con un trago dulzón o añejo.
Los conductores deberán privarse del consumo de alcohol, porque la
responsabilidad, la seguridad propia y la de sus acompañantes deben primar
sobre los pequeños placeres. Ya saben... “Si bebes, no conduzcas”.
Con mis mejores deseos, saludos cordiales.
Fernando Monge
fmongef@gmail.com
1/diciembre/2019
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