NIEGAN…, LUEGO AFIRMAN
Las figuras retóricas o literarias
son una serie de giros del lenguaje que se emplean para embellecer los
discursos orales o escritos y, en este artículo, les voy a hablar de la atenuación o lítotes —recibe otros nombres, pero quiero ser
conciso—. Esta figura retórica tiene mucho que ver con la ironía y el eufemismo,
y consiste en afirmar algo negando lo contrario de lo que se afirma. Por
ejemplo, si veo que alguien ha hecho una tontería, puedo decirle: “No has
estado muy inteligente con tu actitud”… Si quiero afirmar a algún conocido que
su hermana es fea, puedo atenuarlo con la expresión: “Tu hermana no es muy
guapa”. Confieso que, en algunas ocasiones, he recurrido a esta figura retórica,
porque lo he juzgado conveniente para limar asperezas.
Aunque he comenzado con este párrafo sobre la atenuación —por considerarlo, en cierto
modo, similar—, verán que el contenido del artículo va por otros derroteros.
Voy a hablar de aquellos individuos que niegan una virtud o un defecto propio
cuando quieren afirmar lo que han negado. ¡Qué lio! Por ejemplo: Si una persona
le dice a otra: “Yo no me creo más listo que tú”, no tengo la menor duda de que
quien ha pronunciado esa frase se cree más listo que su interlocutor. Y si, a
continuación, le añade: “Tú eres un hombre culto”. Entonces, está entrando en
el terreno del redomado embustero que se adorna con una adulación, a la espera
de un reconocimiento a su pretendida sabiduría… Lo normal de un mediocre
engreído.
Cuando alguien proclama: “Yo nunca miento”,
estamos ante un potencial mentiroso… “Yo no soy envidioso”, le está dando a
la envidia más importancia de la
necesaria y, siendo generosos, lo podemos tildar, al menos, de envidiosillo.
“¿Y por qué tiene que ser así?” Porque, en mi modesta opinión, la
autodefinición rotunda suelen ir acompañada de un cierto complejo, y resulta
innecesaria para el que está seguro de sí mismo. “¿Y cómo debe expresarse?”
Pues, aunque parezca una contradicción, dejando un resquicio de duda: “Procuro
no mentir”, “intento no ser envidioso”… Considero una altivez la continua
reivindicación de las virtudes propias… Queda mejor en boca de los demás… Como
dijo el filósofo griego Diógenes de Sinope, también llamado el Cínico: “El
elogio en boca propia desagrada a cualquiera”.
Vamos a
hablar, ahora, de una expresión utilizada con cierta frecuencia y aplicable a diversos
ambientes personales, familiares o sociales: “A mí no me gusta presumir o
alardear de nada” ―pienso que pronunciar esta sentencia ya es una presunción―.
La persona que utiliza esta locución suele ser presumida y alardosa. Basta que
alguien diga: “Yo no presumo de buen conductor”, para que nos pongamos en
guardia, pues estaremos ante un petulante que, naturalmente, piensa que es buen
conductor y que las calles y las carreteras están repletas de pardillos que no
saben manejar el volante. Si además afirma: “Nunca infrinjo las normas de Tráfico”,
reforcemos la guardia, porque, considerando lo difícil que resulta no cometer
ningún fallo en los múltiples avatares que se nos presentan en la vida
cotidiana, en el tráfico rodado, ya sea como conductor o como peatón, yo me
atrevería a afirmar que no fallar nunca es imposible, y el que intenta hacerlo
todo bien se limita a actuar, no a presumir… Obras son amores…
Y por último, tenemos al que, sin que nadie se
las haya ofrecido, proclama: “Yo no quiero medallas”. Mala cosa, porque, con
esas palabras, parece sugerir que se merece alguna. Vamos, que hay motivos más
que suficientes para creer que la está pidiendo… La persona que prodiga el uso
de esa expresión… sí quiere medallas, aunque no haya hecho nada para merecerlas…
No importa… Él mismo se las coloca, simplemente porque está en el sitio
oportuno. Ese tipo de sujeto se sube al carro cuando todo va sobre ruedas… En
los momentos de incertidumbre, o cuando se producen contrariedades, suele hacer
mutis por el foro y excusar cualquier responsabilidad… Esa dura responsabilidad
se la cede generosamente a otros, pues él la prefiere madura.
Se cuenta que cuando se hacía el reparto de
frutas en las explotaciones agrícolas de propiedad colectiva, para que ese
reparto fuese equitativo, se hacían lotes en los que las piezas verdes (duras)
igualaban a las maduras, y parece muy probable que de ahí proceda el conocido
refrán: “Hay que estar a las duras y a las maduras”… ¡Cómo debe ser!
Para
concluir, quiero aclarar que los casos expuestos no son exclusivos de ninguna
persona… Todos podemos vernos reflejados en alguno de ellos, o en todos
―naturalmente, me incluyo―, porque, como dije antes, la vida nos envuelve en
múltiples vicisitudes, y no cometer ningún fallo es imposible, aunque lo
intentemos. Pero, eso sí, debemos intentarlo.
Con mis mejores deseos, saludos cordiales.
Fernando Monge
fmongef@gmail.com
7/octubre/2018
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