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Después de esta introducción,
voy a citar tres situaciones en las que, desde mi punto de vista, tenemos la
oportunidad de manifestar nuestra buena educación o de ponerla en entredicho:
el consumo de una pequeña cantidad de alcohol, la asistencia a un partido de
fútbol o la conducción de un vehículo.
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¿Y qué ocurre? Que al superar
esa timidez que, en mayor o menor grado, casi todos tenemos, nos mostramos tal
como somos, aunque exagerando nuestros actos. Es decir, el educado pasa a ser
muy educado, muy sociable y hasta muy cariñoso: “Tú sabes que te aprecio
mucho”, “pase usted”, “no se preocupe, aquí cabemos todos”, “buena gente el
camarero”… Y el maleducado se convierte en muy maleducado: “Tú siempre
haciéndote el gracioso”, “¿todo el mundo tiene que pasar por aquí?”, “ten
cuidado, que me estás molestando”, “qué camarero más antipático”…
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Pero precisamente en esas
ocasiones, podemos ver la diferencia entre una persona educada y la que no lo
es. La persona educada no insulta, no se encara con los aficionados del equipo
rival, y cuando sale del recinto deportivo, alegre o decepcionado por el
resultado del partido, se dispone a disfrutar de la familia, la lectura, el
cine… Sin acritud ni malos modos… La persona mal educada añade a las
exclamaciones propias del espectáculo los correspondientes improperios. Si su
equipo gana, avasalla y molesta al adversario —nada que ver con las bromas
amistosas o las “puyas” de los compañeros de trabajo que son la chispa de la
rivalidad bien entendida—; si pierde, insulta al árbitro, se enfada con el
guardacoches, muestra su malhumor en el entorno familiar…
Y, finalmente, cuando nos
ponemos al volante de un vehículo, de igual modo, podemos demostrar nuestra
buena o mala educación. Pero en este caso, además, tenemos en nuestras manos la
posibilidad de evitar o provocar accidentes. Asunto, nunca mejor dicho, de
vital importancia.
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Familia de TODOMOTOR, feliz
semana.
Fernando Monge
26/mayo/2018
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