domingo, 26 de agosto de 2018

CEDA EL PASO,



                                         EDUCACIÓN



La educación, “cortesía y urbanidad” (acepción 4 de la RAE) —respeto, atención, buenos modos—, proporciona a las personas que disfrutan de ella una vida más placentera y agradable, con el consiguiente aumento de la estabilidad emocional.

Después de esta introducción, voy a citar tres situaciones en las que, desde mi punto de vista, tenemos la oportunidad de manifestar nuestra buena educación o de ponerla en entredicho: el consumo de una pequeña cantidad de alcohol, la asistencia a un partido de fútbol o la conducción de un vehículo.



Cuando nos tomamos las dos copita de rigor —no hablo de emborracharnos—, somos más simpáticos, más sociables, más educados… O todo lo contrario: nos alteramos fácilmente, nos volvemos antipáticos, maleducados… El córtex frontal, que es la zona que controla el sentido común, se relaja y hace que tomemos decisiones o adoptemos modales que evitaríamos en circunstancias normales por temor a hacer el ridículo. En definitiva, nos desinhibimos.

¿Y qué ocurre? Que al superar esa timidez que, en mayor o menor grado, casi todos tenemos, nos mostramos tal como somos, aunque exagerando nuestros actos. Es decir, el educado pasa a ser muy educado, muy sociable y hasta muy cariñoso: “Tú sabes que te aprecio mucho”, “pase usted”, “no se preocupe, aquí cabemos todos”, “buena gente el camarero”… Y el maleducado se convierte en muy maleducado: “Tú siempre haciéndote el gracioso”, “¿todo el mundo tiene que pasar por aquí?”, “ten cuidado, que me estás molestando”, “qué camarero más antipático”…

Cuando asistimos a un campo de fútbol, para presenciar el partido que disputa nuestro equipo favorito, también se nos brinda la oportunidad de calibrar nuestra educación. No quiere esto decir que aparquemos la euforia o la decepción. Es inevitable que broten impulsivas exclamaciones: “¡ha sido fuera de juego!”, “¡árbitro, penalti!” “¡Falta!” “¡gooooool!”… El fútbol es un espectáculo en el que prima, sobre todo, el resultado final, y eso hace que, a veces, lleguemos al paroxismo.

Pero precisamente en esas ocasiones, podemos ver la diferencia entre una persona educada y la que no lo es. La persona educada no insulta, no se encara con los aficionados del equipo rival, y cuando sale del recinto deportivo, alegre o decepcionado por el resultado del partido, se dispone a disfrutar de la familia, la lectura, el cine… Sin acritud ni malos modos… La persona mal educada añade a las exclamaciones propias del espectáculo los correspondientes improperios. Si su equipo gana, avasalla y molesta al adversario —nada que ver con las bromas amistosas o las “puyas” de los compañeros de trabajo que son la chispa de la rivalidad bien entendida—; si pierde, insulta al árbitro, se enfada con el guardacoches, muestra su malhumor en el entorno familiar…

Y, finalmente, cuando nos ponemos al volante de un vehículo, de igual modo, podemos demostrar nuestra buena o mala educación. Pero en este caso, además, tenemos en nuestras manos la posibilidad de evitar o provocar accidentes. Asunto, nunca mejor dicho, de vital importancia.

La persona educada respeta las señales, cede el paso a los peatones y, si es preciso, ante una maniobra imprudente de otro conductor —adelantamiento indebido—, aminora la marcha para evitar males mayores. Conduce con relajación porque, aunque ve las constantes irregularidades que se producen a su alrededor, no pretende arreglarlo todo con gritos y estruendos de bocina; en todo caso, hace un comentario reprobatorio al infractor… Que si es maleducado, lo demostrará con su retahíla: “¿Qué pasa?”, “el que tiene que tener cuidado eres tú”, “yo hago lo que me da la gana”…; además,  el maleducado se indignará ante la indiferencia del reprensor —que fija su atención en la inminente apertura del semáforo— y, cuando el rojo se torne verde, dará un acelerón con la consiguiente carrerita de algún peatón rezagado… Después, seguirá sembrando vientos y poniendo en peligro su vida y la de los demás.

Familia de TODOMOTOR, feliz semana.


Fernando Monge
26/mayo/2018
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