Arranca una nueva ‘Operación
salida’ de vacaciones
Como todos los años por estas fechas, comienza una nueva ‘Operación Salida’
de verano, en la que habrá un notable aumento de desplazamientos por carretera
(la DGT prevé cerca de 90 millones entre julio y agosto). En este periodo
estival hay que extremar la precaución al volante y desde Carglass queremos
poner nuestro granito de arena, centrando nuestra atención en lo que de verdad
sabemos y somos especialistas: los cristales y la visibilidad.
El 90% de la información que
recibimos al conducir nos llega al cerebro a través de la vista. Los continuos
cambios de condiciones del tráfico (entorno, posición relativa, orientación,
velocidad, dirección…) exigen al conductor constantes ajustes de su foco de
visión para poder comprender lo que le rodea, y tomar las mejores decisiones
para mantener el coche dentro de la vía y sin colisionar con otro objeto.
Muchos accidentes podrían evitarse con una correcta visibilidad y estrategia de
exploración visual, que nos permita anticiparnos a posibles riesgos. Y todo
esto sucede a través del parabrisas y del resto de los cristales de nuestro vehículo.
Por este motivo, desde Carglass queremos darte unos consejos que mejorarán tu
seguridad al volante.
1. Levantar la barbilla y
mirar a lo lejos
Era uno de los consejos que te
daban de niño aprender a montar en bici y el mejor que se le puede dar a un
conductor novel. Como sucedía con la bicicleta, mirar al frente y a lo lejos
–no a lo que sucede justo por delante del capó- ayuda a mantener la trayectoria
sin caerte, en el caso de las dos ruedas; y sin necesidad de hacer constantes
correcciones en el volante para mantenernos en el carril, en el caso del coche.
Más importante aún, es que
mirar a lo lejos nos permite anticiparnos a todo lo que pueda suceder por
delante de nosotros y tener un valioso tiempo de reacción extra para evitar un
accidente. Si vamos mirando lo que sucede a pocos metros delante de nuestro
coche, no nos daremos cuenta a tiempo del típico frenazo en autopista que
provoca una retención: cuando lo veamos ya lo tendremos encima y no habrá
tiempo material para frenar y evitar la colisión por alcance.
Paradójicamente, los
conductores noveles e inexpertos hacen justo lo contrario. Ellos invierten la
mayoría de sus esfuerzos en mantener el coche dentro de la carretera, pero lo
hacen con una estrategia visual errónea: mirando constantemente a la derecha y hacia
las zonas más próximas a la parte frontal de su vehículo. Y al hacerlo, solo
ven lo que tienen unos pocos metros por delante y no son capaces de detectar
eventos relevantes que ocurren fuera de ese campo de visión.
La habilidad de mirar bien al
frente hay que entrenarla, y requiere de otras estrategias de exploración
visual complementarias, como los barridos.
2. Realizar constantes
barridos visuales
Si sólo mirásemos a lo lejos,
apenas obtendríamos información de lo que pasa a izquierda y derecha del
vehículo, y entre el capó de nuestro coche y el punto hacia donde apuntamos la
mirada. Por este motivo es necesario realizar barridos de mirada transversales
(de lado a lado) y longitudinales (desde cerca hacia más lejos).
Dependiendo de la vía en que
nos encontremos, nuestro barrido se realizará de una u otra forma. En ciudad
rodamos a menos velocidad, por lo que no es necesario mirar tan lejos y los
barridos longitudinales se reducen y acortan.
Además, circulamos dentro de
un entorno en el que tendremos muchas entradas a la vía desde los lados,
principalmente de peatones y vehículos. Por este motivo, hay que hacer más
barridos transversales a ambos lados; y de mayor anchura, para detectar
personas u objetos que se puedan cruzar en nuestra trayectoria.
En autopistas y autovías
sucede casi lo opuesto: debemos llegar lejos con la mirada y realizar
frecuentes barridos longitudinales hacia el capó de nuestro coche. Al hacer
pocas entradas y salidas, los barridos transversales serán poco frecuentes. En
carreteras convencionales, con más entradas y salidas, así será más necesario
mirar a izquierda y derecha con relativa frecuencia.
3. Visión periférica
La visión periférica es la
habilidad de captar y reconocer la información o movimiento que se desarrolla
alrededor del objeto o punto concreto sobre el que hemos fijado la visión. En
otras palabras, es lo que somos capaces de ver “por el rabillo del ojo” mientras vamos conduciendo.
Nuestro campo de visión normal
es de unos 120º y la visión periférica nos permite tener un campo de hasta
180º. Es una habilidad que también puede entrenarse y que suele estas más
desarrollada en personas que practican deportes de equipo.
Con la visión periférica,
aunque no vemos los objetos que aparecen en los extremos de nuestro campo de
visión enfocados y definidos; sí podemos percibir que ahí sucede algo que llama
nuestra atención. A partir de ese momento se suele tardar 0,5 segundos en girar
la cabeza y enfocar esa situación, para poder evaluarla y tomar una decisión.
Hay que tener en cuenta que,
dentro de un coche, hay elementos que pueden entorpecer nuestra visión
periférica, como los montantes A, B y C. Y también que este campo de visión se
reduce a medida que aumenta la velocidad a la que circulamos.
4. El “efecto túnel”
¿Por qué se reduce nuestro
campo de visión normal con la velocidad? A mayor velocidad, llega al cerebro
más cantidad de información por segundo. Para poder procesarla, nuestra menta
limita esa información, descartando la que entiende que es menor importante por
estar más lejos del foco de atención y más a los extremos de nuestro campo
visual.
Si en parado nuestro campo de
visión es de 120º, en movimiento el denominado campo de visión cinético va
reduciéndose con la velocidad. Por ejemplo, a 65 km/h se reduce hasta los 70
grados, mientras que a 100 km/h el campo de visión baja hasta solo 42°. A
partir de 130 km/h, comienza a parecer el efecto túnel, pues con solo 30º de
visión, es como si a nuestros lados solo hubiera paredes negras.
5. Vas hacia donde miras
Una de las primeras cosas que
enseñan los monitores de cursos de conducción es el fenómeno de la “fijación
del objetivo”. Y es que en momentos de tensión tendemos instintivamente a
dirigir nuestro vehículo justo hacia el lugar al que apuntamos la vista. Y en
una situación de riesgo, ese lugar suele ser el más peligroso: por ejemplo, el
coche que se ha cruzado en nuestro camino y contra el que vamos a chocarnos.
Al volante hay que ser
conscientes de este fenómeno, y tener la mente fría para dirigir la vista, y
nuestro vehículo, hacia los puntos de escape de una situación de peligro.
6. Evaluar todo lo que nos rodea
Si fueras el único ser vivo
del planeta, conducir un vehículo sería mucho más sencillo: solo tendrías que
preocuparte de tus actos y no chocar contra elementos fijos. Pero circulamos
rodeados de vehículos, personas, animales… todos ellos con sus trayectorias,
preocupaciones y movimientos.
Conducir de forma segura
implica ir con mil ojos, mirando y evaluando constantemente todo lo que nos
rodea para detectar posibles amenazas y estar prevenido frente a ellas. También
analizar el entorno: el asfalto (sucio, baches…), si hay cruces, salidas de
caminos o de casas, zonas con mucha afluencia de personas… Y todo ello, sin despistarnos
en cosas que desvíen nuestra atención de lo importante, como las vallas publicitarias, un coche parado en
el sentido contrario…
Muchos lo llaman “conducción
defensiva”, y se trata de actuar previendo los posibles errores o despistes de
los demás. Por ejemplo, pensar que ese coche que marcha con una trayectoria
dubitativa por delante de nosotros, efectivamente va a realizar un giro brusco
y nos la va a liar unos metros más adelante.
7. Ver los ojos de los demás
En muchas ocasiones no sabemos
si otro conductor nos ha visto y va a tener en cuenta nuestra presencia antes
de ejecutar una maniobra que podría acabar en una colisión. A veces, podemos
asegurarnos de que nos han visto mirando a sus espejos retrovisores y buscando
el contacto visual. A nosotros, ese rápido cruce de miradas nos confirmará que
nos ha visto; y él también será consciente de que nosotros sabemos que nos ha
visto.
8. Ver a través de otros
coches
No se trata de súperpoderes,
sino de saber mirar a través de los cristales de los vehículos que nos
preceden. Muchas veces lo hacemos instintivamente y solo nos damos cuenta de
ello cuando nos sentimos molestos circulamos detrás de un furgón opaco. En
estas circunstancias lo mejor es aumentar la distancia de seguridad, para tener
la máxima información máxima de lo que ocurre por delante de dicho vehículo.
Mirar a través de los otros
vehículos nos permite anticipar acontecimientos, por ejemplo, ver las luces de
frenado del coche que va dos coches por delante de nosotros, y así poder frenar
antes; o ver un obstáculo en la vía y no “comérnoslo” cuando el coche que nos
precede lo esquiva en el último momento.
9. Los malditos ángulos
muertos y “zonas oscuras”
Hay objetos y situaciones que,
por mucho que queramos verlas, se escapan a nuestro ángulo de visión por
diferentes motivos. El más común es el denominado “ángulo muerto” de los
retrovisores, que es la zona que no alcanzan a recoger por el propio diseño del
coche. Especialmente sensibles a introducirse en estos ángulos muertos son las
motocicletas, cuando circulan entre hileras de vehículos.
La mayoría de los automóviles
modernos ofrece –de serie o como opción con sobrecoste- un sistema que nos
alerta de la presencia de objetos en ese ángulo muerto, mediante alertas
visuales o sonoras. En Carglass opinamos que esos sistemas deberían ser de montaje
obligatorio en todos los coches, pues evitan numerosos accidentes.
Por otro lado, existen
situaciones comunes en las que otros vehículos no nos permiten ver situaciones
de riesgo. Por ejemplo, cuando circulamos por una vía de dos carriles y el
coche de la derecha comienza a frenar de un modo incomprensible para nosotros.
Ese frenazo puede ser causado porque un peatón está empezando a cruzar la
calle, peatón al que nosotros no vemos porque el coche nos lo tapa. Con las
bajadas de viajeros de los autobuses pueden suceder situaciones similares.
10. Los molestos y peligrosos
deslumbramientos
Los que viven al oeste de su
lugar de trabajo saben bien que por las mañanas se encuentran el amanecer de
frente; y que por las tardes también regresan a casa con el sol de cara. Para
tener la mejor visibilidad posible en esas complicadas situaciones es clave, en
primer lugar, llevar gafas de sol y el parabrisas en perfecto. Por un lado, el
cristal debe estar limpio; y por otro, no tener rayazos ni impactos, pues tanto
la suciedad como los desperfectos en el parabrisas provocan peligrosos reflejos
que dificultan la visión.
Ya sea a causa Sol, o por las
luces largas, o mal orientadas, de otro vehículo por la noche; un
deslumbramiento puede cegarnos momentáneamente y ser muy peligroso. En esas
situaciones, lo primero es no mirar directamente a la fuente de luz, y dirigir
la vista hacia una referencia que nos permita seguir circulando sin salirnos
del carril. Lo mejor suele ser bajar la vista hacia la derecha, y buscar la
línea de la carretera o el borde del arcén; usando la visión periférica para
controlar el resto de la vía.
Cuando el que nos deslumbra
viene por detrás, la solución es muy sencilla: voltear el retrovisor central a
su posición nocturna, que atenúa las luces.
Un último consejo: presta
atención a los cristales de tu coche
Todos hemos experimentado
alguna vez lo que supone ver a través de unas gafas ralladas, sucias o con
impactos. Cuando te las pones te das cuenta al instante de lo mal que se ve,
pero si te las dejas puestas, con el tiempo el cerebro se va a acostumbrando y
dejamos de ser conscientes de la pérdida de visión que hemos sufrido.
Con el parabrisas sucede lo
mismo, nos acostumbramos a esa pérdida en nuestro vehículo habitual y solo
cuando nos subimos a otro, nos damos cuenta de lo bien que se ve con unas lunas
en perfecto estado.
Uno de los mejores consejos
que podemos darte es que revises periódicamente las lunas de tu coche. Y no
solo por la visibilidad, sino porque el parabrisas aporta resistencia
estructural al automóvil y es el apoyo sobre el que se despliega el airbag del
acompañante en caso de impacto. Un parabrisas que ha sufrido un impacto pierde
muchas de sus cualidades y podría ceder y no soportar el techo del vehículo en
caso de vuelco; o romperse al recibir la fuerza del airbag del acompañante, que
se despliega apoyándose contra él.
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