Hay
que ser consientes que tanto en las calles como en las carreteras son un
servicio público y que una conducción temeraria o agresiva puede tener
consecuencias nefastas. También nuestra actitud al volante está sujeta a una
serie de normas de comportamiento que van más allá del cumplimiento de las
normas de seguridad vial.
El
ser humano al volante sin educación puede ser también peligroso, ya que da
rienda suelta a sus más recónditos sentimientos. Esta es una realidad que
vivimos a diario.
El
conductor mal educado (no quiere decir con esto que tenga falta de instrucción
o formación académica), se cree amo y señor de la vía pública, pretende pasar a
todos los demás, transmitiendo la idea de que los demás son simples estorbos en
su camino y no personas con sentimientos y obligaciones, con familia y trabajo
y que como él, están intentando llega a un lugar.