domingo, 12 de marzo de 2023

CEDA EL PASO

 

EL PESCADOR

 




El pescador vivía en una pequeña casa de paredes blancas, ubicada en una bella población costera. Tenía esposa y tres hijos. Después de una larga temporada en altamar, su mayor felicidad era la compañía de su familia. Su esposa, una mujer de pelo castaño, ojos azules y labios carnosos; y él, un varón de rasgos varoniles, tez morena y cabello espeso, rondaban los cuarenta años; y la edad de sus hijos oscilaba entre los cinco años de la hija pequeña que guardaba un gran parecido con su madre y los quince años del hijo mayor, un espigado adolescente. El hijo mediano tenía doce años, era el más vivaracho de los tres descendientes y el que más se parecía a su padre, en el aspecto físico y en su manera de ser.


Con su carácter sencillo y nada licencioso, se había ganado el respeto de todos sus compañeros de trabajo, pues era, además, un hombre muy diestro en el desempeño de su labor… No conocía el temor y cuando en alguna ocasión un temporal amenazaba a la embarcación transmitía todo su brío a la tripulación. Como un gladiador, luchaba contra la bravura del mar que cuando se enfurece no entiende de vidas en peligro o de familias que esperan el regreso con desazón y esperanza.

El pescador, cuando no estaba embarcado, gustaba de la conversación amena, del placer de la lectura y gozaba de una capacidad de réplica que llegado el caso ponía en práctica.

Se cuenta que un vecino suyo, bravucón, carente de ética y muy desvergonzado, le reprochó que un hombre de profesión tan arriesgada dedicara su tiempo libre a la lectura y a la tertulia, “con la de cosas que hoy nos ofrece la vida para disfrutar y pasarlo bien”. También se cuenta que el pescador se acercó a él y, mirándolo fijamente a la cara, le dijo:

Creo que todas las personas, si no hacemos daño a los demás, tenemos derecho a enfocar nuestras vidas, tanto en lo fundamental como en lo ocioso, de la forma más provechosa para nuestro intelecto y para la salud de nuestro cuerpo. Es algo lógico y natural que hace de cada individuo un ser diferente a los otros. Eso no impide, porque vivimos en sociedad, que, a veces, también desarrollemos algunas actividades que no nos llenan plenamente, pero que tampoco nos desagradan. No digo, ni siquiera, que lo expuesto tenga que ser compartido por tu manera de concebir la existencia, aunque a mí me parezca bastante razonable… No hay nada más sano que respetar los diferentes planteamientos que cada uno hace de su día a día

Cuentan, finalmente, que el bravucón con cara de sorpresa dio un giro de ciento ochenta grados y se perdió por una estrecha calle que, en su caso, no lo llevaría a ninguna parte.

Con mis mejores deseos, saludos cordiales.

Fernando Monge

12/marzo/2023

fmongef@gmail.com

           

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